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Las preocupaciones que nos agobian
Entre las tantas cosas que hacen que nos hundamos cada vez más en la profundidad del pozo en el que descendemos sin cesar, se encuentra el estado de la educación de nuestros jóvenes. Aunque, en realidad, debería hacerse mención a la situación de todos a quienes nos toca vivir en esta época.

Por Rocinante

Ello, en cuanto algo innegable es la aceleración palpable del tiempo existencial (no el cronológico, ya que la semana sigue contando con siete días, pero también es cierta la impresión de que esos siete días pasan cada vez más rápido, algo que lleva a que escuchemos quejarnos acerca de cómo vuelan las semanas). Y el galope aun mayor que significa la aparición de nuevas tecnologías. Todo lo cual lleva a que hablar de educación hoy, no sea en realidad otra cosa que hacer referencia a la educación permanente.

Ya que de otra manera, los educados de ayer, pasarán a convertirse en los ignorantes de mañana. Todo ello de manera que seguir aprendiendo siempre, se ha convertido en una exigencia que nadie, inclusive las personas ancianas, está en condiciones de eludir.

De allí que habría que concluir que el de la educación es un campo de acción no solo principal sino prioritario en cualquier sociedad. Aunque en el caso de la nuestra, por estar atravesando un proceso de decadencia que incomprensiblemente nos cuesta revertir, esa afirmación debe ser matizada. Ya que entre nosotros lo principal viene a confrontar con lo urgente, que por esa razón se vuelve prioritario.

Es que no aprende, como es de esperar, el desnutrido; el que es parte de una familia dislocada; el que vive en deplorables condiciones ambientales o el que no tiene un real acceso a los servicios, sobre todo preventivos, en materia de salud.

Pero también es cierto que a la hora de actuar, no puede hacérselo de una manera secuencial, empezando por la comida y llegando en etapas sucesivas a concluir ocupándonos de la educación propiamente dicha; porque de actuar de esa manera llevaría a recordar el caso del animal que termina intentando comerse su propia cola.

Lo que me lleva a desdecirme, culminando la argumentación señalando que todo lo hasta aquí referido forma parte de un solo paquete, algo que implica que todas esas necesidades deben ser atendidas y satisfechas de una manera simultánea.
Nuestra desorientación en materia educativa
Estar desorientado significa, en su situación extrema, no tener en claro el rumbo a seguir. Y eso se me ocurre que es lo que en materia educativa nos sucede a nosotros, aunque se debe aclarar que ese no es único ámbito en el que la sociedad se presenta como desorientada, ya que cuando menos las dudas e incertidumbres que calan hondo, hablan de por sí en nuestro entorno de la ausencia en ella de un rumbo cierto.

Pero más allá de lo expuesto, se debe partir de la comprensión que la educación generalizada y eficaz, resulta una acción casi decisiva a la hora de conformar lo que se conoce como un alto índice de capital social.

Para ilustrar el concepto nada mejor que hacer referencia a lo que se conoció en su momento como el milagro alemán. Es que con esa frase se hacía referencia a la resurrección socioeconómica de lo que era entonces una parte de Alemania, la Occidental, por la manera sorprendentemente acelerada con la que se pudo recuperar en todos los ámbitos, luego de haber sido prácticamente arrasada como consecuencia de la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.

La explicación del fenómeno es compleja, pero existe coincidencia del peso decisivo que en esa recuperación el hecho que, independientemente de la demolición de su infraestructura, o del despojo de plantas industriales enteras, que no habían sido afectada en la guerra, por parte de los rusos que las trasladaron a su territorio, y de las víctimas que había cobrado la guerra, se daba el caso de la existencia de un importante número de supervivientes entre los alemanes que seguían padeciendo en el territorio de país.

Lo que significó, dada la formación intelectual y el desarrollo de las habilidades de la mayoría, unida a su disciplina y contracción al trabajo que ellos exhibían que esa resurrección fuera explicable. Es que el capital social alemán era muy elevado, por cuanto el mismo consiste en todo lo bueno y útil que se lleva metido en la cabeza.

Para termina de sacar provecho al ejemplo precedente, cabría señalar que de haber, lo allí ocurrido, sucedido en una sociedad con índices bajos de capital social, esa sangrienta paliza, la hubiera llevado a retroceder hasta la Edad de Piedra.

Profano como soy en políticas educativas, no estoy en condiciones de efectuar ningún aporte de importancia en la materia. Pero de cualquier manera prestando atención a lo que cualquier persona medianamente interesada sobre el tema puede saber y recordar, hasta por conocerlo por experiencia propia; que por lo menos desde los inicios de la década del sesenta del siglo pasado, hemos ido saltando de uno a otro hasta el presente, con los pobrísimos resultados que están a la vista.

Con el agravante de que muchos de nuestros connacionales en condiciones de efectuar un aporte importante a nuestro capital social, optan por auto exiliarse, en la mayoría de los casos con el subsiguiente éxito. Algo para lo cual tenemos una explicación mediocre (de las que no nos falta nunca ninguna), cual es que nuestro problema es nuestra dificultad para trabajar en equipo.

