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Son pocos quienes no hayan tenido la oportunidad de ver por televisión las imágenes de un incidente ocurrido en ocasión de la asamblea que, en forma anual, realizan en forma conjunta los integrantes de ambas cámaras del Congreso estadounidense, con el objeto de escuchar al presidente pronunciar su mensaje sobre el “Estado de la Unión”. Una asamblea, esta última, la que en un momento se convirtió en un show mediático dirigido por Trump, bastardeando de esa manera su acostumbrada e indispensable solemnidad institucional.

Pero no se trata de eso lo que nos interesa destacar, sino solo un episodio en dos actos -que en apariencia cabe erróneamente decir que apenas supera lo anecdótico-, que resulta de interés analizar; y del que fueron protagonistas el presidente Trump y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

El primer acto ocurrió cuando haciéndose presente Trump en los estrados del Congreso de su país con ese objeto, Pelosi le tendió la mano, y aquel la dejó deliberadamente con la misma extendida, sin siquiera molestarse en ocultar la suya.

Después, cuando se distribuía la versión escrita del mensaje de Trump, se la vio a Nancy de una manera ostensible tomar en sus manos al documento que se le entregaba y romperlo en pedazos.

Lo relatado tiene una explicación, que quizás como justificación de lo ocurrido nos sirva. Se trata del hecho que Nancy Pelosi, actuando de acuerdo a sus responsabilidades y cumpliendo un claro deber de conciencia, había impulsado con sobrados fundamentos el juicio político del presidente, el que había concluido con la absolución de éste, como resultado del voto de la mayoría republicana del Senado, convertido en un tribunal que desnaturalizó su carácter de tal, por el sesgo manifiestamente partidista que le dio a su actuación.

En tanto, si bien queda en claro que Trump actuó con su reconocida ignorancia de las buenas maneras, no podemos dejar de expresar el dilema en que nos coloca el comportamiento de Pelosi, al momento de evaluarlo, por ignorar si existía otro que como respuesta se ajustaba más a aquellas.

Y si nos hemos detenido tan detalladamente en relatar lo ocurrido, es por cuanto encontramos en la anécdota una oportunidad más de destacar la importancia que tiene el hecho de actuar respetando las buenas maneras.

Respecto a las cuales existieron en el pasado, documentos en el que se agrupaba a las reglas de comportamiento en sociedad bajo la denominación de “código de protocolo”, entendiendo por este una versión acotada, ya que se entendía por tal al “conjunto de reglas de cortesía que se siguen en las relaciones sociales y que han sido establecidas por costumbre”. Palabra que ha extendido sus alcances, para abarcar un gran número de formas de llevar a cabo distintos tipos de procesos.

Y para que quede del todo claro la importancia que ello reviste, se debe tener en cuenta que la etimología de la palabra nos lleva a la latina “protocollum”, la que a la vez nos remite a la griega “protokollon”, que significa “la primera hoja o tapa, encolada, de un manuscrito importante, con notas sobre su contenido”.

Es que no se debe dejar de destacar al respecto que, un sociólogo alemán cuyo ausencia de renombre se contraponía con méritos a los que se les terminó haciendo justicia; en su momento elaboró una teoría acerca de la evolución del “proceso civilizatorio” en el mundo occidental, proceso que lo vinculó con la modificación positiva observable en los comportamientos sociales desde la antigüedad hasta principios del siglo pasado.

Es por eso que un autor, al hacer el elogio de las buenas maneras, señale que ellas son indispensables para “facilitar la comunicación con otros y como método de protección ante el continuo contacto con los demás. Es por eso que debe considerarse que la cortesía convierte a la sociedad en un espacio no solo habitable, sino amable y creativo, y que sin un mínimo de buenas maneras que engrasen los nexos entre los integrantes de los grupos, muchas relaciones serían en exceso tirantes. En cambio, su respeto hace posible que se mantenga una distancia entre los implicados en una relación, incluso entre iguales, que permite preservar un espacio propio y protege de la intromisión”.

Es por eso que debe también quedar bien en claro que un concepto actualizado de ellas da cuenta de una transformación de lo que en su momento era entendido única y exclusivamente como un “ordenamiento de las personas en función de su categoría o estamento”, con el añadido -en muchos casos- de que no se hacía presente la reciprocidad en el trato entre los distintos actores; y de que en la actualidad se ha convertido en un elemento básico de la comunicación.

Y teniendo en cuenta las consecuencias muchas veces trágicas de muchos de los comportamientos sociales actuales, se hace necesario destacar un ingrediente fundamental de las buenas maneras, que se da en el hecho de que las restricciones impuestas en las reglas en la materia, se internalizan transformándose en auto-restricciones, que favorecen la consolidación del dominio de sí mismo, o sea del autocontrol tan difícil de alcanzar en los tiempos que corren.

Dicho lo cual, es necesario destacar que en la actualidad se da una crisis en la materia, la que según un especialista en el tema se debe advertir que “no obedece tanto a cuestiones de tipo ético o a falta de valores, como a la ausencia de referencias claras y a una mayor complejidad social”.

Es el mismo que hace una descripción de un cuadro que no se puede dejar de remarcar; cuando hace referencia al hecho de que "en una sociedad donde hay familias que no tienen mesa de comedor, donde sus miembros comen o cenan en el sofá a medida que van llegando a casa, difícilmente se puede pedir a los niños que no se levanten de la mesa hasta que acaben de comer o que no comiencen hasta que todos estén servidos".

Pero de cualquier forma, existe unanimidad en los estudiosos del tema, en el sentido de que “a pesar de que sea difícil regular un código común para todos los grupos y ámbitos sociales, no quiere decir que haya que renunciar a las buenas maneras. Más bien hay acuerdo en que son imprescindibles”.

Una relación que nos lleva a mencionar situaciones que son causa y efecto de lo expuesto, dado lo cual se las hace necesario modificar, o lisa y llanamente erradicar. Tal el caso del lenguaje y los gestos procaces de los que actúan en muchos de los medios audiovisuales, en los que se combinan groserías que se estiran hasta la obscenidad, con el pobrísimo contenido, cuando no el total vacío de ellos. O el de la utilización de las redes sociales, para -escudándose ya bajo un falso nombre o en el anonimato-, desparramar injurias o calumnias. A lo que debería agregarse otro caso que seguramente a todos nos ha de doler más, cual es la nada perceptible falta de respeto que tantas veces acompaña a la utilización de los celulares.

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