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La llamativa crítica de Pichetto
La llamativa crítica de Pichetto
La llamativa crítica de Pichetto
La necesidad de atender a actos deshonrosos del gobierno anterior y otros del actual que provocan bochorno.

De distintas maneras se hace presente en nuestra sociedad la ignominia. Una palabra que, sin que lo percibamos a nivel consciente, siempre está presente cuando, frente a una situación escandalosa u horripilante, decimos… “no tiene(n) nombre”. O, esta vez guardando mayor distancia con el hecho manifestamos hasta vergüenza decirlo.

Es que la misma etimología de la palabra, coincide con el primero de los dichos mencionados, ya que deriva del latinazgo “in nomen” que no significa otra cosa que “sin nombre”.

La ignominia, según aparece en algún diccionario es, en definitiva, la ofensa o afrenta que se realiza de manera pública y que resulta visible para los integrantes de una comunidad. La víctima de la ignominia puede sentirse avergonzada por la acción y sufrir el descrédito social.

Y en los casos a que vamos a referir, la ignominia es doble, porque hace referencia a situaciones en las que como sociedad asumimos el doble papel de victimarios y de víctimas, ya que la afrenta hecha pública por nosotros, retorna para caernos encima como un bumerang, en la medida en que no reaccionamos ante ella.

De allí no otra cosa es la que se hace presente cuando el domingo pasado pudo leerse en algunos diarios que “Más de 600.000 hectáreas distribuidas por el suelo santacruceño integran el imperio de propiedades de Lázaro Báez, cuyo valor la Justicia tasó en 3.058.871.300 pesos; y que en esa inmensa superficie volvió a rondar una sospecha ya planteada: que exista dinero enterrado, dado lo cual la justicia ha comenzado a hacer en ella excavaciones encaminadas a buscar un conteiner que estaría allí, 15 metros bajo tierra, lleno de fajos de billetes de dólares.

Un “tesoro escondido” conteniendo lo que de una manera descalificatoria se menciona como el dinero de la corrupción.

Una búsqueda de resultados improbables, por no decir fantasiosa, ya que encontrar un tesoro oculto acondicionado en esa forma y a esa profundidad, utilizando una frase que en realidad ha perdido su sentido literal entre nosotros, significa no otra cosa que “buscar una aguja en un pajar”.

Lo de “plata enterrada” se nos aparece guardando un lejano parecido con la afirmación aquella del dinero que se guarda debajo del colchón. Aunque, según señalan los “kichnerólogos”, es algo que no debería extrañar, ya que el ex-presidente habría sentido una ojeriza obsesiva, casi una fobia, a efectuar depósitos bancarios ya sea de dinero o de valores.

Todo ello consecuencia de una lección que lo marcó, la que, según dicen, fue el hecho de que hubiera visto diluirse entre sus manos –él, “que se las sabía todas”- los quinientos millones de dólares, fruto de la venta de las acciones de YPF que pertenecían a la provincia de Santa Cruz, los que convirtió en títulos de la deuda rusa, cuyo valor de mercado cayó estrepitosamente. Una macana seria, celosamente tapada hasta el presente, que lo habría hecho adquirir la convicción de que lo mejor es guardar lo que se tiene y lo que se llegara a tener, en dinero contante y sonante.

Cierto o verdad, no lo sabemos. Pero de cualquier manera ignominiosa, que de no ser cierta puede llegar a ser -como lo es- verosímil, en una sociedad como la nuestra llena de ingenuos desconfiados, lo que tan solo resultaría una versión.

Mientras tanto, según información publicada por un diario capitalino, se señala que al filo del fin de semana pasada comenzó a circular en las redes sociales un fragmento de la exposición de Miguel Ángel Pichetto en el Senado en la que el líder de la bancada “Argentina Federal” sorprende con una particular crítica al gobierno nacional.

Específicamente, lo cuestionó por no manejar a la opinión pública a través de medios de comunicación, domesticándolos con la pauta oficial, cuando manifestó que “en las sociedades modernas se construye la política sobre la base de la indignación. Con periodistas que se indignan, con sociedades que están frustradas, que tienen insatisfacciones económicas, el elemento gravitante, mediante el sistema de redes de comunicaciones, es poner los demonios y el infierno en el otro. Y hay que indignarse mucho, todos los días frente a los funcionarios del Estado, de la administración”.

Continuó diciendo que “aparecen economistas que pululan por todos los canales de televisión alentando el fracaso, la derrota, la inexistencia del futuro” Y remató su espiche, dirigiéndose, de una manera más que protocolar personal, a la presidenta del cuerpo Gabriela Michetti señalando que “ustedes lo permiten, porque como no le pagan pauta a nadie, cada uno dice lo que quiere en la televisión argentina… Nadie maneja la opinión pública, en el horario prime time de la televisión, por lo tanto, dicen cualquier cosa de todos”.

O sea que lo normal y natural y que hasta provoca enojo y crispación cuando no se hace, y en el caso particular del gobierno al que perteneció el Senador es lo que se hizo: que se manipule a la opinión pública y “se compre” a los periodistas de manera de disciplinarlos, para no escucharlos todo el día escandalizando y diciendo cualquier cosa ya que al espacio visual u oral, como a las columnas escritas, se las debe llenar de cualquier forma y si son de esas capaces de producir roncha, mejor.

De la ignominia pasamos al bochorno. O sea a esa sensación de “vergüenza ajena” que provocan situaciones como la que vivió el gobierno de Macri cuando se discutió uno de los últimos sábados, la reestructuración ministerial. Es que todo lleva a suponer que es cierto que en esas circunstancias se debatió acerca de efectuar nuevas incorporaciones a nivel ministerial, en casos como el de la cancillería y los ministerios de interior, educación y defensa, sin el aparente conocimiento de quienes hasta ese momento ocupaban esos cargos –todo ello con la excepción del Ministro del Interior, que había ofrecido su renuncia como una contribución a la reestructuración en trámite- y lo que es doblemente bochornoso es que ninguna silla estaba tambaleante, y ante esa situación no dimitieran y siguieran adelante como si nada hubiera sucedido.

Ha sido frecuente que el actual gobierno hable de “defectos en la comunicación” como explicación frente a yerros cometidos. En este caso no puede hablarse de ello, sino de errores formales de comportamiento perdonables, por lo inexplicables.