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Tratando de volver atrás de lo que vemos cada día

Estamos hartos de oír hablar de corrupción y de ver desfilar a los corruptos (debo aclarar que siempre me ha parecido un acto repugnantemente vejatorio, verlos en una pantalla de televisión, ante el regodeo de los que asisten a ese inadmisible espectáculo y ante muchos de los que lo miran por TV) esposados, acorazados como caballeros medievales, cosa que evidentemente no son, y llevados casi con los pies en el aire por dos custodios.

Por Rocinante

También nos provoca cansancio moral el ver destapar diariamente escándalo tras escándalo de ese tipo que viene a mostrar hasta donde ha calado la corrupción, no solo entre nosotros sino en todas partes (al sentarme a escribir esta líneas, me entero de que soldados ecuatorianos vendían armas y municiones a guerrilleros colombianos, las mismas que utilizaban para asesinar a otros soldados de su misma nacionalidad, en la desdibujada frontera que separa a los dos países. Y que Keiko Fujimori, la eterna candidata presidencial peruana, sigue enredada por sus vínculos no santos con una celebérrima, y también non santa, empresa constructora brasileña).

Frente a una situación de este tipo, con la mezcla de hastío, embobamiento e impotencia que esa situación provoca, nos encontramos ante el peligro de confundir la corrupción, con una serie discontinua de hechos aislados de naturaleza policial, cuando en realidad son otra cosa, no estamos aquí ante la comisión de delitos seriales, sino de un cáncer capaz de matar a la sociedad.

De allí que se haga necesario que como se dice cada vez más, dado que con cada vez mayor frecuencia estamos acostumbrándonos a que en todos los órdenes el árbol no nos deje ver el bosque, se trata de procurar ver la corrupción, desde una perspectiva que nos permita captarlo de una manera íntegra.

Es así que no está demás comenzar ocupándome de la etimología de la palabra corrupción, que viene a decirnos prácticamente todo sobre su concepto y sus consecuentes realidades.

Es así como corresponde comenzar por la palabra corrupción, que viene del latín corruptio. Es por eso que un latinista actual de una manera nada solemne explica que es una de las hijas del rumpere latino que nombran (y crean, al nombrar, como hacen siempre las palabras) la cacofonía y estridencia de nuestro tiempo. Ilumina en sus variantes a todas las acciones que destrozan, rompen, hacen pedazos, destruyen, rompen cualquier continuidad. Un rumpere que viene precedido por un cum (co, con en nuestra lengua) con lo que se deja bien en claro que ese romper tiene que ser necesariamente un acto compartido, ya que tiene que ser llevado a cabo por lo menos entre dos personas, o sea que tiene que haber como mínimo un corrupto y un corrompido.
Ideas acerca de la corrupción recogidas con lenguaje llano en un periódico
Me he topado alguna vez, con los dichos de un articulista español sobre el tema, del que paso a entresacar algunas ideas que considero relevantes en lo que a la corrupción respecta:

- Se aplica a muchas cosas en general relacionadas con la moralidad y la conciencia en todos los órdenes.

- Si no buscas verla, es difícil encontrarla, porque nadie --ni los mismos corruptos-- quiere reconocer que existe y, de existir, es un secreto.

- Uno corrompe cuando hace que alguien se aparte de la buena conducta -decencia la llama nuestro presidente en una entrevista que leí no hace mucho-y se convierte en corrupto.

- No tiene nada que ver la ideología política. La posibilidad de ser corrupto se reparte de forma igualitaria entre gente de unos y otros partidos.

- Sólo hay otra cosa que iguala tanto a partidos políticos contrarios como la corrupción: la hipocresía. Porque, eso sí, lo disfrazarán. No admitirán jamás la corruptela, excepto si estalla y salpica, como ha pasado aquí y ahora entre nosotros.

