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La frase “es la economía, estúpido” se ha vuelto un mantra de la política desde que fuera acuñada por el expresidente Bill Clinton durante la campaña electoral de 1992, que lo llevó a la presidencia de los EE.UU. durante 8 años.

Sin embargo, la economía no parece haber sido el eje central de la propaganda de los candidatos, ni del debate presidencial de la semana pasada, ni del voto popular, a juzgar por los resultados de las dos instancias previas.

Quizás se trate de que el fracaso económico es endémico, y de que los argentinos ya nos hemos resignado a vivir en un estado de crisis económica permanente. O quizás se trate de que hemos descubierto que el fracaso económico no se origina en cuestiones de la economía, como la competitividad o la productividad, sino que viene de otro lado, que provoca, con todo tipo de trabazones fiscales, monetarias y cambiarias, que la economía tenga baja productividad y competitividad y que, como corolario, los ingresos sean bajos. O podría ser que por más resignados que estemos a esta economía maltrecha, no podemos todavía acostumbrarnos a perder también nuestra forma de ser.

En Argentina falla la economía, pero también otras cosas más profundas. El estado de urgencia permanente nos ha hecho violar normas básicas de convivencia ciudadana, incluyendo a la Constitución, con el Ejecutivo habiendo asumido un rol legislativo muy superior al que le confiere el espíritu de la Carta Magna y la democracia siendo manipulada a conveniencia, elección tras elección, de forma de evitar que el soberano elija con libertad aquello que más le conviene.

Se sigue repitiendo eso de que “es la economía, estúpido”, pero ¿realmente lo es? ¿O será el hartazgo con la corrupción desfachatada e impúdica, a la vista de todos? ¿O será el cansancio con que muchos que no producen tengan más beneficios que quienes se desloman de sol a sol? ¿O será que no se aguanta más que incluso algunos empleados públicos de medio pelo lleven niveles de vida de reyes? ¿O será que hay fastidio con que las fuerzas de seguridad sean cómplices del narcotráfico y otras actividades ilícitas? ¿O será que no se banca más que haya empresarios que sólo pueden pelechar si reciben contratos turbios del estado? ¿O será que la opulencia sindical indigna a los trabajadores que reciben salarios de hambre, a las empresas que cierran por los aprietes, y a los desempleados que están desprotegidos? ¿O será que se quiere cortar con el abuso del aparato estatal en beneficio de quien tiene su derecho de uso temporal? ¿O será que hay cansancio con los políticos que aprietan a los ciudadanos a la hora de votar? ¿O será que estamos angustiados por no saber si, al salir a la calle, lograremos volver a casa sin haber sufrido un crimen? ¿O será que no se tolera más que la justicia proteja más al victimario que a la víctima?

Estos y otros motivos parecen estar en juego en esta elección. No sólo la economía es anormal en Argentina. Nuestras formas, nuestras reglas de urbanidad, nuestra leyes, han sido pisoteadas durante tanto tiempo, sin penalidad judicial alguna, que tampoco son normales. El estado de anomia ha sido muy costoso para muchas familias, para muchos asalariados, para muchos empresarios, para muchos trabajadores estatales y miembros de las fuerzas de seguridad honrados.

Es más que la economía lo que debe cambiar para ser un país normal. El hartazgo ocupó el lugar de la esperanza, los candidatos lo detectaron, y lo usaron en campañas cuyo eje fue el cambio. Queda por ver cómo se refleja en el voto.
Fuente: El Entre Ríos

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