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Las escandalosas maniobras de Julio “Chocolate” Rigau con tarjetas de débito de empleados, reales y ficticios, de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, y las fotos y vídeos del ahora ex Jefe de Gabinete de la misma provincia a bordo de un crucero en el Mar Mediterráneo son dos nuevas muestras de cuán lejos están los ciudadanos de los dirigentes.

Se trata de dos eventos que muestran con las manos en la masa a un beneficiario directo y a un partícipe necesario de actos de corrupción. La increíble demora judicial para decidir inspeccionar el teléfono móvil de Rigau sugiere que el escándalo no se limita a esas 48 tarjetas de débito. A la gente no le caben las mismas dudas que a la justicia provincial; si presentía de qué está hecha la política, ahora lo comprobó en vivo y en directo.

La política, sin embargo, vive (o cree que merece vivir) en una realidad paralela, un estrato superior al de la gente que la sostiene con sus impuestos. Pretende minimizar el escándalo cuando desliza que a Insaurralde le “tendieron una cama”, como si ese, y no la corrupción del funcionario, fuera el pecado más grave. Según esta lógica, Insaurralde es un boludo, no un ladrón. Una idea que reforzó el ministro-candidato Sergio Massa cuando, al referirse al escándalo, sugirió que lo del dirigente de Lomas de Zamora “fue un error grave y tuvo que pagar con la renuncia”. Otra vez, el pecado fue que lo descubrieran, y por eso debió renunciar. No parece que, en la lógica de la política, robar fuera lo que estuvo mal. Con cinismo, un experto en finanzas decía esta semana que la pena económica para Insaurralde fue enorme: es el valor presente de todo lo que podría haber seguido robando si no hubiera tenido que renunciar.

Sin el mismo impacto, otra prueba de que la política argentina habita un universo paralelo, ajeno a lo terrenal, se escuchó durante una entrevista radial que tuvo el sábado pasado el Director de Aduana, Guillermo Michel, con el periodista Marcelo Bonelli. Michel dijo, palabras más, palabras menos, que el irresponsable de Martín Guzmán tuvo “una falta de criterio y trazabilidad económica muy profunda” cuando renegoció el acuerdo que nos liga al FMI. ¿A qué se refería? A que no tuvo en cuenta que había pactado vencimientos para agosto y octubre de 2023: justo en medio del proceso electoral. Una frase reveladora de la lógica con que se manejan los dirigentes políticos argentinos: el mundo debería dejar de girar cuando ellos hacen campaña.

No se trata sólo del oficialismo. Todos los candidatos dan muestras de vivir en igual realidad paralela. Las barbaridades que vocifera Javier Milei, las peleas internas en Juntos por el Cambio o las insólitas promesas de Sergio Massa, como si hoy no estuviera a cargo de la economía, son todas útiles, válidas, durante la campaña. Todos imaginan que la gente las olvidará cuando acabe la campaña y el universo paralelo se reencuentre con la realidad, porque así es como se manejan los políticos. En su universo paralelo, la palabra tiene poco valor, la ofensa no ofende y enemigos íntimos durante una campaña comparten boleta en la siguiente. En el universo paralelo de la política, de todo se vuelve, porque todo es ficción y nada es real.

Nuestro problema como ciudadanos es que la ficción ocupa cada vez más espacio en medio de nuestras penurias concretas. Las elecciones PASO no nos han dado más poder de decisión, sino que nos han sometido a más tiempo de campaña. A más tiempo de dirigentes inmersos en ese universo paralelo.

“Chocolate” e Insaurralde son muestras de cuánto ha avanzado el universo paralelo de la política sobre el universo real. Y entendemos por qué estamos como estamos: los dirigentes no tienen tiempo para gobernar, para ocuparse de los problemas reales, porque están cada vez más tiempo enfrascados en su universo paralelo, el de la campaña permanente. Un universo sin reglas y sin moral.
Fuente: El Entre Ríos

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