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Como de algún modo se ha de empezar, lo hacemos haciendo referencia al “asado con cuero”. Del cual, una descripción que aparece en un libro de cocina inglés dedicado a exóticas prácticas culinarias, lo hace diciendo, “el asado con cuero se basa en un procedimiento por el cual se cocina el animal (vaca u oveja), utilizando al mismo cuero como sostén. Con este método, los jugos, y grasa son conservados por el cuero, consiguiendo una carne suave, blanda y flexible de muy buen sabor”.

Añadiendo que se trata de “un plato típico de la tradición gaucha, si bien se ha destacado como una costumbre representativa en el Río de la Plata a nivel gastronómico”, Algo que en apariencia resulta sobreabundante explicar, dado el hecho que, entre nosotros, son pocos los que no lo han probado, aunque no es tan fácil encontrar quienes lo han visto preparar o cocinarlo.

Paradójicamente, este verdadero manjar es un superlativo exponente de algo que cabría considerar como un ejemplo de “mestizaje gastronómico”, ya que la “materia prima” la trajeron los españoles, que son los primeros que en tierras rioplatenses “descendieron de los barcos”, tal como le disgusta que se lo recuerden a nuestro presidente, por motivos archiconocidos. En tanto “la técnica” la pusieron los indios pampa, aprovechando el generoso procreo de los animales vacunos, que llegaron con aquellos.

De allí que resulte interesante la referencia al origen de esta práctica, la cual según un texto actual que recoge el contenido de una sucesión de otros anteriores, nos dice que “luego de los enfrentamientos entre los colonizadores europeos y los habitantes indígenas en la región de la Pampa, sucedió que una importante cantidad de ganado quedó en estado libre y a la deriva ocupando esas tierras. Al parecer, los indígenas cocinaban la carne con esta técnica pues, si debían huir, podían envolver la carne rápidamente montándola sobre un caballo, sin perder las reservas de comida para la tribu.”

Una forma de prepararlo que permaneció inalterable, luego de que la hicieran suya los gauchos, y de allí ha llegado a nuestros días. Con una primera variante, que es al menos en nuestras colonias gringas –desde donde los ancestros de muchos de nosotros también descendieron de los barcos- con la utilización de diversos tipos de “adobes”, aplicados con peculiares métodos para aderezar la carne, hasta llegar a la sofisticación que significa el “afeitar” al animal, de manera que se lo sirva en la mesa con cuero pero sin pelo. Un “avance en el proceso civilizatorio”. Como con aires de sabiondo, se puede escuchar a alguien pretender explicarlo.

Ignoramos, cuál es la extraña asociación de ideas que nos llevó a hacer esta relación, luego de ponerme a pensar en esa mala costumbre, con raíces profundas en nuestra sociedad, de andar por la vida “sacándole el cuero” a propios y ajenos. En la que nos forzamos en querer encontrar un casi imposible y hasta disparatado paralelo, entre la transición del asado con cuero aquel, con un “despellejado” simbólico, con la del tránsito de la “muerte por degüello” sufrida por quien disgustaba a otros al extremo, común entre nosotros en una época, con el más “civilizado” contentarse con el “sacarle al cuero” a alguien.

Un modismo cada vez menos utilizado, y que según el diccionario es una “acción típica de los que gustan, en una reunión, hablar mal de otras personas, ausentes en la misma.” Uso que, como está sobreentendido, es tan solo lo que se menta como “figura idiomática”, ya que no se alude con ella al hecho de estar “despellejando” a alguien, pero sí es en esa feroz y salvaje práctica –la de “cuerear”- a un animal.

Es por eso que disentimos con ese “deslizamiento” muy propio de los tiempos que corren, que si llega –o si no llega, lo hará muy pronto- a considerar que esa expresión puede aplicarse también en el caso de que el apostrofar lo sea “cara a cara” – o “jeta a jeta”, como hubo tiempos en los que así se los señalaba-; deslizamiento del cual es una señal, el hecho que ahora ese tipo de comentarios malévolos, se lo vocee al público, a través de los medios audiovisuales.

Con lo que da la impresión de que cada vez cae más en el olvido no solo la recomendación sensata según la cual “la ropa sucia se lava en casa”; o lo que es lo mismo, que a cierta clase de “trapos”, lo más prudente es “no ponerlos al sol”.

En tanto este tipo de consideraciones tienen su razón de ser. Es que de esa manera no hacemos sino señalar el hecho que cada vez con mayor frecuencia nuestra involución se hace presente en la verdadera mezcolanza de groserías, con las palabras que se tiene por correcta su utilización en el habla cotidiana. Una tendencia que peligrosamente puede llevar al reemplazo de éste por el lenguaje de los “barras bravas”.

A lo que se suma el que se vuelvan cada vez más frecuentes los reportajes a que se prestan no solo personas que están en el candelero, sin otras que ya han pasado a ocupar un lugar en los cuarteles de invierno, en la que dan cuenta de hechos y comportamientos, que inclusive no resisten la conveniencia de ser incluidas en un libro de memorias, salvo que esté presente en su autor, el propósito de auto dañarse y en simultáneo dañar a otros.

Nos encontramos, en suma, ante otro signo de descomposición social frente al cual, no se debe esperar siquiera un instante en reaccionar.

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