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En Argentina los alimentos sobran pero hay gente que no se entera

Hace unos días la cadena de noticias inglesa BBC se ocupó en una nota del hambre en Argentina. Lo que allí quedó al descubierto fue un claro desconcierto ante el hecho de que en Argentina, según a quien se le pregunte, hay entre 1 y 3 millones de personas que pasan hambre cuando al mismo tiempo se producen alimentos suficientes como para satisfacer las necesidades de unas 10 veces su población, esto es para unos 440 millones de habitantes.

Argentina es después de Brasil el mayor productor de alimentos en América Latina, tercer productor mundial de soja, limones, miel y ajo, cuarto productor de maíz, carne y peras, séptimo de trigo y aceites y octavo de maní. Difícil de explicar entonces cómo es posible que 13 de 44 millones sean pobres, y que unos 2 millones de personas sufran un déficit alimentario. Este número puede variar según la fuente, pero son 1,5 millones para la FAO, 2 millones para CEPAL, y casi 3 millones para la Universidad Católica Argentina, quien desde hace un tiempo no muy largo nos ilumina con los reportes que elabora su Observatorio de la pobreza.

Entre esta maraña de números hay también una estadística casi aterradora, que indica que 12% de la producción de alimentos es desperdiciada, y de ese porcentaje 65% corresponde a frutas y verduras, tal vez el rubro alimenticio más caro y nutritivo de todos. En nuestra región, 3 a 5% de la gente pasa hambre por lo que Argentina no está en una situación muy diferente a la de los demás países, pero si es llamativo que quien se ha hecho llamar granero del mundo por décadas esté a la altura de otros países mucho más pobres y que producen muy pocos alimentos.

El informe atribuye tamaño fracaso -entre varias razones- a nuestras políticas públicas, las que nos han sabido regalar 10 crisis en 70 años, producto tal vez de nuestra insistencia en aplicar recetas que supuestamente nos deberían hacer mejores que los demás pero que nos han hecho solo peores. Está claro que una distribución desigual del ingreso no ayuda, o una supuesta falta de generosidad del argentino promedio tampoco, pero la raíz de nuestros problemas parece estar en nuestro especial gusto por los desequilibrios macroeconómicos, caracterizados por alta inflación, un importante y crónico déficit fiscal, y cierta falta de talento en vender productos al mundo que no sean aquellos exclusivamente generados por el campo.

No puede sorprender entonces a nadie que una sensación general de desconcierto sea tal vez el principal sentimiento que se desprenda de esta nota periodística. Nosotros también estamos desconcertados con nuestro país y vivimos aquí todos los días del año. Que produzcamos alimentos para diez veces nuestra población y que igual haya gente que pasa hambre es uno de los varios grandes interrogantes para los que no tenemos respuesta. Lo que si debe quedar claro, y a contramano de lo que los políticos nos han venido diciendo por años, es que políticas populistas de despilfarro indiscriminado, un estado protector pero inoperante, una educación desquiciada, y cero apego a la cultura del trabajo nunca nos hicieron bien y nunca lo harán. Tenemos muchas a favor, como contundentemente demuestran las estadísticas, pero hay algo que definitivamente seguimos haciendo muy mal para seguir estando como estamos. Y ya son más de 70 años sin que podamos salir del agujero en que estamos metidos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa