Lo que deberían cuestionarse estos expertos es porqué les pareció sorpresivo el resultado. Solo quien está demasiado enfocado en sí mismo es incapaz de ver el deplorable estado de la economía, las deplorables prestaciones del estado a los más necesitados y lo prolongadas que vienen siendo estas agonías. El principal activo electoral de Milei es no haber sido parte del proceso empobrecedor de la Argentina. Esa es la parte del voto a Milei que se puede caracterizar como voto-bronca.
No puede negarse que hay bronca en la población, a causa del estado de la economía y de la incapacidad manifiesta de quienes nos dirigen, y de quienes nos dirigieron antes, para torcer el rumbo. El precipicio de la ingobernabilidad no fue una amenaza tan peligrosa, al menos en las PASO, para quienes sienten ya haber caído a causa de los que ofrecen gobernabilidad. Quedarse en el enojo es subestimar a los votantes de Milei. Una subestimación que debe aumentar ese enojo y aferrarlos aún más a su decisión.
En el voto a Milei no solo hay bronca, sino también un componente de esperanza; la esperanza de probar con algo distinto de aquello con lo que hemos probado hasta ahora, para ver si la suerte es otra. Puede parecer una apuesta de alto riesgo, pero las apuestas seguras han dejado retornos mediocres. Milei luce excéntrico, pero tiene un discurso articulado, fácil de entender. La gran contribución de Milei al debate es la de haber cambiado el eje de la discusión: la disputa es por quién ofrece más racionalidad económica, no por quién ofrece más populismo.
Cambiar de raíz la forma de hacer política y de hacer negocios no le va a resultar sencillo, y la gobernabilidad va a ser un tema de los más candentes, si es capaz de repetir su desempeño electoral en octubre. Pero sus votantes no parecen prestar mucha atención a eso de la gobernabilidad, que tal vez asimilen a mantener un statu quo que les resulta intolerable.
Que medien dos meses entre las PASO y la elección general, con un escenario en el que, a priori, los candidatos más votados consideran tener una alta probabilidad de llegar al balotaje, no ayuda a que las penurias económicas puedan ser mitigadas en los próximos meses. Que, a la salida del cuarto oscuro, el ministro Sergio Massa haya dispuesto dejar correr 21% el tipo de cambio y aumentar 21 puntos la tasa de interés es una señal de cuán frágiles están las cosas. Del “antes de devaluar, me voy” del 24 de marzo pasamos a una devaluación sin palabras, sin plan fiscal o monetario conectado, y cuya única finalidad fue tomar aire para transitar esta segunda etapa del cronograma electoral. Massa dejó entrever que el tipo de cambio no se moverá antes de fin de octubre, pero ya vimos que, en ocasiones, el mercado no lo escucha.
En tanto mantenga el rol dual de candidato y ministro, no deberíamos esperar que Massa tome las decisiones más racionales desde el punto de vista de la economía, sino que se siga guiando por las necesidades políticas de su candidatura presidencial. En ese caso, será difícil que los agentes económicos esperen al día posterior a la elección general para dolarizarse.
La ventaja de Massa radica en que la oposición tampoco puede ofrecer gran certidumbre. Casi 60% de los que votaron, lo hicieron por un cambio de rumbo económico más propicio para la actividad privada que el que genera la política económica actual, más enfocada en dotar al estado de un rol preponderante en la economía. Pero la composición de ese 60% siembra otro tipo de dudas. No es lo mismo que gane uno o el otro.
Juntos por el Cambio, que hasta el domingo parecía la oposición más competitiva, necesita ahora un cambio de discurso para competir con chances en octubre. Y Milei, que ahora parece tener más chances de ganar, necesitará demostrar que puede gobernar. Las ideas, a veces, no alcanzan. El verdadero juego se juega en octubre.
Sea como fuere, el experimento de las PASO vuelve a generar dudas respecto de su utilidad para quien es ajeno a la política. Su instrumentación es cara, y su mayor efecto es el de extender demasiado la agonía de la incertidumbre. El pasado domingo volvió a armarse una instancia de inestabilidad política y económica, un hueco de dos meses en el que no estará claro ni quién manda ni quién mandará, y en el camino genera medidas desesperadas, como esa devaluación que generó respuestas caóticas en los mercados, y subas de precios en las góndolas que no sabemos a qué nivel de inflación nos llevarán.