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A fines de 2021, una encuesta de la consultora Taquión revelaba que más de 80% de los argentinos desconfía de la política, la justicia y el sindicalismo, más del 60% de los empresarios, y más de la mitad de los medios. La semana pasada, una encuesta de la consultora Reyes/Filadoro mostró que 58% desconfía de los medios y 53% les adjudica un rol central en la promoción de la “grieta”. Más del 70% desconfía de la información que se difunde a través de las redes sociales.

Todo lo cual no hace más que poner sobre el papel algo que no es difícil de intuir al abrir un periódico, sintonizar un canal de noticias en la televisión, pasear por las emisoras de AM, o mirar la cuenta de Twitter. Con ingresos que dependen más de la pauta oficial que del rating, cada cual se enfrasca en una magra, pero fiel, audiencia, a la que alimenta con mensajes agresivos que ella les demanda.

Así es que cada tema se presenta como si acarreara consecuencias de vida o muerte para la sociedad. Pero la verdad es que a la gente le interesan más sus asuntos cotidianos que los asuntos de los medios, los sindicalistas, los empresarios, los jueces o, menos que menos, los de los políticos. Lo que no quiere decir que, a pesar de que no le interesen, igual les puedan complicar la vida.

Durante las últimas semanas, uno de los temas que más titulares acaparó fue el de la realización, o la suspensión, de las elecciones PASO de 2023.

Esta columna viene criticando el esperpento de las PASO desde su creación en diciembre de 2009. La crítica no tenía que ver con su utilidad a la hora de seleccionar candidatos para una coalición, sino con su costo presupuestario y, sobre todo, por el uso práctico que tuvieron.

No solo la mayor parte de los partidos políticos iba a las PASO con un único candidato previamente decidido, vaciando de significado a las primarias, sino que, también, el uso libertino que cada jefe distrital hace del calendario electoral, para su exclusiva conveniencia, forzó muchas veces a los ciudadanos a concurrir hasta seis veces en un año a votar. Algo que a la política le podrá parecer trascendental y le hará darse aires de gran importancia, pero a una parte importante de nuestra ciudadanía desesperanzada no le puede representar más que un fastidio.

Ahora, traer al debate la realización o no de las elecciones PASO en 2023 otra vez parece tener poco que ver con cuestiones de orden institucional, o de austeridad presupuestaria, como se pretende argumentar. Tiene un reconocible tufo a cuestiones de conveniencia partidaria; en esta ocasión, de conveniencia del oficialismo. Y ahí están sus medios y redes afines, agitando la indignación y clamando por la sangre de los enemigos que pretenden realizar las PASO y despilfarrar el dinero del pueblo.

Las PASO fueron creadas luego de las elecciones de medio término de ese 2009 y se utilizaron por primera vez en 2011. Ahora se busca cambiar la regla 10 meses antes de la próxima elección. Quizás, sería correcto anularlas, a partir de 2025. Aunque eso no parece motivar a nadie: esa elección, tan lejana, no provoca tanto pudor institucional ni presupuestario en los dirigentes.

Quienes más se oponen a la eliminación de las PASO son los dirigentes de la oposición, que probablemente cuenten con esa instancia para dirimir quiénes serán sus candidatos entre los múltiples postulantes. Y ahí están sus medios y redes afines, agitando la indignación y clamando por la sangre de los enemigos que pretenden imponer la vileza de cancelar las PASO.

Es llamativo que la oposición, cuyos dirigentes repiten como un mantra la necesidad de conseguir una victoria contundente para impulsar reformas estructurales, vea en las PASO algo tan relevante. Mal podrían ser creíbles esos grandes planes si la coalición no es siquiera capaz de acordar el nombramiento de un candidato.

A hoy, parece que no están los números para eliminar las PASO. Quizás acabe por ser una pena no haber aprovechado la ocasión para eliminarlas o, al menos, mejorarlas. Pero, como dicen las encuestas, ni el largo plazo ni el interés común están entre las prioridades de los políticos. Lamentablemente, tampoco son prioridad para los medios.
Fuente: El Entre Ríos

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