Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Palabras que preanunciaron una tragedia

“Ya estoy podrida de denunciarlo en la Policía y que nadie haga nada, ni la Policía, ni el juzgado, ni nadie. Cuando termine muerta por culpa de él, puede ser que la Policía y el juzgado hagan algo; mientras tanto, vamos a tener que seguir pagando las consecuencias con el gordo [su hijo]â€. El precedente es el texto de un mensaje de WhatsApp que Fátima Acevedo había enviado a una amiga.
Contenido que se hizo público en Paraná, cuando el cadáver de Fátima fue encontrado sin vida (estrangulada), por policías que se habían movilizado luego de que se denunciara su desaparición, varios días después de que ello ocurriera, en las profundidades de un pozo de 18 metros de profundidad.

Por Rocinante

En ese momento, estalló una protesta que con las horas se hizo cada vez mayor y de la que me ocuparé enseguida, y en la que se denunciaba la inacción del Estado. Suponiendo, por mi parte, que era por la inacción estatal en el tiempo (largo o corto, ello no viene al caso) que precedió a su muerte.
En tanto, la pregunta que no puedo dejar de formularme, es qué pudo haber hecho el Estado para anticiparse y desbaratar la tragedia. Un interrogante en el que no está, y así lo remarco, intención alguna de defender ni al Estado, ni a la Policía, ni a los jueces.

Debo mencionar aquí, que es conocida mi postura frente al que, de una manera que reconozco excesivamente benévola, ya que cabe para dejarlo expresado la utilización de expresiones mucho más contundentes rayanas en la grosería, podemos describir como un Estado ausente.

Es que las clásicas acciones que se utilizan en estos casos y ante la denuncia frente a una autoridad pública (prohibición de contacto, botón antipánico, dicho esto a modo de ejemplo, aunque no queda -según supongo- mucho más que agregar) resultan inoperantes ante la determinación de quien, de manera súbita o maquinada, con antelación decide asesinar a una mujer.

Se me ocurre que se da en estos casos una situación similar a la que se hace presente en el caso de una persona que se sospecha de su determinación de suicidarse, o yendo más allá de aquél que ve frustrado su intento. Situaciones ambas dramáticas, frente a las cuales es harto difícil evitar el intento o su reiteración.

De allí que habría comenzado por señalar que no se puede desconocer ni la gravedad del feminicidio como fenómeno social; ni de la necesidad de encarar medidas -de ellas existir- para sino erradicarlo, neutralizarlo en lo que cabría considerar su mínima expresión, de una manera bien lejana a los espantosos promedios actuales de este tipo de acontecimientos.
La reacción social frente a la tragedia consumada
Conocida la noticia de que Fátima había sido encontrada ya sin vida, relata un cronista que el amplio espacio que divide la Casa de Gobierno y los tribunales quedó sin blancos, totalmente ocupado, en su gran mayoría, por mujeres que protestaron. Y que además de hacerlo reclamaban la presencia de los funcionarios que se encontraban en el interior del edificio de tribunales, algo que hacían pidiendo de ellos explicaciones acerca de esa muerte y circunstancias anteriores y posteriores que la rodeaba, y más específicamente, lo que habían hecho para proteger a Fátima.

No está demás añadir, aunque ello no hace al fondo de la cuestión, ya que solo es importante señalar la presencia de funcionarios dentro de edificio, y que la misma era de conocimiento de los manifestantes. Así que ellos eran el procurador general de Justicia, su adjunta y el fiscal de la Unidad de Violencia de Género, además de altos funcionarios policiales que brindaban una conferencia de prensa sobre el hecho mencionado.

Y es aquí donde se hace presente una situación que es curiosa, en la medida en que la misma era en sus alcances, interpretada de una manera diferente por quienes se encontraban dentro o fuera del edificio de Tribunales.

Es que los primeros, es decir los funcionarios, se sentían en una situación de secuestro, la que cabe agregar que se prolongó por varias horas, como consecuencia del temor justificable que les provocaba ver menoscabada su investidura y hasta los riesgos físicos que corrían en el caso de dejar el resguardo que significa el hecho de encontrarse dentro.

