Solo nos limitamos a remarcar una situación que estamos padeciendo. La que es cada vez de mayor envergadura, y sin visos de mejorar – que no es otra que la del cada día mayor número de accidentes de tránsito. Que a la vez se traduce en el hecho que sea cada vez mayor el número de ellos con víctimas fatales. Y que sea cada vez mayor entre estas, las de adolescentes. No estamos tampoco en condiciones de dar una explicación, la que necesariamente sería inacabada de este estado de cosas, ni tampoco de atribuir lo que ocurre a una sola causa.
Pero de cualquier forma no se puede negar la existencia de una vinculación –no una relación de causalidad exclusiva—entre los accidentes y las muertes subsiguientes, y el consumo de alcohol por parte del conductor del vehículo siniestrado, aunque posiblemente no se podría dejar completamente de lado a los acompañantes.
De lo que se trata entonces, es de implementar una rigurosa política encaminada a acotar el consumo de alcohol no solo de carácter educativo sino que también contemple sanciones severas para los infractores.
En la que no existe ninguna relación con el puritanismo que en los Estados Unidos desembocó en la “ley seca”, sino porque lo que aquí está en juego es el valor vida, y se trata de una de esas cuestiones que se conocen como de supervivencia.
De allí que se debiera establecer la norma “consumo de alcohol cero” en el conductor. Buscar la manera de lograr que en los locales donde se consume alcohol, el responsable aplique la norma para impedir que sus parroquianos lleguen por su consumo al estado de ebriedad. Y que existan inspecciones con el objeto esa regla se cumpla.
A lo cual debería agregarse la realización de estudios interdisciplinarios, con el objeto de encontrar una explicación al fenómeno dual de “previa- nocturnidad extrema” en las salidas, en función de la cual buscar la forma de elaborar políticas para modificar ese hábito. Todo ello complementado con una acción educativa para padres permisivos al extremo.
