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La probabilidad de éxito del Frente de Todos (FdT) en las elecciones nacionales parece ir en disminución. Los resultados económicos son magros, y el discurso comienza a sonar vacío de contenido, pero determina las medidas que generan esos malos resultados.

Las estadísticas oficiales dan cuenta del aumento de la pobreza, de la pérdida del poder de compra de los salarios, jubilaciones y planes sociales y de la tendencia creciente al deterioro de todas estas variables en el medio de una maraña de inflación para la que no parece haber solución. En el discurso, sin embargo, esos resultados parecerían no importar, pues se insiste con ahondar las medidas que los produjeron.

Transcurridos 41 meses de gobierno, buscar culpas en la herencia, el FMI, los poderes concentrados, la pandemia, o en la fuente que fuere, más que una excusa suena como una autodenuncia de incapacidad para gobernar. Sin duda, medidas equivocadas, basadas en ideas y discursos que en la realidad son inaplicables, no pueden generar buenos resultados.

Si el discurso cree que es posible mejorar el bienestar generar mediante un aumento del gasto público, financiado con emisión de moneda sin límites, mayor endeudamiento público, o reglas que mantengan a raya la volatilidad de algunas variables incómodas, la realidad le demuestra que no es así. Aquellos fuegos de artificio que algunas veces, en el pasado, sirvieron para disimular por un tiempo los males concretos, ya no funcionan. La brutal sequía que asoló al país en los últimos meses tiene y tendrá costos indisimulables. No son sólo los US$ 20.000 millones que no estarán, sino también la actividad económica en las regiones productivas, en los puertos, y en el sistema de transporte, entre otros, además de la recaudación de impuestos como efecto colateral. La sequía fue mala suerte; la reacción del Gobierno es un compendio de malas ideas y de malas prácticas forzadas por necesidades políticas, no por el interés público.

Es el choque de necesidades políticas, al interior del oficialismo, el que ha roto el proceso de toma de decisiones. Ni siquiera la caída de popularidad del FdT ha sido capaz de corregir el proceso durante más que un par de meses.

El conflicto político no es entre oficialismo y oposición, lo que sería sano. Es, ante todo, un conflicto interno de la coalición gobernante. Autopercibido perdedor en las elecciones nacionales, ha perdido la cohesión, la visión de conjunto, como queda manifiesto en el masivo adelanto de las elecciones provinciales. Cada cual atiende su juego.

Incluso entre los dirigentes que aspiran a cargos a nivel nacional vuelan dardos envenenados. Entre el Presidente, el Ministro de Economía, el presidente del BCRA y el resto del Gabinete de Ministros hay resquemores inocultables. Como los hay entre todos ellos y el kirchnerismo más rancio. Estamos frente a una diáspora que, al ocurrir en el oficialismo, redunda en un gran desorden en la gestión.

¿Puede el desorden aguantar hasta las PASO? ¿Y hasta la elección general de octubre, o el cambio de mando en diciembre? Incluso ese plan mínimo está en riesgo, por la sequía. Hoy la economía apenas sobrevive con parches, préstamos de miseria de algún organismo multilateral, y sobre todo con artificios que demandan más y más emisión monetaria, y por lo tanto ponen más y más presión sobre el dólar paralelo y la inflación. Es decir, sobre las mismas variables que han minado las chances electorales del FdT.

El kirchnerismo, que se considera dueño de los votos del FdT, pretende no ser parte de las decisiones de la administración. Pretende diferenciarse de sí mismo, radicalizando su discurso y criticando al Ejecutivo en el afán de recostarse sobre lo que considera su base electoral. No es tarea fácil convencer a la gente de que este no es el gobierno de Cristina, porque en 2019 el voto se ganó justamente porque lo era. Pero el kirchnerismo parece embarcado en esta misión suicida.

Para que con estas condiciones se pueda llegar al fin del mandato sin una gran crisis económica y política no parece ya depender de un cambio de timón imposible de comandar, ni de medidas aisladas que puedan disimular la malaria. Depende de un milagro.
Fuente: El Entre Ríos

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