- Se hace necesario por eso cuidarse tanto de los santulones como de los progresistas, en los que la corrupción se disfraza de decencia y la conciencia de servicio público.
La corrupción acompaña al poder como la sombra al cuerpo
Pero además de periodistas, existen politólogos y sociólogos que han buceado con más profundidad sobre el tema.

Será por eso que, al consultarlos, me ha llamado la atención una referencia a la corrupción, que me lleva a recordar una acendrada creencia que en otros tiempos arraigó con fuerza entre nosotros: que un poco de inflación resultaba beneficiosa para la marcha de la economía. Es como si se dijera que estar todos los días con un poco de fiebre es bueno para la salud... Y es por eso causa sorpresa encontrar en bibliografía sobre la materia, la idea de que la corrupción entraña determinados beneficios para los países en desarrollo; idea que, como la que se señalaba respecto a la inflación, afortunadamente ha perdido vigencia, mientras la adquiere una visión mucho más negativa del fenómeno.

Pero así como la corrupción es siempre una tentadora y expectante presencia en torno del poder (eso es lo que viene a decirse más arriba cuando se la menciona como su sombra) es importante vincularla no solo con el concepto de moralidad o de la decencia, sino tener en cuenta que ella es también una cuestión de conciencia.

No solo en el sentido de que se la vea como especie de tutoría interior que se esfuerza por llevarnos por el camino recto, sino como conciencia, como comprensión de que la corrupción existe y que es posible darse cuenta de su existencia, y que no da lo mismo comportarse de cualquier manera.

Es así como nunca se le dará toda la importancia que tiene la cuestión de su visibilización social, y de la necesidad de lograrla. Aclaro que con esa expresión se vincula la noción de corrupción a la percepción social del fenómeno. Es así como el sociólogo Heidenheimer (una de las personalidades más reconocidas en los ámbitos universitarios por su versación sobre el tema) ha efectuado una clasificación de la corrupción según el grado de su visibilización, distinguiendo así ente corrupciones negra, gris y blanca.

Donde por corrupción blanca se entiende a prácticas que no son reconocidas como corruptas, ni por la opinión pública, ni por las élites morales de un país. Mientras que en la corrupción negra existe el mismo consenso, pero al revés: todos, élite moral y ciudadanos, están de acuerdo en estigmatizar ciertas prácticas. Es por eso que la ausencia de acuerdo se hace presente en la corrupción gris, lo que implica que lo que unos defienden como corrupción, otros no lo consideran como tal.

Algo que llevaría a preguntarnos hasta dónde se ha visibilizado y nos ha marcado el grado de corrupción en que hemos vivido hasta hace muy poco, el que, como en tantas otras competiciones negativas, parecemos figurar en la lista de los probables ganadores.
El impacto social de la corrupción
Todos los que actualmente se ocupan del fenómeno hacen referencia al impacto negativo y hasta suicida de la corrupción sobre la economía y el sistema de la república democrática de la sociedad toda.

Es que, según se señala, constituye un indiscutible freno para el crecimiento y el desarrollo de aquellos países menos avanzados, erigiéndose en una importante causa de disfunción en los sistemas más avanzados al generar la deslegitimación de sus instituciones.

A este respecto debe, según los autores que sigo, tenerse en cuenta lo siguiente:

- Que la corrupción política sería el abandono de la búsqueda del interés común a través de la deliberación y el libre encuentro de pareceres, dándose solo la búsqueda de intereses y posiciones particulares en detrimento del interés común de la colectividad.

- Que de esa manera se hacen presentes mecanismos espurios vinculados con la financiación extra legal y hasta reñida con la ética, de los partidos políticos y prácticas clientelares.

- Que la corrupción política lleva a la judicial, la que vendría a ser una de sus variantes y se hace presente cuando los jueces están controlados políticamente, por lo que dictan sentencias que se encuentran influidas por los intereses políticos del partido o patrón que los nombró. Es por eso que los jueces corruptos no tienen incentivos para perseguir y controlar la corrupción y la delincuencia, puesto que ellos mismos están involucrados con ella.