Viene al caso recordar, y es un acto de justicia el hacerlo, que los tiempos iniciales de la República (mejor dicho cuando éramos de verdad una) la acción de Sarmiento unida a la sanción de la ley 1420, hizo de nuestro país, en un tiempo cortísimo uno de los países del mundo con uno de los mayores índices de alfabetización en su población. A lo que se deben agregar, como circunstancia también a computar, los bajísimos niveles de alfabetización entre nuestros compatriotas, de que se partió.
Apretando las clavijas
Antes de entrar en materia, considero que resulta interesante por lo curioso, hacer referencia al origen de una expresión. Al respecto he encontrado lo que al respecto nos dice un autor y que transcribo.

“Esta expresión (la de apretar clavijas) significa exigir con severidad a alguien el cumplimiento de su deber. Antiguamente, se empleaba con similar significado el modismo apretar los cordeles. Ambas frases tienen su origen en un método de tortura ideado por los griegos para sacar una confesión al inculpado. Nos referimos al tormento del potro, que como describe Cicerón en Tusculanas, consistía en una rueda a la que ataban con cordeles los miembros del torturado para someterlos, girando gradualmente, a una tensión que podía llegar al descoyuntamiento. Las cuerdas del potro eran tensadas mediante unos clavos de hierro o madera llamados clavijas”.

De donde queda en claro el significado de la expresión, que no es otro que el de exigir de alguien con severidad el cumplimiento del deber. Y esa es la razón porque la expresión aludida resulte hasta de una manera intuitiva antipática, ya que se la relaciona con la palabra ajuste, la que como se sabe despierta molestos resquemores.

Por mi parte se me ocurre que la definición aludida, acorde con los avances que en teoría se han hecho en lo que respecto a la instalación del derecho humanitario, tendría que llevar a la exclusión de la severidad en la exigencia para volverla adecuadamente aplicable, ya que por severidad debe entenderse todo trato cruel o vejatorio.

Salvado lo cual la definición no debería merecer ninguna objeción, tanto en lo que hace a su descripción como a su aplicación. Lo afirmo siendo consciente que vivimos en una sociedad en la que se considera como represiva cualquier exigencia, y en la que por esa razón se llega a confundir el ejercicio ajustado a las leyes de la autoridad, como una manifestación repudiable de autoritarismo.

Algo explicable por el hecho de vivir sin normas, o para decirlo de una manera que suena sin serlo a pretenciosa, en una sociedad en la que reina la anomia. De donde, en ella, aun en el caso de que existan normas se las ignora simplemente; dejando de lado el hecho de las veces que a la ignorancia de ellos se le agrega su desprecio.

Consecuencia de lo cual es observable entre nosotros la hipertrofia a la que se asiste en materia de derechos, que corre parejo con la miniaturización a la que se da en materia de deberes (no es extraño así que de nuestra legislación civil se haya eliminado el deber de fidelidad que era de suponer que debería recíprocamente cumplirse por los esposos).

Y todo lo hasta aquí indicado, aunque parezca completamente descolgado del tema central de la nota tiene su razón de ser.

Viene al caso efectuar referencia, esta vez a palabras de un periodista brasileño, quien señala que, si en todos los países de la región el último año del secundario es casi una fiesta constante, ello no ocurriría en el caso de Brasil. Es que mientras en la Argentina los adolescentes celebran con viajes de egresados y fiestas en días de semana, sus pares de Brasil se enfrentan a un fin de ciclo a pura tensión: desde 1998 hasta la actualidad, los dos primeros domingos de noviembre son claves para acceder a la universidad y a becas de estudio.

De donde lo que sucede entre nosotros es muy distinto al de otros países entre los que se encuentra Brasil, sin dejar de mencionar a Cuba y hasta Nicaragua) ya que en estos Estados, los jóvenes dan exámenes finales para establecer los conocimientos adquiridos en el nivel secundario.

Es así como en Brasil, entre el 3 y el 10 del mes pasado casi cuatro millones de estudiantes brasileños enfrentaron cuatro pruebas y un ensayo de más de cinco horas en cada día.

Ello lleva a que un especialista explique las consecuencia de esa manera de proceder, señalando que al comparar nuestras cifras sin restricciones de ingreso frente a las de un país con un sistema 'restrictivo' como Brasil, se observa que, en realidad, su sistema es mucho más eficaz, con mayor graduación anual y con mayor crecimiento en cantidad de graduados en los últimos años.

Es el mismo que señala que el examen según datos oficiales de ambos países brindados en este informe, la graduación total universitaria 2003-2017 aumentó 125,4% en Brasil, contra 60,3% en la Argentina. La cifra de graduados cada 100 ingresantes en el período 2012-2017 es del 43,6% para Brasil y 29,5% para nuestro país. Por cada 10.000 habitantes, en 2017, Brasil tiene 395,9 estudiantes y la Argentina, 452,9. Cada 100 estudiantes de 2017, en Brasil se graduaron 14,5 y en nuestro país, menos de la mitad, 6,2.

Otro especialista advierte que el Examen Nacional de Educación Media (ENEM) consiste en cuatro pruebas y un ensayo y se aplica en dos días ha extendido su uso. Y los resultados arrojados son tomados en cuenta por universidades que los utilizan como criterio de selección para ingresar en la educación superior, ya sea reemplazando o complementando los exámenes de ingreso que cada institución de educación superior requiere.

Todo lo cual lleva a pensar que la primera y más simple de las medidas a implementar dentro del ámbito estrictamente educativo para reformarlo, es tan fácil de enunciar como difícil de aplicar, en una sociedad tan desquiciada como es la nuestra.

Se trata entonces de usar parámetros correctos por lo sensatos en los niveles de exigencia, tanto en lo que hace a los educadores como a los educandos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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