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Tiririca, el payaso diputado de Brasil
Tiririca, el payaso diputado de Brasil
Tiririca, el payaso diputado de Brasil
En 2010 se candidateaba como diputado nacional en Brasil Francisco Everardo Oliveira Silva, más conocido como “el payaso Tiririca”. Su original campaña incluía líneas hilarantes como estas:

- ¿Usted sabe qué hace un diputado nacional?
- Yo, la verdad, no sé.
- Pero vóteme, que después le cuento.
- Vote a Tiririca, peor de lo que está no va a estar


Tiririca resultó el segundo candidato más votado en aquellas elecciones. Parece que los brasileños no se toman al Congreso de su país demasiado en serio.

A pocos días del cierre de las listas de precandidatos para las elecciones legislativas argentinas, el asunto parece relevante. El rol del Congreso está muy desdibujado, no tiene vida propia. Ha aceptado, mansamente, someterse a la voluntad del Ejecutivo.

Según el Presupuesto 2021, el Congreso costará este año más de $40.000 millones, de los cuales para “formación y sanción de leyes nacionales” le corresponden $13.909 millones al Senado ($192 millones por senador) y $15.620 millones a Diputados ($61 millones por diputado). En el Senado hay más de 70 empleados asignados a esta función por cada senador. En Diputados, 20. Parece exagerado para un país en el que toda la legislación relevante es resuelta mediante Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU).

Ningún legislador nacional parece ofendido con los DNU. Aunque la Constitución Nacional prescribe que “el Poder Ejecutivo no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo”, en la práctica eso ocurre. Ya en 1997, la Corte Suprema menemista había decidido que hacía falta una norma en contrario del Congreso para que un DNU perdiera vigencia. La Corte Suprema modificó el espíritu de la Constitución, pero nadie se quejó demasiado.

Este esquema de cosas resta sentido a la convocatoria a las urnas para llenar vacantes en el Congreso. Casi que, al ir, nos hacemos cómplices del estado de las cosas.

Como los brasileños interpelados por Tiririca, nosotros tampoco entendemos lo que hacen los legisladores nacionales. A la vista está que, peyorativamente, al Congreso se lo llama “escribanía”. Desde Menem hasta hoy, aprueba las leyes que quiere el Ejecutivo, y no revisa los DNU emitidos para los temas en que el Congreso le resulta un trámite engorroso.

Que ningún legislador o político alce la voz contra los atropellos del Ejecutivo a la Constitución prueba la trampa que, disfrazada de democracia, ha urdido esa clase privilegiada que es la política. Una trampa que va desde el oscuro financiamiento de las campañas, que convive con una persecución ad nauseam del gobierno a los contribuyentes no involucrados en política, hasta el fraude al electorado que constituyen las listas-sábana y el voto manual.

El filósofo Karl Popper levantó estos temas hace ya casi 40 años. Decía que la representación proporcional le da a los partidos políticos un estatus constitucional que no tienen: ya no podemos votar a un diputado o a un senador de nuestro gusto, sólo a un partido. No elegimos a personas que deben responder por nuestro voto, sino por personas que deben su lealtad a un partido. En última instancia, al Ejecutivo. No se escucha una sola voz en la política que discuta esta subversión del orden constitucional. Le es funcional a todos: gozan de un presupuesto enorme que financian los mismos “bobos” que votan. Al primero y al último de cada lista.

Que hay una crisis de representación es algo que reflejan todas las encuestas. Casi no quedan dirigentes con imagen positiva mayor a su imagen negativa. ¿Se reflejará en un alto nivel de abstención en las elecciones, como pasó en Chile y en Perú este año? Ese desencanto de la ciudadanía con la política debería preocupar a los dirigentes, aunque parezcan no asimilarlo. No fue tanto tiempo atrás que vivimos aquello de “que se vayan todos”.

En Brasil, y en muchas democracias que funcionan mejor, cada candidato debe procurarse sus propios votos, más allá de pertenecer a algún partido, y debe conseguir financiamiento para su propia campaña. Cuando votan en el Congreso, deben cuidarse de no molestar a sus votantes, que los interpelan más de cerca que sus partidos. Están más cerca de ser verdaderos “representantes”.

Claro que no todo es de color de rosa: Tiririca es diputado desde 2011. También él cayó en la trampa.
Fuente: El Entre Ríos

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