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Estaba mirando por televisión un noticiero. De repente apareció en pantalla un chico flaco y alto tirándole trompadas en un aula de un pueblo mendocino a su profesor, que mostraba una habilidad para esquivar las piñas, digna de la que tenía, según me dicen, un boxeador argentino famoso, llamado Nicolino Locche.

Todo lo cual se llegó a saber y a permitir que un canal se hiciera una fiesta dando a conocer esas imágenes, porque los demás alumnos que estaban en la clase en lugar de correr en defensa del profesor, consideraron, sino más importante al menos como más divertido, tratar de inmortalizar la trifulca que se presentaba ante sus ojos, grabándola en sus teléfonos celulares.

Una manera de reaccionar ante la escena que no sé si demuestra su solidaridad de grupo con la forma en que actuaba su compañero, ya que por otra parte bien podría darse el caso que hubieran quedado semiparalizados, al ver que uno de los suyos se atrevía a hacer lo que ellos hubieran deseado, aunque no se animaron, hacer.

Aunque también cabría conjeturar, ya que saberlo resulta imposible porque lo grabado fue sin sonido, si entre el grupo de alumnos, además de los que hacían de improvisados camarógrafos, no habría unos cuantos que aplaudían y festejaban esos eficaces esquives del profesor devenido en boxeador escurridizo.

Debo confesar que al terminar la escena no tuve ni siquiera un segundo para preguntarme cuál iba a ser la suerte que iba a correr el flaco y alto, pero algo rellenito, alumno después de sus trompadas sin suerte. Es que en forma inmediata escuché al conductor del programa contar que el flaco descontrolado no había sido expulsado de la escuela, sino cambiado de curso, en su nueva condición de “escolar protegido”.

La verdad es que me puse como loco, aunque el conductor explicaba bien cómo eran las cosas y de qué se trataba. Así lo escuché decir que como la escolarización es una obligación y a la vez un derecho, ante el mal uso del derecho por parte del alumno de cualquier manera no podía ser eximido de seguir cumpliendo con la obligación, que se mantiene inconmovible.

Ya calmo, me puse a pensar en todo eso, porque como ya todos lo saben soy alguien de pensar mucho y de engordar en pensamientos. Por eso mientras, entre dientes, me decía susurrando “escolaridad protegida” no pude menos que pregúntame esta vez para mis adentros, “a cargo de quién está en nuestro país la protección de la escuela, Dios mío”. Porque si se miran bien las cosas es que a la “institución escolar” -según he escuchado alguna vez que la llaman y por eso es esta una buena oportunidad para ejercitarme en el uso de esos términos- da la impresión que cada vez son menos los que la protegen y respetan, comenzado por los propios integrantes de la “comunidad educativa” (otro término para ejercitarme y hacer bandera).

A partir de allí me fui por las ramas, porque me pregunté si mi recién conocido alumno, alto y flaco (aunque rellenito), por casualidad no le pegaba a sus padres. Algo que bien puede suceder en estos tiempos, en que se da el caso de tantas clases de violencia. De esas que se ocupan las leyes con tan poco resultado.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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