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En un momento en que los números del comercio exterior son preocupantes, las terminales vuelven a estar en el centro de la escena

La balanza comercial argentina cerró 2017 con un déficit de 8471 millones de dólares, que viene en gran medida explicado por el crecimiento de las importaciones. Aunque cayeron las cantidades exportadas de productos primarios y agroindustriales, su valor apenas varió entre ambos años.

El déficit comercial resulta preocupante en una economía que depende del financiamiento externo para cubrir ese desbalance de dólares. Ha bastado una recuperación muy modesta de la economía para generar un déficit demasiado elevado. Entre el impacto que la sequía podría tener sobre las exportaciones agrícolas y el potencial de que este año se repita otro aumento de casi el 3% en el PBI, el panorama del comercio exterior parece listo para marcar un déficit récord en 2018.

El origen del déficit es claro: los productos primarios y el sector agroindustrial generan superávit; la industria y los combustibles generan déficit. La buena noticia es que el déficit de combustibles se achicó mucho en 2017, gracias al clima favorable, la caída del precio del petróleo en el mundo y el cambio en la política energética.

La composición sectorial de la balanza comercial es crónica y responde a una cuestión histórica de la Argentina: es, en general, competitiva en la producción de bienes primarios, y, también en general, poco competitiva en la producción de bienes industriales. Que se sostenga la producción de muchas industrias depende de la coexistencia de barreras arancelarias, regímenes tributarios o comerciales especiales, o un tipo de cambio alto.

Uno de los sectores sobre los que más se viene poniendo el foco es el automotriz. Durante 2017, el sector automotriz acumuló un déficit comercial de 9 mil millones de dólares. De éstos, unos 6 mil millones corresponden exclusivamente al comercio con Brasil, país con el cual existe un acuerdo bilateral por el cual el arancel de importación es cero, con la condición de que por cada dólar de exportación no se importe más de US$ 1,5.

En 2017 se produjeron en el país 472.158 autos, pero se vendieron a concesionarios 883.802 vehículos. El diferencial entre importaciones y exportaciones de autos excedió con holgura lo que permite el acuerdo con Brasil. De ahí que la Secretaría de Industria, a través de la resolución 20-E/2018 haya instado a las automotrices a establecer un seguro de caución por sus desbalances en exceso del límite de US$ 1,5 a fin de que cuando el acuerdo con Brasil venza en 2020 puedan ejecutarse las garantías si hubo incumplimiento.

Sin el acuerdo con Brasil, quizás no todas las terminales podrían subsistir. Preguntarse acerca de su viabilidad no es un acto desalmado, que esquiva el papel social del sector para enfocarse apenas en su eficiencia económica. Aunque ADEFA estima que el sector genera unos 200 mil puestos de trabajos directos e indirectos, lo cierto es que muchos de esos empleos, en concesionarias, talleres y autopartistas, existirían aún si no hubiera producción automotriz en el país. Las terminales, según el anuario 2016 de ADEFA, cuentan con 27 mil empleados. Menos que hace 50 años, y menos que en los últimos seis años. Es lógico: en todo el mundo la producción automotriz se ha robotizado y los costos de producción han caído. No acá. No está claro si es por falta de inversiones o por exceso de distorsiones macroeconómicas. ¿El huevo o la gallina?.

Sólo un año atrás, el presidente Macri anunció el plan “1 millón”, para fomentar inversiones que lleven la producción nacional de unidades a esa cifra en 2023. En aquel momento no se preveía el resultado de la balanza comercial, que doce meses más tarde lleva al Gobierno a poner un torniquete al sector.

Es cierto que tres años de recesión en Brasil tuvieron mucho que ver en el desmejoramiento de la relación bilateral entre importaciones y exportaciones. Vista la vulnerabilidad externa que el sector genera, cabe preguntarse si tiene sentido que en nuestro país haya tantas automotrices, o incluso pretender que crezca.

El poder de lobby del sector, como gran empleador, gran anunciante y gran contribuyente impositivo, es enorme. Pero el desfasaje externo que genera ha tomado una magnitud por la cual los excesos y los incumplimientos se han vuelto un problema demasiado visible.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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