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Resulta merecido, en la medida que hace a nuestra historia y no solo a la memoria de este tipo de aniversario, dos cosas distintas que no deben confundirse, que en estos días se rinda homenaje a la figura de Raúl Alfonsín.

Es que sigue presente su recuerdo como político enamorado de la tradición partidaria, con la que siempre se sintió consubstanciado y, más aún, por cuanto al buscar su renovación, como efectivamente lo hizo, no hacía otra cosa que buscar su pervivencia. Algo que acontece también con su estampa de orador vibrante y a la vez brillante, casi nos atreveríamos a decir el último de su estirpe que ha tenido nuestro país.

Ya que la oratoria da la impresión de no estar bien casada con una época como la nuestra, en que la tribuna levantada en una plaza o en el medio de una calle, ya no es –como antes era- convocante de una ciudadanía que se arrimaba a ella de manera voluntaria y hasta espontánea.

La misma oratoria que ahora ha venido a quedar tapada por una variedad de medios audiovisuales que en su mayoría, y en la forma en que ellos mal se ofrecen y peor se utilizan, no ayuda a pensar. Es que ese cambio muestra hasta qué punto está destruido el con-vivir, asociado como lo está a una presencia multitudinaria en los espacios públicos que, por lo general, nada tiene que ver con el ayudar a que se nos gobierne mejor y que aprendamos a entendernos. Por el contrario se la relaciona con grupos determinados a destruirlo todo, empezando por ellos mismos y siguiendo con los edificios que cobijan a nuestras instituciones que se encuentran a su alrededor y de esa manera parecen también querer destruir.

O, lo que sucede con los partidos de futbol, sobre todos en los que se trenzan grades equipos, a los que solo pueden concurrir los socios y simpatizantes del club dueño de casa.

Pero volviendo a Raúl Alfonsín su figura, sobre todo, trasciende cando se la asocia con la instauración de nuestra bamboleante, sufriente y por ende castigada institucionalidad, que él mencionaba como “democracia”, a la que nosotros, por nuestra parte, precisamos con el adjetivo de republicana, de cualquier manera diferencias semánticas que desaparecen con una igual identificación con el Estado de Derecho.

Y esa precisamente es la razón de que se haya vinculado la jornada de hoy, aniversario del acto eleccionario, con la conmemoración de la asunción por su parte de la Presidencia de la Nación, fruto de una restauración plena de la Constitución, que lo tuvo en una posición predominante entre todos los que desde distintos lugares y hasta de ópticas diferentes contribuyeron a lograrlo.

Fue ese día y los meses que lo precedieron los que todavía golpean más afectivamente no solo en sus seguidores, dado que se lo vio recorrer el país a lo largo y a lo ancho oficiando como una suerte de pastor laico cuando se lo miraba y escuchaba recitando el Preámbulo de nuestra ley suprema.

Su paso por el gobierno debiera ser para nosotros una experiencia en parte a seguir y en parte a rehuir, aunque en este caso también para aprovecharla.

Sigue presente, aunque sea la muestra en gran parte cubierta por la prédica de quienes lograron la victoria política, el recuerdo de los enfrentamientos trágicos de la década del setenta del siglo pasado, al menos en el subconsciente colectivo, y en los que siguen sufriendo en la actualidad en carne propia, la herida profunda que esos enfrentamientos provocaron.

No sabemos si el rumbo fijado por Alfonsín, que en la presidencia de Menem adquirió una mayor lasitud, era el correcto. Aunque de lo que estamos seguros es que el derrotero seguido por el kirchnerismo no ayuda a pacificar el país, como nada de lo que el mismo ha llevado a cabo.

Pero lo que sí es cierto es que la línea marcada por el gobierno de Alfonsín estaba fundamentada en la conformación de una Suprema Corte de Justicia integrada por magistrados independientes, de probada integridad moral y bien formada intelectualmente.

Ese es precisamente uno de los ejemplos a seguir, en contraposición de la triste experiencia que significó la reestructuración del resto de la justicia federal, donde para destrabar toda posibilidad de implementarla, tuvo que entrar en el “cambio de figuritas” que implicaba la estrategia concebida por el senador catamarqueño Saadi, cuya regla rectora era que en cada provincia se nombraran jueces federales del mismo color político del oficialismo allí gobernante.

Es que no le fue bien a Raúl Alfonsín como gobernante a la hora de “arribar a consensos” con el justicialismo, el que contra lo que aquél pretendía, los entendía casi siempre como un negocio, con lo que totalmente los desvirtuaba. Tal como sucedió con la reforma constitucional de 1994.

Algo que debería tener presente el actual gobierno, que ha logrado convertir la inminente sanción del presupuesto para el año próximo también en un negocio.

En el ámbito económico debe destacarse por su creativa coherencia y por lo acertado de sus metas al denominado “plan Austral”, concebido por economistas de la talla de Sourrouille y de Canitrot, el que si terminó en un fracaso fue por la ausencia de auto restricción en su accionar dispendioso por parte del resto de los funcionarios encargados de su aplicación.

Una experiencia que también debería tener en cuenta el gobierno que parece, en algún sentido, vérselo rumbeando para el mismo lado.

Seríamos injustos al momento de pretender atribuirle a él, lo que hubiera considerado como una agresión homicida a su legado. Pero lo cierto es que hemos llegado a un estado de gravedad extrema, ya que nos encontramos ante un verdadero vaciamiento del “sistema de partidos políticos”, sin que parezcamos apercibirnos que ante la inexistencia de ellos o la debilidad extrema de sus estructuras como consecuencia de la escualidez de sus cuadros o la carencia de aptitud de su dirigencia, nada bueno puede esperarnos.

Pero quizás sea mejor dejar de lado circunstancias que vienen a corroborar esa situación, de la que es un ejemplo que elecciones internas del radicalismo llevadas a cabo en Concordia – en el radicalismo, precisamente, donde las “internas” eran más que un método una bandera y hasta una manera de vivir- hayan votado solo menos de setecientos afiliados (exactamente 671) cuando la población del departamento Concordia la conforman muchísimos más (¡¡!!).

O que, tal cual alguna vez lo hemos señalado, dentro del justicialismo exista un grupo de dirigentes, a los que ignoramos si ellos mismos lo hacen o es la prensa, se los designa como “ peronistas racionales”, manera de llamarlos que hace llegar a la duda de si los demás no son “razonables” o son descalificados como “ irracionales”.

Máxime teniendo en cuenta que este momento no es para ocuparnos ni de pequeñas ni grandes pequeñeces, sino tan solo para señalar que Raúl Alfonsín forma parte de la historia grande y benemérita de nuestra República.

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