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En realidad no se trata de agarrárselas con políticos entusiastas y sus adláteres todavía en un grado mayor. Porque para empezar pareciera que hace tiempo que hubiéramos olvidado aquello de que “el silencio es salud”.

Algo que no existe en las grandes ciudades durante el día donde el ruido -mejor dicho el ruido insoportable- es la dosis cotidiana de la mezcla del rugir de los motores, del silbar de las frenadas, y del tronar de los tambores de los manifestantes, sobre todo en sus zonas céntricas, a lo que se agregan las incomodidades nocturnas consecuencia de festicholas y jolgorios que privan de un buen dormir a vecinos no necesariamente recoletos.

Una situación que se hace cada vez más frecuente en las localidades de nuestro interior, sobre todo en el caso de las del corredor turístico de nuestra costa del río Uruguay, donde se supone que los turistas visitantes llegan en procura de un “descanso plácido”, y donde terminan aturdidos por ese ruido que parece disgustar a todos, menos a quienes lo generan, y a los que un número creciente se ha vuelto adicto, número en apariencia incontrolable.

Dado lo cual pareciera que resulta casi un chiste pedir, a quienes circulan por nuestras calles haciendo propaganda política oral, que “se comporten”, cuando todo el año hacemos ruido o nos mostramos resignados a tolerarlo. Pero de cualquier manera se hace necesario pedirles que no aturdan, por lo menos para que ese comportamiento suyo pueda servir de ejemplo. Que tendría un doble valor, ya que se dan muchos casos en estos tiempos de políticos que no dan precisamente buenos ejemplos.

Pero quizás lo de la contaminación preelectoral acústica es el problema menor. Porque la que entendemos como visual es la más grave. Comenzando por las “pintadas” de paredes y cordones, sobre todo en el caso que no se hagan con la debida autorización, ya que tenemos muy presente los daños que provocan del “hacedores de grafitis”. Y cuando no de pintadas el caso de “pegatinas”, aunque en este caso la restricción, se vuelve autorestricción por el costo de los afiches y sobre todo las sospechas que provocan los candidatos que se muestran exuberantes despilfarradores, sobre todo en estos tiempos que sabemos de miembros del gobierno que se han llenado los bolsillos con el dinero de todos, y que existe el mal pensar de que el mostrarlo convertido en cartelería, es una forma de “lavarlo”. A la plata mal habida y no a las paredes, no está demás aclararlo… Pero no hay que dejar de tener en cuenta que la propaganda que hemos dado en llamar visual, tiene un defecto más grande que la que indicamos como oral. Es que mientras las palabras se las lleva el viento, las pintadas y los carteles quedan. De una manera que demuestra incuria, ya que quienes fueron activos a la hora de pintar o pegar, muestran pasada la elección ese parecido con quienes luego de comer bien, dejan ollas y platos sin lavar o parrillas sin limpiar. Y que pueden inclusive provocar un poco de pena, que es la que puede llegar a sentirse, cuando alguien se da cuenta que lo único que queda de lo que fue una precandidatura esperanzada, es un cartel con una imagen y ambos en mal estado por añadidura.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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