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Macri dice que el mundo tiene la culpa de los movimientos en el dólar. Lo que no dice es que no hacemos nada para evitarlo.

Hay un país en el cual el riesgo país lleva más de 10 años experimentando vaivenes inusuales, con picos de casi 40 puntos porcentuales y mínimos cercanos a los la mayoría de los países emergentes. Un país que exporta principalmente materias primas agrícolas; en el cual la deuda pública alcanza el 65% del PBI y está conformada en gran medida por deuda externa; en el que los altos déficits fiscal y de cuenta corriente, causados por los subsidios al consumo de energía y la sobrevaluación de la moneda local provocaron una crisis que forzó un pedido de auxilio al FMI. Ese país es… Ucrania.

Es una foto curiosamente parecida a la de Argentina. Por eso resulta interesante observar cómo se sucedieron los hechos desde aquel primer paquete del FMI. Los problemas de Ucrania comenzaron con la crisis financiera de 2008/2009. Pero en 2014, la invasión y anexión de Crimea por parte de Rusia desencadenó una nueva crisis, que forzó a cambiar el préstamo original del FMI por un Crédito de Facilidades Extendidas, que alargó los plazos a cambio de la aplicación forzada de reformas estructurales. Para que la deuda fuera más sostenible, el FMI condicionó su préstamo a la restructuración de los bonos de la deuda externa. Nada que pueda considerarse sorprendente a la luz de la larguísima historia de acuerdos de préstamo con el FMI en los que los tenedores privados debieron dejar algo a cambio.

Aquello que nos hace vulnerables no es la deuda externa, sino que ésta es consecuencia de nuestra propensión estructural a gastar más de lo que generamos

Es entendible: la llegada del FMI provee durante un tiempo los dólares necesarios para hacer frente a los pagos de los bonos, que sin el Fondo no podrían hacerse. Si con el tiempo no se renueva el crédito, el remedio deberá pasar por reducir el stock de deuda para que pagarla vuelva a ser factible.

Argentina lleva 14 meses sin acceder al mercado de deuda externa y sólo ha logrado cumplir con los pagos gracias a la asistencia del FMI. Cuando ésta termine, a mediados de 2020: ¿seguiremos el camino de Ucrania?

Esto parece reflejar la cotización de nuestros bonos, para los que el auxilio del Fondo apenas significó un alivio provisorio. El fantasma de la restructuración flota en el aire. ¿Será a la ucraniana (o a la uruguaya de 2002) o celebrando un default a la argentina? Los daños que se provocan a la economía y a la reputación son bien distintos en uno y otro caso.

La correlación entre el riesgo-país argentino y el de Ucrania durante los últimos 10 o 12 años es sorprendente, y a la vez no lo es. Ambas economías tienen una dependencia estructural del ahorro externo. Ambas la tienen por causas similares, los recurrentes déficits fiscal y de cuenta corriente. Esta dependencia estructural deviene en los bruscos vaivenes coyunturales a que ambos países son sometidos cuando cambia el clima inversor externo.

En esto tiene razón Macri. La suba del dólar de esta semana fue provocada por temores producidos en Turquía. Y la anterior por cuestiones que ocurrieron en Brasil. Y así, podríamos rastrear varias décadas las razones ajenas que nos condenan al fracaso cíclico.

En Argentina, ningún político parece dispuesto a corregir esto

Pero tener razón no alcanza. Macri no tuvo, en tres años y medio, las ganas o el coraje para empezar a corregir esos factores estructurales que nos hacen dependientes. Porque hacerlo es doloroso y políticamente improductivo. Aquello que nos hace vulnerables no es la deuda externa, sino que ésta es consecuencia de nuestra propensión estructural a gastar más de lo que generamos. Ninguna persona, hogar o empresa puede gastar eternamente más de lo que ingresa; tampoco lo puede hacer un país. Tarde o temprano el exceso y las deudas se pagan. En Argentina, ningún político parece dispuesto a corregir esto.

En 1990, el Ministro de Economía del Perú anunció un ajuste brutal a los 10 días de que Fujimori asumiera. Alan García había dejado una bomba de excesos lista para estallar. Al finalizar su anuncio, el ministro rezó: “y que Dios nos ayude”. Ese año, la economía cayó 16,4%. A partir de entonces, Dios ayudó. Perú lleva 18 años creciendo de manera ininterrumpida, a un ritmo promedio de 5% y una inflación de 2,6%.

No pueden torcer el rumbo los gobernantes timoratos ni los líderes mesiánicos. Ojalá que también nosotros contemos con la ayuda de Dios, para poder salir del círculo vicioso que nos tiene hace 200 años acumulando oportunidades perdidas.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa