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Bien miradas las cosas, aún en el caso de aquéllos que tienen motivos válidos para hacer de ellas una celebración, consideramos adecuado que se deje, aunque más no fueran un mínimo, espacio de tiempo para la reflexión.

Es que de ser así, su primera obligación es dar gracias, y de no saber a quién darlas; al menos, detenerse para comprender lo afortunado que es el mero existir, al hacerlo de una manera consciente.

A lo señalado habría que agregar que deberíamos considerar a los que en este momento vivimos, como días de balance, así como una oportunidad para rumiar acerca de la necesidad de proponernos enmendar errores, y no volver a caer en ellos, además de esbozar proyectos que permitan dar un sentido más pleno a ese vivir. Lo así señalado puede sonar nada más que a palabras huecas o por lo menos fuera de lugar, en estos tiempos que deberían ser de celebración para todos. Es que ante la renovada oportunidad de comenzar a llenar este espacio casi cotidiano, no pudimos sino vacilar, al instante de intentar efectuar una referencia jubilosa y preñada de buenos deseos, al darse la oportunidad de pensar acerca de la naturaleza bienhechora del sentimiento que estos días provocan.

Es que se hizo presente la circunstancia, según la cual, a muchos de quienes los fríos números estadísticos los incluyen. Casi la mitad de los integrantes de nuestra sociedad, que se encuentran por debajo de la línea de pobreza y para quienes tan solo la mención de la palabra “celebrar”, significa cuando menos un esfuerzo costoso. Cierto es que la riqueza no es sinónimo de felicidad y ni siquiera de bienestar, pero se hace necesario tener una profunda sabiduría para comprender que para los seres humanos, el mero hecho de existir es una gracia sublime. De algo que precisamente se los priva a quienes se les impide, por una decisión ajena a ellos, la posibilidad de nacer, y que por esa circunstancia se los priva –esas palabras no son nuestras- de poder participar en ese gran banquete, que es la vida.

Un momento de reflexión que debería ser utilizado también para mirar al futuro con ánimo esperanzado, algo que claramente es una cosa muy diferente, a la pretensión de esperar inmóvil que las soluciones a nuestras carencias lleguen como llovidas del cielo. Reflexiones, todas ellas, que deberían llevarnos a comprender la meta estéril que significa el egoísmo, en cualquiera de sus facetas, ya que junto a la imposibilidad de la verdadera existencia de un “yo”, sin un “otro”, se da la simétrica, presente en el hecho no puede hablarse de un “nosotros”, dejando de lado –lo recalcamos- a los que se tiene por “otros”. Una equivocación en la que se ve persistir a tantos en nuestro entorno, y por la que todos -inclusive aquellos cuya actitud es la aconsejada- se los ve pagar un alto costo.
Fuente: El Entre Ríos

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