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Su enunciado es harto conocido:” Si te tapás la cabeza te destapás los pies y si te cubrís los pies te destapás la cabeza". Y como sucede a menudo, en lugar de atender a ese sabia advertencia tan útil en el momento de tomar decisiones, existen quienes se entretiene discutiendo si en realidad se trata de “un síndrome”, o nos encontramos ante un “dilema”, al cual existen quienes le otorgan el rango de una “teoría psicológica intuitiva” por la cual, según los pesimistas, siempre se termina por elegir lo peor.

Habría que aclarar que ese juicio tan terminante debería ser matizado, introduciendo el interrogante de ¿“lo peor para quién”? Porque siempre existe alguien al que lo beneficie optar por uno de los términos del dilema, de manera que se hace posible poner su interés particular por encima del interés general. Ello en el caso que se trate una sociedad la que enfrenta el dilema, pero también puede ocurrir en el caso de cualquiera de nosotros, cuando ponemos el acento en el interés inmediato, desenténdiéndonos de las consecuencias a largo plazo de la opción de abrigarnos hasta la cabeza, dejando desguarnecidos los pies, o viceversa. Yendo al primero de los dos casos, se debe comenzar por tomar conciencia de la “dimensión de la manta”.

Algo que nuestros gobernantes no siempre comprenden; y lo que es peor aún, tantas veces “no quieren” comprender; que es lo que sucede cuando conocen la magra longitud de la manta, pero aparentan desconocerlo. Algo que ocurre aun cuando, como alternativa, se impetre la ayuda divina –la ya famosa, a pesar de su novedad, frase del actual jefe de gabinete nacional, a la que le vaticinamos una perdurabilidad similar a la que alcanzó el “hay que pasar el invierno” de Álvaro Alsogaray- con olvido de aquel imperativo que manda actuar “A Dios rogando” y con el mazo dando”.

Ejemplo de este dilema – y de nuestra oposición persistente no ya por lo malo sino por lo peor, que siempre hemos temido, hasta el punto de sobrar. Y entre sacamos uno de los tantos mensajes que se hacen presentes en la actual coyuntura electoral, hacia dónde se desvían millones de papeles impresos con apariencia de moneda de papel con ese destino, cuando quedan un número infinito de necesidades verdaderamente prioritarias insatisfechas.

Entre las cuales elegimos una, a pesar del remordimiento que nos lleva a dejar a un lado el abastecimiento insuficiente de los comedores populares o la jubilación mínima con que debe “contentarse” -quizás sino más gráfico, al menos más piadoso, sería decir “remediarse”, término igualmente inapropiado. Entre ellos una gran mayoría apunta a la atención de la situación de 5700 productores de soja, que todavía no recibieron la compensación, a la que legalmente tienen derecho en su condición de cooperativas o pequeños productores. Derecho que les corresponde por revestir el carácter de una suerte de “pyme agrícola” por la suba de las retenciones el año pasado que subió del 30 al 33 %. A los que seguramente no se los podrá conformar con aquéllos que pertenecen al grupo de los “muchos maltratados”, ya que los sojeros son de aquellos que, por su elogiable “tener los pies sobre la tierra”, no son fáciles de consolar.

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