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Un plan del organismo universitario católico para pasar de la asistencia a la promoción social entre nosotros

Cuál va a ser el rumbo de la economía de nuestro país, es una cuestión que hasta estos momentos está más cargada de dudas y confusiones que de certezas. Una situación que se prolongará más allá del momento en que se conozca el nombre del nuevo Ministro de Economía del presidente Alberto Fernández y su equipo, dado que es comprensible que en un primer momento solo se contará con el anuncio de medidas aisladas en ese ámbito.

Algo que no significa que ellas no sean importantes, sino tan solo que habrá que esperar hasta el momento en que se cuente, luego de un análisis de complejas variables, con un programa económico consistente.

Entre tanto, lo que resulta más claro, es el casi seguro avance hacia la emergencia de lo que en el plano teórico, se conoce como la economía social, a la que existen quienes agregan el aditamento de solidaria. Un nuevo sector que de esa manera se sumaría y estaría a mitad de camino, por no decir que significaría la apertura de una “tercera vía” entre los tradicionales sectores público y privado de la economía.

Los autores de la iniciativa son un equipo de especialistas, encabezados por Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), de la Universidad Católica Argentina (UCA). Una iniciativa que es mirada con buenos ojos por el Presidente electo, que cuenta con el apoyo de Daniel Arroyo, de quien hasta el día de hoy al menos se lo considera como el futuro ministro de Desarrollo Social, y de ideólogos y referentes de quienes en el lenguaje de la calle, se los engloba bajo la denominación de “movimientos piqueteros”.

Al respecto se hace necesario señalar que “la economía social”, nada tiene que ver con la “economía social de mercado”, que en su momento fuera el modelo aplicado en Alemania Occidental en los gobiernos formados o encabezados por la democracia cristiana de ese país, y que, con sus obvias diferenciaciones, quiso aplicar entre nosotros Álvaro Alsogaray.

El programa parte del presupuesto de una etapa previa, en la que se volcará el esfuerzo en salir de la situación de emergencia alimentaria. Luego de lo cual se pasaría a poner el acento dentro del ámbito de la economía social en que se mueven las cooperativas, las denominadas empresas de trabajo asociado, organizaciones no lucrativas y de caridad volcadas al desarrollo social humano, mutuales que no lo son solo de nombre y microemprendimientos asociativos.

De allí que con ese nombre se defina a “un modo de hacer economía, organizando de manera asociada y cooperativa la producción, distribución, circulación y consumo de bienes y servicios”.

El programa parte del presupuesto de que en una primera etapa se habrá superado el actual estado de emergencia alimentaria. De allí en más se pasará a la reformulación de los planes de empleo, unos 450.000, con el objetivo de que funcionen verdaderamente como programas productivos.

A su vez, para lograr ese objetivo, según la propuesta de Salvia, el Estado nacional debería invertir 1200 millones de dólares por año, lo que equivale al 0,3 por ciento del PBI. Según el plan podría generar recursos anuales de hasta el 0,5 por ciento del PBI y crear entre 500.000 y 800.000 empleos por año, es decir, hasta 4 millones en cinco años.

De allí que se señale que “el objetivo es crear un puesto de trabajo por cada hogar pobre que tiene la Argentina. También quedarían incluidas actividades de forestación, recuperación ambiental de áreas contaminadas, asistencia al mejoramiento de espacios comunitarios, asistencia en materia de prevención de la salud, apoyo escolar, campañas de prevención y educación ambiental”.

Se sigue señalando que "la idea es que sean tareas que puede llevar adelante la población de los barrios pobres, con mínima capacitación y con una organización que la pondría una ONG, una iglesia, un club o un movimiento social, para 30 personas como máximo. La ejecución quedaría a cargo de los municipios, encargados también de identificar las tareas a realizar”.

Por su parte Daniel Arroyo en su aporte a la idea identifica cinco sectores de mano de obra intensiva a los que prevén apostar: la construcción, la pequeña escala, la producción de alimentos, la producción textil, el reciclaje y las tareas de cuidado. Un criterio de abordaje del problema que el mismo reconoce que exige primero la capacitación y luego el acompañamiento de todos los involucrados en el programa como receptores.

No podemos dejar de expresar la esperanza que provoca un programa de esta naturaleza, ya que viene a coincidir con reflexiones que en forma reiterada hemos dejado expresadas en forma editorial, al señalar que en un país como el nuestro, productor, como es, de alimentos con los cuales satisfacer las necesidades de medio mundo no podemos sobrellevar en nuestras cabezas la maldición que significa que aquí existan personas con hambre. Al mismo tiempo, se nos ha escuchado repetir hasta el cansancio, que habiendo en nuestro país tantas cosas por hacer, es inadmisible que existan personas sin trabajo.

Todo ello en un contexto que cabría coronar con otra convicción nuestra, cual es que no es cierto que los recursos monetarios y de todo orden de los que dispone el Estado no sean suficientes, sino que lo que sucede es que están mal aplicados o se facilita la posibilidad de que sean robados.

Mientras tanto no se escapan las dificultades, muchas de ellas insuperables, al menos en apariencia, para cumplir las metas que un programa tan ambicioso, como el que acabamos de reseñar, conlleva.

Es que se debe apuntar primero al deterioro de la cultura del trabajo, la que no solo existe en gran parte de los segmentos marginados de nuestra población. A ello se suma una dificultad menor, como es la de encontrar personas con formación y vocación indispensable para poder capacitar a los incluidos en el programa de manera de que ellos puedan satisfacer a la par sus intereses personales como los públicos. A lo que debe agregarse la dificultad de crear una estructura del programa, que a la vez sea burocráticamente pequeña y eficaz, sin olvidar el “desvío” de sus recursos, por deslices éticos, como con sutil benevolencia califica el presidente electo a ese tipo de transgresiones tan comunes entre nosotros.

Todo ello dicho con el convencimiento de que así como debemos abstenernos de sacralizar la pobreza –la única bienaventurada es la de espíritu-, debemos ser conscientes que no podremos llegar a ocupar el lugar que nos corresponde “en el concierto de las naciones” sino salimos todos juntos adelante, sin ningún tipo de exclusiones.

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