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Se ha hecho público un informe de ochenta y tres páginas, conteniendo los resultados de la evaluación educativa Aprender 2018.

Para destacar la importancia que el gobierno nacional asigna a esa evaluación, algo que es casi lo mismo que decir a la educación -aunque no dudamos que una aserción de este tipo levantará infinidad de opiniones en contrario - debe señalarse que esos datos fueron dados a conocer públicamente hace pocos días en un acto, en el que fueron presentados por el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, y el ministro de Educación, Alejandro Finocchiaro.

Por nuestra parte no ignoramos que este tipo de evaluaciones en materia educativa provocan resistencias, disfrazadas de todo tipo de cuestionamientos, todos ellos como una manera de tratar de disimular deficiencias en nuestro sistema educativo; en el que, mal que les pese, además de docentes, sus auxiliares de todo tipo y alumnos, forman parte también los padres y los medios de comunicación social, especialmente los audiovisuales.

Por más que al menos, en el caso de estos últimos, en gran medida esos medios no tienen clara conciencia del papel que juegan en la materia, o aparentan ignorarlo; circunstancia que viene a explicar el rol tantas veces negativo, que juegan en la materia.

Cerrado el paréntesis precedente, debemos señalar que de acuerdo a lo que se conoció en esa oportunidad, el relevamiento incluyó a 574.000 estudiantes de 6° grado de nivel primario que concurren a 19.600 escuelas. Y que en el caso específico de nuestra provincia resultaron evaluados poco menos de 23.000 estudiante pertenecientes a unas 1.055 instituciones, cifra que engloba tanto a los establecimientos estatales como los privados.

Avanzando en el análisis de los resultados publicados sobre la evaluación que nos ocupa, debemos dejar de lado el ruido –porque no se trata ni siquiera de alarmismo- con el que algunos medios presentan la información al titularla indicando que “los chicos de Entre Ríos obtuvieron resultados más bajos al promedio nacional en las pruebas Aprender”, por cuanto aunque se trata de una apreciación correcta, y que como tal no debe echarse en saco roto, de cualquier manera no es significativa ya que la escasa diferencia en las dos materias en las que se bifurca la evaluación –Lengua y Matemáticas- no marcan diferencias significativas entre la media nacional y la de nuestra provincia.

A la vez nos permitimos aliviarnos, y a la vez aliviar a nuestros lectores, de la farragosa mención de cifras y porcentajes, salvo en los casos que no sean absolutamente imprescindibles.

Así nos limitamos a señalar, por una parte, que ocho de cada cien de los alumnos de las escuelas de la provincia que cursaron el sexto grado quedaron en la materia Lengua debajo del nivel básico, mientras que en Matemáticas, fueron veintiuno de cada cien alumnos a los que les ocurrió lo mismo.

Tanto o más importante que lo expuesto es señalar que hubo un incremento de casi doce puntos en el porcentaje de alumnos con buenos desempeños en Lengua desde la encuesta anterior llevada a cabo dos años antes y la de 2018 a la que nos estamos refiriendo, mientras en Matemáticas con un poco de benevolencia se podría decir que se da en dichos desempeños una situación estable aunque preocupante, ya que se percibe una pequeña baja, un resultado inquietante.

Es que la cuestión no pasa por cuál de las dos cosas es más importante, si el aprendizaje de la lengua o el de los problemas matemáticos, ya que indudablemente lo son ambos, sino porque debe advertirse que en el mundo en el que les tocará vivir a lo que son hoy los educandos, cada vez estará más presente la necesidad de contar en la formación de cada uno de ellos con los conocimientos matemáticos a la hora de encontrar trabajo, aparte de la incidencia que tiene el rigor que exige esta disciplina en el desarrollo del pensamiento crítico, ya que el saber razonar correctamente, o lo que habitualmente se conoce como el “pensar bien”, es precisamente una carencia que parece extenderse no solo entre nosotros, sino en el mundo entero como una epidemia.

La comparación se establece entre 2016 y 2018, ya que en 2017 no fueron consideradas en la evaluación esas disciplinas, sino los conocimientos en Ciencias Naturales y Sociales.

Mientras tanto no nos atrevemos a dar un juicio en relación al rendimiento de cada escuela del sistema educativo local, ya que ignoramos la vara que se utiliza para efectuar la medición de los rendimientos, de donde solo contamos que la evaluación actual mostró que el 28 por ciento de las escuelas entrerrianas relevadas estuvo por encima de la media nacional en ambas disciplinas; en 2016 había sido el 25 por ciento.

Quizás los datos más notables, por lo dramáticos, que surgen del informe son los que dan cuenta de la persistencia de las desigualdades en materia de rendimiento escolar de los alumnos, si se establece una correlación de esos rendimientos, con el nivel socio-económico de los hogares de los cuales esos alumnos provienen.

Ello nos lleva a reflexionar acerca de lo que puede hacer nuestro sistema educativo para contribuir a cerrar la brecha que se da entre los segmentos extremos de nuestra sociedad. Aunque partiendo del hecho de que la escuelas públicas han resultado a lo largo de nuestra historia pasada –algo que no se puede decir lamentablemente de la situación presente- un factor no solo democratizador de importancia inestimable, sino además, de “nivelación”, ya que no debe existir elemento alguno que sea más importante que la educación, como herramienta para igualar oportunidades.

Una cuestión en la que solo nos queda sino insistir en un viejo reclamo, que no es solo nuestro y ni siquiera hemos sido los primeros en proponerlo, cual es el dotar las escuelas con mayor cantidad de elementos de todo tipo y a la vez con mayor amplitud de servicios en los barrios con hogares de nivel económico más bajo. Todo ello sin que no seamos conscientes que medidas de esta naturaleza son, por si solas, manifiestamente insuficientes para lograr el desarrollo en todos sus espectros de quienes viven en esas comunidades.

Como se ve, lo que cabría describir como nuestro “drama educativo”, va mucho más allá de los problemas de infraestructura, y de otorgar una remuneración digna por lo suficiente a los docentes.

Una patente prueba de lo cual la tenemos en las tantas “reformas educativas” fallidas que se han sucedido en el último medio siglo; lo que nos lleva a entender que, de lo que se trata es de refundar la educación en función de una nueva escuela, con la misma visión y empuje que tuvo en su momento la escuela sarmientina.

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