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No se trata de prestar atención solo a los accidentes de tránsito, muchos de ellos con consecuencias desgraciadamente fatales, que en forma casi diaria se producen en las calles de nuestras ciudades, sino también en las rutas que a todas ellas conducen.

Al respecto lo único que podría decirse es que el abordaje del problema, tanto por parte de las autoridades como de los conductores de vehículos no es el correcto, tiene en cuenta que la mayoría de ellos son provocados por una velocidad vehicular que no permite al conductor –no solo en los casos en que marche distraído o alcoholizado o que quede dormido- tener el control del vehículo que maneja.

Indudablemente se hace aquí presente una cuestión de educación, pero también un accionar policial que vaya más allá de hacer que la policía caminera cumpla en forma preponderante exhibirse como meros recaudadores del importe de las multas que ella misma se encarga de aplicar. Pero a lo que queremos hacer referencia es a otra forma de manifestarse la contemporaneidad a que aludimos y que como se ha indicado se hace cada vez más frecuente en la poblaciones de la comarca, inclusive la nuestra que es Colón, cual es que todo lleva a dar la angustiante impresión de que nuestras calles y viviendas han dejado de ser seguras.

Una situación de por sí escandalosa, que en casos como el nuestro se vuelve doblemente de esa manera, ya que uno de los ingredientes más preciados de la calidad de nuestra vida pueblerina, era el estar educados para un mundo en el que poder dejar la casa con la puerta de ingreso tan solo cerrada pero sin hacer uso de cerradura, e inclusive dejar estacionado el automóvil con las puertas sin bloqueo e inclusive con la llave de encendido puesta, lo que no era sinónimo de una conducta irresponsable, sino una demostración de confianza en una comunidad en la que todos se sentían como vecinos auténticos y actuaban en consecuencia.

Hoy todo comienza a ser distinto, a las raterías menores se han comenzado a transformar en atracos y entraderas, muchos de ellos a mano armada. Y se da una circunstancia que alimenta el temor, dado que a la demora, o lo que es aún peor, en el esclarecimiento de los hechos y la aprensión de los culpables, se suma que entre las conjeturas que se barajan, se da la presencia de una con un tufillo a “leyenda urbana” que habla de la existencia de “entregadores” entre los que convivimos en un núcleo urbano, que juegan un papel de “hacer inteligencia” para los malhechores que llegan desde afuera.

De donde es necesario adoptar una serie de medidas para evitar que esa mancha venenosa no se extienda y se vuelva endémica, como sucede en otros lugares de población más concentrada y es mayor el verdadero aluvión de las personas que llega y marchan cada día y donde ninguno se puede sentirse íntimamente seguro, independientemente del lugar en que se encuentre.

Frente a un estado de cosas de este tipo las medidas que están a nuestro alcance disponer pasan por tener en todos los órdenes y maneras mayores cuidados y estar vigilantes –incluyendo prestar atención a lo que de anómalo podemos observar en el vecindario- de manera de hacer lo más dificultoso que se pueda el “trabajo” – porque de esa manera se ha comenzado a conocérselo hasta en personas que se precian de ser referentes populares- de los malhechores.

No podemos hacer sugerencias con respecto al accionar policial, dado el hecho que son ellos y no nosotros los especialistas en la materia. Dado lo cual no no nos parece honesto efectuar juicios respecto a su actuación, porque no es cuestión de buscar chivos expiatorios.

Sobre todo cuando estamos convencidos que la “policía hace lo que puede”. De donde de lo que se trata es de esforzarse en conocer la forma de “hacer ese más” que todos, inclusive ella, necesitamos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa).

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