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No podemos confiar mucho en el futuro si nos ufanamos de no contar con un plan económico

“Francamente, no creo en los planes económicos”, espetó el Presidente al prestigioso diario británico Financial Times. Es una forma elíptica de decir algo que sonaríamás brutal: vamos sin rumbo.

Un día después, una noticia nos desayunó acerca del descalabro económico en que estamos: la Casa Rosada no quiere que se emitan billetes de mayor denominación, y la Casa de Moneda no da abasto con la impresión de las denominaciones actuales. Por eso volveremos a importar billetes desde Brasil y Chile: usaremos los dólares de las reservas para comprar pesos. Una carambola maravillosa.

La falta de rumbo que denota la frase presidencial aplica no sólo a la economía. Es difícil encontrar un área de la gestión en la cual no se destaque una total falta de dirección. En Salud pasamos sin escalas deaquello de que “el virus no va a llegar” y el pánico de la cuarentena estricta y los anticonstitucionales cierres de fronteras municipales. Entre la mano dura de Sergio Berni y el garantismo de Sabrina Frederic en Seguridad, tampoco se observa mucha coordinación. En cada Ministerio conviven albertistas y cristinistas que en poco y nada concuerdan.

Pero es sin duda en Economía donde la falta de planificación se hacía más evidente y ahora es explícita. Arreglar el embrollo de la deuda no es un plan; quizás ni siquiera el comienzo de uno. La falta de planificación ha hecho bastante explícita la incapacidadpara prevenir el colapso sostenido (¿deberíamos decir sustentable?) de la economía. Las pocas ideas sobre cómo lidiar con el daño que la cuarentena provocó en los sectores más vulnerables de la sociedad estuvieron marcadas por un sesgo anti-negocios que llevó a concentrar la ayuda en aquellos que no trabajan ni generan empleo.

No se trata de desamparar a los sectores más desprotegidos, sino de intentar que las pocas herramientas (entre ellas, las empresas que proveen empleos formales) que les permitirían salir del desamparo no desaparezcan.

Porque así como a la gente más desprotegida se le proveyó el Ingreso Familiar de Emergencia (con cuentagotas, porque los $10.000 no se cobran de manera regular), a las empresas sólo les correspondieron préstamos, que no saben si podrán devolver, y beneficios impositivos, que de nada sirven si no generan ingresos. Y esto a cambio de prohibir los despidos, otra muestra de creatividad que de nada sirvió: entre marzo y abril se perdieron 274.000 empleos formalesNo hay, por supuesto, datos del empleo informal, que a falta de protección cabe suponer que sufrió mucho más.

Si un negocio cierra, no hay ley alguna que pueda sostener los empleos que brinda. Las estadísticas de las cámaras sectoriales hablan de más de 20.000 PyMEs que ya no volverán a abrir. Para prevenir esto tampoco tuvo plan ni visión el Gobierno.

Los paliativos elegidos para capear los problemas causados por la cuarentena probablemente hagan que el esfuerzo fiscal y monetario, cuyas consecuencias en términos de déficit e inflación sólo veremos al cabo de un tiempo, habrá sido, una vez, dilapidado. Por ahora, los números del nivel de actividad nos acercan preocupantemente hacia una situación a la 2001.

Pero quizás sea que el cierre del sector privado sea el norte fijado por una parte de la coalición de gobierno. Una nota de Alfredo Zaiat en Página/12, muy elogiada por la Vicepresidenta, no debería generar estupor por su contenido planfletario, sino por la visión arcaica que propone y que en gran parte nos ha llevado a estar donde estamos. ¿Dónde? Como destaca un tuit del economista Miguel Kiguel, en base a datos del Banco Mundial, a ser el país con más recesiones acumuladas desde 1960.

No hay dudas de que en las últimas décadas, el capitalismo,muy enfocado en lo financiero, ha generado una gran desigualdad, y que los beneficiados por el sistema han obrado con egoísmo e indiferencia frente a esta consecuencia. La corrección de esa desigualdad con reglas claras y una economía estable (la inflación castiga sobre todo a los jubilados, empleados informales y los beneficiarios de planes sociales), que atraiga inversiones privadas y cree empleos formales, debería ser la preocupación del Estado.

Sin embargo, Zaiat y la Vicepresidente parecen creer que másEstado es la solución, y llaman a “fortalecer el rol central del Estado”. ¿Será que venen élalempleador de última instancia? ¿Y que al sector privado sólo le caben más impuestos, más trabas y más cierres? Cuesta vislumbrar un futuro de este tipo en que los que viven del estado no estén cada día un poco peor.

Será que no son suficiente referencia histórica esos 60 años de fracasos. No es una anécdota que las mejores empresas trasladan negocios al exterior, que los muy ricos emigran y que la clase media desaparece. Si no hay un plan, y despreciamos tenerlo, como dice el Presidente, no podemos esperar que quede otra cosa que una élite a manejando el Estado, y una enorme masa pauperizada, que también incluirá a la mayoría de los empleados estatales. Quizás algunos celebren que en ese punto habremos alcanzado la tan ansiada igualdad.
Fuente: El Entre Ríos.

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