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Cuando detrás de todo acontecer, se puede buscar una enseñanza

Debo advertir, que no es mi intención eludir esta realidad que tanto nos duele y agobia, dado no solo en cuanto no está de acuerdo con mi actitud ante la vida; sino porqué aún en el caso que hubiera sucumbido a esa tentación, de cualquier forma, a la postre me resistiría a hacerlo.

Por Rocinante

Quiero creer que soy patriota, porque así me siento. Algo que no es lo mismo que ese nacionalismo que lleva tantas veces a despistarse hacia la banquina, dejando atrás de una manera extrema la traza del camino, y que se expresa en esa vocinglería jactanciosamente bravucona amiga de prorrumpir en: ¡Mi Nación, primero!

Dado lo cual, no es de extrañar la molestia que siento al escuchar que el nuestro rápidamente se está convirtiendo en un país invivible y sin futuro, algo que llevaría a tener por aconsejable armar las petacas y emprender la marcha hacia… ¡vaya a saber dónde!

De donde, buscando la manera de no descender de consideraciones en ocasiones hasta abstrusas, que hacen a mi manera de manifestarme; y buscando evitar entreverarme en controversias totalmente inconducentes, es que en la ocasión abordaré las cosas desde otro enfoque.

Sin que ello signifique, a través de la apelación a cuentos y refranes, asumir el rol de un predicador enseñoreado, y por ende pagado de sí mismo, sino buscando con humildad, no exenta de una dosis de picardía, efectuar un aporte a gobernantes y gobernados, y sobre todo a los primeros. En suma, buscando sentirme útil, a través de un entremezclar de aconteceres propios de nuestra realidad actual, con refranes y cuentos.
En boca cerrada no entran moscas
Seguramente son pocos los que no saben de este refrán, pero a la vez, no muchos los que conocen su origen.

Que es el resultado no de la reflexión de un sabio, sino de la extrapolación de un acontecimiento real ocurrido hace siglos, a estar a fuentes que le niegan su condición de leyenda.

Es que sucedió, según la relación que transcribimos, que para encontrar el origen de esa frase debemos remontamos al siglo XVI, concretamente al reinado de Carlos I en España. Hijo de Juana I de Castilla y Felipe I el Hermoso, el monarca y futuro emperador sufría, desde su nacimiento, de una deformación de la mandíbula conocida como prognatismo (deformación facial por la que el maxilar inferior de la mandíbula, acusa un desplazamiento hacia adelante). Esta deformación, que iba aumentando con el tiempo y que le obligaba al rey a mantener constantemente la boca entreabierta, era un padecimiento frecuente entre los miembros de esa monarquía, debido a su carácter hereditario y a los habituales ‘cruces’ endogámicos con familiares pertenecientes a una misma dinastía. La cuestión es que hay testimonios que recogen un episodio sucedido en un viaje a Calatayud del monarca, cuando un lugareño le dijo al rey: “Cerrad la boca, majestad, que las moscas de este reino son traviesas”. Esta frase habría dado origen a la expresión castellana “en boca cerrada no entran moscas”, que hoy en día se sigue utilizando y que se emplea, normalmente, para hacer callar a alguien.

A nuestro alrededor existe multitud de quienes, sin estar aquejados de prognatismo, por una cuestión de sabia prudencia deberían sino mantener la boca cerrada, al menos contar hasta diez, antes de dejar escapar lo que se conocía otrora, como una gansada. Dicho, esto último, de una forma amplísima, que no solo va desde las meras tonterías hasta los exabruptos, sino que incluye palabras que en un entorno tan sensibilizado como el nuestro, llevan irremediablemente a que se produzcan chisporroteos, seguidos muchas veces de réplicas, generadoras de conflictos de nunca acabar.

Lo anecdótico se hace aquí presente, con el empleo de la expresión “Señora presidente”, utilizada por una senadora para dirigirse a quien presidía el Senado de la Nación, en el transcurso de la primera sesión virtual de ese cuerpo. La réplica, que no se hizo esperar, fue la referencia de la así invocada, a la senadora que había utilizado esas palabras, con un escueto “Gracias, senador”. No quiero pensar en lo que pudo haber sucedido en el caso de que la senadora que hablaba desde Tucumán a quien estaba en Buenos Aires, de haber estado ambas en el recinto…

Dentro de ese contexto, es preocupante escuchar a funcionarios señalar verdades a medias (que es lo mismo que decir mentiras, cuando se trata de la mención de frases recortadas y por ende sacadas de contexto) que dan lugar a la posibilidad de enfrentamientos verbales, que conspiran tanto contra la convivencia como van en desmedro del esfuerzo solidario, del cual tanto se habla en estos días, y de lo cual por fortuna, existen tantas pruebas.

