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Alberto Fernández con Rosario Lufrano
Alberto Fernández con Rosario Lufrano
Alberto Fernández con Rosario Lufrano
La crisis dentro de la crisis

Mirando bien nuestro entorno, y después de ello atendiendo a un imaginario espejo retrovisor, sobre el que vemos deslizarse un pasado casi centenario (y si no se sigue para atrás no es necesariamente porque las cosas sean mejores, sino porque alguna vez hay que detenerse), no resulta difícil llegar a la conclusión de que los argentinos hemos vivido en un estado de crisis permanente (habría que decir, de una manera más técnica, que se trata de un estado de emergencia, pero el problema es que se asiste a una contradicción en los términos, cuando se habla de emergencia y al mismo tiempo se añade que ella es de carácter permanente).

Por Rocinante

Ello no quita, como se debe reconocer y en mi caso expresamente lo hago, que en esa larga trayectoria hayamos pasado por periodos de excepcional normalidad (otra vez, y no por casualidad, se hace presente otra contradicción en los términos), que por lo mismo que son así, vienen a desdibujar nuestra memoria histórica.

Ya que, como se sabe, la afirmación de que todo pasado fue mejor, que da cuenta de una impresión que contiene una importante dosis de verdad, tendría su explicación en la circunstancia que tratamos de ocultar los malos recuerdos, para detenernos en la rememoración morosa y recurrente de los mejores momentos que con una extensión y calidad variable, tanto en lo personal como en lo grupal, nos ha tocado en suerte disfrutar.

Es así como al llegar al momento actual, con la esperanza que ya nunca se va a volver a pasar por todo lo malo hasta este momento vivido; nos encontramos con la no del todo comprendida circunstancia, que hemos ingresado a lo que no es otra cosa que una crisis dentro de otra crisis.

De donde, si hasta el momento eran escasas las alternativas con las que contábamos, la circunstancia antedicha las acota hasta un punto en que ella se vuelve hasta única en apariencia (otra contradicción en los términos, ya que cuando existe una sola alternativa, es porque en realidad no existe alternativa, sino una sola manera de proceder).

Es que, siendo como son las cosas de esta manera, lo primero y principal por dónde empezar es en extremar la atención y los cuidados al momento de actuar. Un enunciado que, cuando en apariencia es una vacuidad, que como consecuencia nada dice; si se atiende al enunciado con detenimiento, no puede llegarse a otra conclusión de que lo dice todo.

Ya que esa necesidad de portarse bien; es decir de una manera que preste atención a las circunstancias presentes, como primer paso indispensable para enfrentarlas y poder superarlas, transforma en criminal todo comportamiento con el que se transgreda esa regla, ya que no solo está en juego el destino personal de quien de esa manera actúa, sino de cada uno de nosotros, y por ende de la comunidad.
El respeto a la ley depende de la existencia de instituciones sólidas, en cuanto se las tiene por legítimas
Lo que acabo de escribir tiene toda la apariencia de ser una perogrullada, pero considero que así no lo es, si tenemos en cuenta algunas circunstancias que se dan en nuestro entorno.

Con ello hago referencia a las decisiones gubernamentales que nos mandan a todos a quedarnos en casa, con excepción de un limitado número se situaciones objetivamente justificadas, con el objeto de buscar evitar la propagación de la peste.

Se trata de una disposición que, es justo y hasta encomiable destacarlo, ha sido materia de un acatamiento mayoritario, pero que de cualquier manera ha sido materia de un número de transgresiones mucho mayor que las detectadas, ya que, como es sabido, se encuentra entre nuestras más reprobables habilidades, la de sortear el cumplimiento de toda norma a la que se la vea como un escollo; y aún se puede ir más lejos, ya que se da el caso de violaciones que no dan cuenta de otro propósito que del hecho exclusivo de intentar salir airoso de la prueba, como si se tratara de la práctica de un deporte.

Y a ese respecto debe tenerse en cuenta que la aplicación de ninguna ley se podía volver efectiva de una manera exitosa, si la misma no se respetase de una manera voluntaria. Ello así, por cuanto su vigencia deviene imposible en presencia de una desobediencia civil de dimensiones significativas.

De allí habría que concluir que la generalidad de las personas, en una sociedad normal en la cual la vida de sus integrantes transcurre normalmente, a la ley se la respeta por la simple razón de que… ¡es una ley!

Y esa conclusión que parece no otra cosa que una petición de principio (o sea que lo que se intenta probar se encuentra incluida en la premisa sin serlo) no lo es, por cuanto para que lo sea efectivamente, la ley debe ser emitida por una autoridad reconocida no solo como legal sino también como legítima.

Algo que nos lleva a la necesidad de que para la reconstrucción definitiva de nuestra sociedad se hace necesario contar con instituciones sólidamente establecidas, lo que significa abrumadoramente reconocidas como tales.

En tanto, si miramos no solo la actualidad, sino también nuestro pasado inmediato, nos encontramos con lo siguiente. En lo que hace al gobierno anterior es de recordar que, desde las columnas de este medio (inclusive se dio la circunstancia que en nuestro caso me aprovechara de ello) para graficar la situación institucional de estabilidad precaria que entonces se vivía, se hacía alusión a alguien que trata de cruzar un arroyo correntoso entre caminando y saltando sobre piezas resbaladizas en un contexto en el que se da la presencia en el agua de fuerzas que esconden la mano al tirar la piedra, en su intento de hacerlo trastabillar. Y que la actual institucionalidad da cuenta de una figura sostenida con una mayoría que procura ayudarlo a sostenerse, en medio de una furiosa correntada.
En esta situación de emergencia, una excepción de las que se deben preservar es la de la libre circulación de la información y de las ideas
Y así me atrevo a enunciarlo, porque me encuentro en el grupo de personas que no votaron al actual presidente, pero que a pesar de ello está íntima y honestamente interesada que a Alberto le vaya bien. Y de esa manera, lo que me corresponde hacer para sostenerlo, es señalar lo que considero, como es el caso al que me refiero a continuación, son errores incomprensibles de comportamiento.

Tal el caso de lo acontecido en una reciente entrevista efectuada por Rosario Lufrano, una periodista que está al frente de Radio y Televisión Argentina Sociedad del Estado, le efectuara al Presidente de la Nación.

En la que, entre tantas desprolijidades cometidas (desprolijidades es una forma harto benevolente de referirse a ellas), entresaco la referencia que la crónica periodística hace al hecho que Lufrano bloqueó la posibilidad que los periodistas del noticiero de la TV Pública le hicieran preguntas a Alberto Fernández, que debieron conformarse con realizarle solo tres consultas, frente a las 15 que le hizo Lufrano, a lo largo de los 50 minutos que duró la entrevista. A lo que se agrega que mientras que los tres periodistas especializados que estaban en el estudio no pudieron preguntar nada y solo comentaron las definiciones que dio Alberto Fernández, una vez que concluyó.

Frente a lo cual, se me ocurre que si es cierto que debemos extremar las precauciones para que el coronavirus no circule, también lo es que en ningún momento y bajo ningún concepto, puede admitirse trabas a la circulación de la palabra.
Fuente: El Entre Ríos

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