- Que en el ámbito legislativo la corrupción hace posible la aprobación de legislación a favor de determinados grupos y en detrimento de otros, a cambio de algún tipo de contraprestación.

- Que no deben pasarse por alto otros mecanismos que contribuyen a consolidar la corrupción como son el abuso de poder, consentir en el uso de las instituciones públicas para reforzar el poder partidista y dificultar la labor de la oposición y el control por parte de la sociedad civil.

- La corrupción, trasmutada en discrecionalidad política a la hora de proveer determinados servicios públicos, permisos o licencias, o para influir en la adjudicación de subvenciones, fondos estructurales y subsidios.
Los factores que explican la existencia de la corrupción en diversos grados
El primer factor causal es de orden cultural y tiene que ver con una cultura en donde prevalece la visión de que las leyes son negociables y donde existe poca o nula presión ciudadana en pos de una actuación política responsable. Cabe aquí aclarar que negociar (donde se hace presente el interés particular y los intercambios que hace posible satisfacerlos) es algo bien distinto a la búsqueda de consensos, en los que la mirada está puesta en la búsqueda del bien común.

Entre los factores sociales se hace referencia a la pervivencia del modelo de relación patrón-cliente, centrada en la figura de un líder político que ocuparía el lugar del patrón, al mismo tiempo que la presencia de un legado autoritario importante.

Al mencionarse los factores estructurales se hace referencia a las desigualdades en ellas que provocan una baja movilidad social y una alta estabilidad de las clases dirigentes, lo que redunda en que lleguen a considerar el poder como cosa propia.

Referido a este factor se añaden alusiones al grado de desarrollo y la configuración de la estructura administrativa de un país dado. Es así como sorpresivamente se indica que el proceso de descentralización administrativa iniciado a raíz de la democratización, multiplica el número de centros decisionales y, por tanto, las posibilidades de corrupción en este país.
Lo que tiene que venir
La lucha contra este perjudicial fenómeno pasa por emprender medidas de diverso tipo y dirigidas a distintos frentes. Es así que debe comenzarse por contar con una administración de justicia que lo sea de verdad de manera de anular lo que un autor describe como el mensaje de que vale la pena ser corrupto, pero sin dejar de priorizar la necesidad de poner en marcha mecanismos para evitar que el propio acto corrupto se produzca.

Entre estas medidas de carácter preventivo se incluirían, entre otras, el establecimiento de mecanismos internos de control en el seno de los partidos, la reforma de la normativa sobre financiación de éstos para hacerla más transparente y la aprobación de códigos éticos en la administración y en el gobierno. Pero, además la necesidad de que en la lucha contra la corrupción se incorporen medidas de carácter estructural encaminadas a tareas de tan gran envergadura, como combatir la desigualdad y educar en valores. Es que mientras que existen tres elementos controlables en la corrupción (oportunidad, incentivos y riesgo), siempre permanece un elemento incontrolable, la honestidad personal.

Es por ello la educación en valores cívicos es una baza fundamental, ya que si no nos sentimos ciudadanos y actuamos como tales, nada vale contar con una mayor transparencia y facilidad. A la vez no es por nada que en los diccionario de nuestra lengua se pueda encontrar esa palabreja, vinculada con las que siguen: adulteración, cohecho, concusión, contaminación, vicio, corruptela, degeneración, depravación, descomposición, necrosis, desmoralización, envilecimiento, extravío, impureza, infección, inmoralidad, perversión, podredumbre, prostitución, soborno y venalidad. Acceso a la información ni la existencia de los formalmente más perfectos órganos de control.

En definitiva, de lo que se trata es de que cada uno de nosotros nos convenzamos y hagamos todo lo posible para convencer a los demás que el portarse bien no es solo un deber moral sino, al mismo tiempo, el más beneficioso de los comportamientos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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