Pero lo más grave es esa afición endémica y tan nuestra a entretenernos, como forma de reforzar la posición de los contendientes, en tirarse muertos; entendiéndose con ello no solo el caso de la rememoración del actuar de personas públicas fallecidas a las que se le enrostran determinados comportamientos, sino a experiencias desagradables en las que resultaron protagonistas los propios contendientes.

Es que frente a la complejidad de los problemas acuciantes que se enfrentan, abocarse a su solución exige algo diferente a enfrascarse en discusiones acerca de cuestiones del pasado; ya que lo que la circunstancia exige es atender a los hechos de hoy, mirando desde el presente hacia adelante.

Concluyendo con otro refrán, con el que vengo a admitir las dificultades de volcar en nuestra realidad ese tipo de comportamiento, ya que no ignoro que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
El cuento de la buena pipa
De los orígenes y glosas de un refrán, paso a referirme a un cuento, tal cual como en algún momento supe de él y de su explicación, a las que (ni a uno ni a otra) debo confesar que no le encontré ninguna gracia.

El mismo, en una de sus versiones, es la siguiente:

- ¿Quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?

- ¡Sí! (aquí doy por supuesto que me contestáis que sí... lo que suelen hacer los pobres niños inocentes).

- Yo no digo ni que sí ni que no, digo que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa.

- Que siiiiiii.

- Que yo no digo ni que sí ni que no, yo lo que digo es que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa.

- ¡Pues no!

- Yo no digo ni que pues, no; ni que pues sí, lo único que digo es que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa...

- Pero cuéntameloooooo yaaaaaaaaaa!!!!!

- Yo no digo pero cuéntameloooo yaaaaa, digo que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa…

- Basta, mamá, porfa, quiero que me lo cuentes.

- Yo no digo basta, mamá, porfa quiero que me lo cuentes, yo sólo digo que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa…

... y un etcétera tan largo como la paciencia de niño y adulto permitan...


Según me explicaron, en definitiva no se trata de otra cosa, sino del caso de un niño intentando encontrar la fórmula mágica que le dé acceso al cuento, y el adulto procurando no despistarse y repetir bien repetido todo lo que el niño dice. Dado lo cual, ¿se haría presente la referencia a… la paciencia?

La moraleja de ese no-cuento, según me lo contaron y cuya vinculación nunca pude encontrar, más allá de la profundidad del aserto es que la verdad no siempre es lo que queremos escuchar, y sin embargo no hay que dejar de buscarla, aunque después hagamos de cuenta que nunca nos la dijeron.
Cuando se hace presente el Ministro de la Deuda
Debo confesar que vaya a saber por qué extraña asociación de ideas, al escuchar recientes declaraciones del ministro nacional de la deuda pública (admito que en cualquier momento exista la posibilidad de verlo reciclado en ministro de Economía, ya que a estar a expresiones presidenciales el programa económico gubernamental solo se conocerá una vez dada vuelta la página a la cuestión de la deuda), me vino a la memoria ese no-cuento de una pipa, de la que ignoro inclusive por qué se la tiene por buena.

Es que, en una parte de esas declaraciones, se lo escuchó señalar al funcionario, muy suelto de cuerpo, “queremos convertir a la Argentina en un buen deudor”. De no tratarse la cuestión de nuestra deuda pública, una con gravísimas implicancias para nosotros, y dejando a un lado el respeto que me merece el ministro en lo personal como por su formación intelectual, no puedo dejar de señalar que esa manifestación más que me suene a cuento, me molesta que me suene como un chiste. Obviamente, dando por descontado, que lejos estaba la intención ministerial de pensar que sus palabras pudieran ser interpretadas de ese modo. A lo que se agrega que no puede ser más edificante la meta que encara, de ser realmente ese su propósito.

Pero resulta claro que si es la intención suya manifiesta el convertir a nuestro país en “un buen deudor”, es la consecuencia del hecho que en la actualidad, al menos, no lo somos. A lo que se agrega la circunstancia, de la cual existe, en mi parecer, coincidencia general; la única forma de convertirse en “un buen deudor”, es la de dejar de serlo. Es decir, pagando aquello que se debe, ¡en tiempo y forma!

De donde vendría aquí a hacerse presente una expresión que ignoro si se puede calificar de refrán, apotegma, o de otra manera análoga. Es la que dice que “el hombre es esclavo de sus propias palabras”. Dado lo cual, y descartando la posibilidad de que el ministro estuviera hablando “para la gilada”, por un momento al menos conjeturo de que su intención, por lo temeraria, sería similar a la de lograr resolver el problema de “la cuadratura del círculo”. Ya que, no otra cosa, significa convertirse en un buen deudor, sin pagar lo que se debe.

Dejando constancia de que deseo al ministro la mejor de las suertes en sus gestiones, ya que a ellas está atado nuestro futuro; y que existen momentos en que dudo de la perspicacia de nuestros acreedores. Ya que prestar a un mal deudor, está demás decir cuáles son sus consecuencias.
Fuente: El Entre Ríos

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