En el caso de los segundos, es decir los que esperaban a aquellos fuera, ellos se cuidaban a través de sus voceros de dejar sentado que lejos estaba de sus intenciones que su accionar pudiese verse como un secuestro, y ni siquiera como un amedrentamiento, ya que como queda dicho solo buscaban explicaciones aclaratorias.

Por mi parte, estimo que asistía razón a los primeros de la manera como interpretaban el cuadro de situación que los tenía como protagonistas, ya que la actitud de los ocupantes de esa plaza seca no era manifiestamente amigable; a lo que se agregaba el hecho de que el prestarse a ese requerimiento de los manifestantes, hubiera significado la demolición de toda norma vigente en materia de procedimientos judiciales, además de una falta grave de comportamiento, ya que ello significaba ni más ni menos que dejar de guardar el estilo propio de magistrados, lo que incluía una clase imprecisa de vejaciones.
Más allá de la emergencia de las turbamultas
No creo que a la multitud de indignados paranaenses les quepa la designación peyorativa de turbamulta, entendiéndose por tal, a una multitud confusa y desordenada. Tal como lo fueron las que aparecieron, en diversas versiones, las que se hicieron presentes en recordadas jornadas críticas de principio de siglo entre nosotros. Pero de cualquier manera manifestaciones como esa, y otras mucho menos pacíficas que se han dado últimamente entre nosotros, vienen a dejar en claro esa peligrosa potencialidad latente, que da pie para que se produzcan explosiones de ese tipo.

Máxime cuando existen muchos a los que se ve tirando de la cuerda con ese objetivo, aunque algunos lo hagan de una forma no deliberada; y otros de una manera totalmente impensada, resultado de una ceguera que se muestra casi como suicida.

Todo ello como consecuencia de que a la grieta de la que tanto se habla y poco es lo que se hace para repararla, hace que veamos cómo se avanza en una dirección que vendría a desnudar el propósito de alimentarla aún más.

Es que así como al inglés Lord Acton se lo escuchara decir que todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, fueron varios desde las posturas más disimiles que advierten que toda burocracia tiende a convertirse en una oligarquía, y esta tiene grandes posibilidades de convertirse en tiránica.

Debiendo quedar en claro que cuando en la ocasión se hace referencia a la burocracia, no lo es en el sentido estricto de la palabra, sino haciéndose referencia a la clase o segmento o estamento de toda sociedad estatal e inclusive de grupos sociales paraestatales, que de alguna forma se hace del poder y lo ejerce en su propio beneficio.

Es lo que aquí se observa, cuando se da una brecha cada vez más grande entre los que pertenecen al grupo de los que lo detentan al poder (aunque sea desde una leal oposición) y aquellos que soportan esa situación, circunstancia que en la que los que primeros actúan lo hacen hasta de una manera exageradamente descarada en su propio beneficio.

Y es aquí donde cabe la posibilidad de ver consumada una explosión, cuando como reacción ante un hecho o situación desencadenante, la turbamulta se hace presente, precisamente en esa forma. Ello dado que su espontánea horizontalidad las priva ya de líderes, ya de, por lo menos, referentes.

Es por eso que, una explicación conjetural, a pesar de ello nada descabellada, de lo que sucede en Chile en estos tiempos revueltos, puede pasar por allí, y no por la sola figura presidencial de Piñera.

Hasta se diría que en estos casos, no se asiste a una verdadera crisis de legitimidad, en la cual lo que es puesto en cuestión no son las instituciones, sino aquellos que llenan cargos dentro de ellas; dada la manera que se aprovechan de esa circunstancia en su propio beneficio.

Dicho de otra manera, lo que se pone en cuestión no es el poder legislativo, sino a una mayoría de los legisladores que así actúan. Y lo mismo pasa con la justicia o los sindicatos y aún con asociaciones deportivas.
Un caso especial: el deterioro deslegitimador de quienes imparten justicia y sus auxiliares inmediatos
Debe quedar en claro que, al expresarme de esa manera, no estoy haciendo referencia expresa a ningún magistrado en particular, por cuanto estoy convencido de la existencia de una pléyade de ellos de honestidad probada, de conocimientos jurídicos profundos, y encomiables por su capacidad de analizar y decidir en los juicios que se someten a su consideración.

