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Una preocupación casi tan vieja como los hombres, es la que tiene que ver con la comparación entre las distintas formas de gobierno de las sociedades que ellos conforman, acompañada con el intento de esclarecer cuál es la mejor de ellas.

Una prueba de esa circunstancia la encontramos en la supervivencia de la clasificación de las formas de gobierno que elaborara Aristóteles, cuyas diversas categorías: monarquía y tiranía; aristocracia y oligarquía; democracia y demagogia, todavía en muchos casos siguen siendo utilizadas, aunque no siempre con el significado que aquél le atribuyó, y siempre fuera de ese encuadramiento.

En nuestro tiempo, sin perjuicio de tratar de reemplazar por otros los criterios clasificatorios del filósofo griego, existe la tendencia a utilizar denominaciones que tengan que ver con las causalidades –especialmente las de carácter negativo- de quienes nos gobiernan.

No es así extraño que en la actualidad se haga referencia a la “cleptocracia” o sea el gobierno de ladrones o la “cacocracia”, o sea “el gobierno de los malos”.

A su vez, entre este nuevo tipo de descripciones de las formas de gobierno, viene adquiriendo una incipiente relevancia, algo que tendría su explicación, en la notoria mediocridad de la mayoría de quienes componen en la actualidad, no solo en nuestro país sino en todo el mundo, la sedicente “clase dirigente”. Como consecuencia de lo cual se vuelve notoria la ausencia entre ellos de aquéllos a los que, con justicia, cabe aplicarle la designación de “estadistas”, de una forma que suene a auténticamente verdadera.

Se trata del término “ineptocracia”, que ignoramos si ha sido o no acuñado por el intelectual francés Jean d'Ormesson, apodado Jean d'O, un hombre de letras, fallecido en la década anterior, y que fuera miembro de la Academia Francesa.

Es que este en uno de sus textos hace referencia a “la ineptocracia”, a la que describe como el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son los elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías, que sabe han fracasado allí donde se han aplicado, a personas que sabe que son idiotas.

Se trata de una descripción que cabrá tener como acertada, en el caso no sirva para que, en un acto de soberbia –el que no por nada se considera como el pecado capital- no lo entendiéramos como que “los buenos somos nosotros y los malos son siempre los otros”.

Con el agravante que puede darse el caso más grave que quienes se tengan “por buenos”, se eleven a la categoría de lo que un pensador estadounidense ve auto-colocarse en la categoría de “los ungidos”. Los que según el autor “son quienes están convencidos de ser moralmente superiores. No solo creen estar en lo correcto sobre su visión de la realidad, sino que se paran en un plano superior respecto de aquéllos que no solo están errados, sino que son considerados moralmente perversos.

Se trata en definitiva de aquello que pretenden erróneamente demostrar que están predestinados para gobernar y muchas veces, hacen gala del hecho que por esa circunstancia están por encima de las leyes. Y que desde esa suerte de Olimpo, hasta se los ve como en una suerte de graciosa benevolencia –y esto no siempre- mostrarse condescendientes con los menos afortunados, para de esa manera diferenciarse de quienes no han sido ungidos, aunque aspiraban a serlo, quienes han sido justificadamente desechados por ser considerados egoístas, insensibles e inclusive malvados.

Con el agravante, según el mismo autor, que para quienes se sienten ungidos, la mayoría de los problemas del mundo no existen objetivamente, sino que existen debido a que los otros no son tan virtuosos como ellos. Con lo que, como bien se lo destaca, no se trata solo de la visión del mundo y su análisis causal, sino de una visión de sí mismos y del rol moral superior que ellos creen tener.

De todo lo cual viene a desprenderse, que existen tanto la bondad, como la maldad, y que la misma está repartida en proporciones variables entre todos los hombres. O sea que es un grave pecado el sentirse ungido, junto a los de su bando, y convencerse que todos los demás, pertenecen a la categoría de los réprobos.

Que el mérito es una condición que debe ser valorada en cuanto se reconoce su existencia y una importancia que trasciende al que lo ostenta. Y que si el servir a los demás es una obligación de todos, también es fundamental para que toda sociedad pueda desplegar toda su potencia, dar -de una manera responsable- autoridad a los que se los que considera más aptos para lograr ese despliegue, procurando no incurrir al respecto en un error de juicio.

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