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Escudriñando libros al azar, tendremos casi siempre agradables sorpresas, sobre todo en las pobres librerías de viejo, con sus volúmenes manchados de sol, polvo y otras dudosas procedencias. Así fue como encontré este fragmento de una ficticia conversación, entre dos caballeros (dada la época en que transcurre la acción) y a los que llamaremos A y B.

(A) -Creedme: no temáis al truhán ni al malvado, tarde o temprano se les desenmascara. Temed al hombre de buena voluntad equivocado; está en buena relación con su propia conciencia, desea el bien y todos confían en él... Pero por desgracia está equivocado en cuanto a los medios para obtener el bien para todos nosotros.

(B) -Entonces, según lo que decís, preferiríais que nos gobernaran hombres malos.

(A) -No digo eso, pero quiero explicar lo difícil que resulta encontrar a un gran hombre. Un hombre grande debe combinar cualidades extremas y opuestas, casi imposibles de conciliar; debe poseer la voluntad de hacer el bien, que es propia del hombre virtuoso, pero también la serenidad, e incluso la indiferencia que es propia de un malvado.


Es paradójico, sin duda, ¿pero no será esta carencia la causa inmediata de nuestro desbarajuste actual, que se parece un tanto a aquel nudo que no había forma de deshacer sino con un corte filoso y preciso que pocos, si alguno, tiene esa habilidad o ese coraje??

La primera parte de la frase también nos apesadumbra. Desenmascarar truhanes y malvados puede ser algo inútil, cuando la sociedad entera no reconoce sus actos como tales. Ser ladrón no impide ser legislador, ni ser aclamado por multitudes. No se cree en la verdad cuando ésta no gusta, cuando es una valla a nuestros rencores. ¿No ha vuelto acaso a negarse la redondez de tierra? ¿No afirma Noam Chomsky que la gente no cree ya en los hechos?

El autor de esa discusión, es el hoy casi olvidado abate Feriando Galiana (Nápoles, 1728-1787) y figura en el 8° libro de sus "Diálogos".

El título de abate designaba a un clérigo de las órdenes menores, tonsurados pero aún sin poder ejercer como sacerdote. Se los encontraba en Francia y en Italia, y en el siglo XVIII tuvieron su mayor figuración, vinculados a las cortes reales y papales. Se dijo que detrás de cada intriga estaba la mano de un abate, así como esa mano no se resistía a escribir alguna novela nada edificante. Pero, ¿podemos estar interesados en conocer algo de un personaje tan lejano? Sin ser precisamente optimista, no creo que haya alguna vida que no deje alguna enseñanza: para bien o para mal, por algo las vidas de los santos o las geométricas vidas que narrara Plutarco han sido modelos durante generaciones, debemos reconocer que nosotros en cuanto a sanos modelos tenemos pocos o los que valen aún no trascienden. Me refiero, lógicamente, a modelos éticos, que son lo más valioso para una sociedad.

Nuestro abate con 22 años escribió un libro, “De la moneda”, donde trata de sugerir un remedio para el caos monetario que reinaba en la Nápoles de su época. Apoyaba el mercantilismo (maximizar la exportación de bienes manufacturados) y la acumulación de reservas monetarias. Años más tarde, ya secretario de la embajada en Francia, escribió un diálogo: "Sobre el comercio del trigo”, donde se enfrentaba a los fisiócratas (quienes sostenían que la riqueza derivaba únicamente de la agricultura y el desarrollo de la tierra, y propugnaban una liberación irrestricta en el comercio de trigo). El abate creía que había que limitar tanta libertad en relación a lo que ocurría en el país. ¿Hubo o hay fisiócratas en nuestras tierras?

Pero además de un economista, fue un gran humorista y satírico (es probable que estas cualidades sean necesarias a todo economista). Se cuentan de él dos anécdotas divertidas (el humor en esos tiempos era distinto):

En una audiencia, el abate le regala al Papa los primeros mármoles que había desenterrado en Herculino, postrado le dice: "Santidad os traigo las piedras, ¿me daréis los panes?". ¿Cómo podría su santidad negarle una pensión?

El abate no tenía un físico agraciado, era bajo, flaco y feo. Cuando debió saludar a Rey de Francia, ante cuya corte representaba al Reino de Nápoles, le dijo con una reverencia: "Señor, esta es mi caricatura, el secretario vendrá más adelante".

Parece que no en balde se dijo de él que era el mejor amigo para una tarde de lluvia. ¿Y qué mejor elogio podemos recibir?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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