Pero también es claro de que la imagen que a estar a los resultados de las encuestas de opinión, tiene de ellos la población, metiéndolos a todos erróneamente en una sola bolsa, independientemente del acierto o error de esa calificación, no resulta evidentemente el mejor. Es más, cabría afirmar que esa sensación de desprestigio, la que termina salpicando a la institución, sigue viéndosela crecer.

Y a ello contribuye más que la venalidad real que se da en ciertos casos, y la falsamente atribuida en la mayoría de ellos; una circunstancia compleja (dado que está integrada por diversos elementos entrelazados) que independientemente de que es conocida, no por ello deja de resultar adecuado prestarle atención.
Algunas de las ideas fijas presentes en la gente respecto a nuestra justicia
Me limitaré al enunciado de un solo ejemplo, del que trataré de efectuar un despliegue mayor. Y de allí una referencia principalísima a la sensación de impunidad que se asocia al quehacer judicial. Una sensación palpable para la que existen varias explicaciones convergentes.

Primero, la duración sin precisión alguna del proceso judicial, y mucho menos de la fecha siempre improbable de su sentencia definitiva. Una situación que queda corroborada con la exitosa difusión de la frase aquella referida al hecho de que la justicia tardía no es justicia.

Afirmación esta que, debe reconocerse que tiene muchas veces poco que ver con la forma de actuar de los jueces, y mucho con un sistema procesal que no termina de simplificarse a pesar de meritorios avances. Pero que, en no pocos casos, sobre todo en causas sensibles, ya sea por la condición de las personas involucradas en ellas, ya por los ingentes intereses en juego, se agrega a la habitual parsimonia un tratamiento especial. Por lo demás no es de extrañar que se haga un diferenciado manejo de los tiempos, que pueda llevar a que los casos se muevan a pasos de tortuga como con la celeridad que es cualidad de los galgos más veloces, atendiendo hacia donde sopla el viento.

De lo cual es un caso icónico, el de un expresidente y actual senador nacional arropado por los fueros, que luego de una sentencia condenatoria, consecuencia de un estrago escandaloso, que ha resultado confirmado en instancias, está a la espera de un fallo definitivo por parte de la Corte Suprema.

Pero ese soplar el viento en una dirección determinada, tiene importancia no solo en el aparentemente impreciso manejo de los tiempos sino también en el contenido de las sentencias, donde sobre todo en casos especiales es forzada la interpretación legal y dejada de lado las doctrinas sentadas en fallos precedentes.

¿Acaso no tenemos una sentencia del tribunal supremo boliviano que, ante el reclamo del presidente en ejercicio, que aspiraba a ser reelecto a pesar de lo que indicaba el texto constitucional, cuya reforma había sido rechazada por un plebiscito por él impulsado con ese objeto, lo habilitó para hacerlo fundado en el derecho humano que tiene una persona que ocupa un cargo electivo por un término prefijado a ser reelecto en forma indefinida, a pesar de la existencia de una norma expresa en contrario?
Es la economía, ¡estúpido!
Se dice que Bill Clinton, en plena campaña en dirección a su primera presidencia, encontró el rumbo que lo llevó al poder, cuando encontró escrito con tiza en el pizarrón de una escuela que visitaba, la expresión ¡Es la justicia, estúpido!

Una expresión que nosotros deberíamos adaptar y adoptar, en nuestro caso haciendo referencia a la justicia. Ya que en medio de esta situación casi terminal en la que nos encontramos, el principal recurso con el que podemos contar, es una justicia creíble, quedando claro que sería aquella que en su forma de actuar, ella fuera tenida por tal por todos los argentinos honestos y sensatos que se ubiquen a ambos lados de la grieta.

Triste es que no terminemos de despabilarnos en la materia, mientras que de una manera que aparece como más genérica, lo han advertido nuestros acreedores e inversores potenciales extranjeros.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

Enviá tu comentario