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No se trata de una cuestión de hoy, sino que viene de décadas, pero que está en la actualidad a un punto terminal. Y decimos que viene de décadas atrás, dado que hace de esto hace muchos años, en lo que para que algunas escuelas rurales siguieran funcionando, se daba el caso de “maestros con alumnos incorporados en un solo paquete”.

Una circunstancia difícil de describir como se ve en pocas palabras –las que hemos utilizado tienen un poco de jeroglífico- pero que es fácil de explicar. Es que solía, y suele suceder, que ante escuelas rurales relativamente cercanas a un núcleo urbano, el maestro nombrado para enseñar en esa escuela, a medida que se iba quedando sin alumnos que vivieran en su vecindad, y con la clara intención de “preservar la fuente de trabajo” –una expresión muy de moda en tiempos ya pasados, en los que comenzó a hacerse presente entre nosotros el temor de quedar desocupado, con el añadido de la dificultad muchas veces insuperable de conseguir otro trabajo- se encargaba de completar el número mínimo indispensable para que la escuela siguiera funcionando. Lo hacía recolectando en su vecindario la cantidad de chicos que se encargaba de llevar y traer, transitando el itinerario que unía la localidad donde vivía con la escuela, que gracias a esa esforzada maniobra seguía funcionando.

De donde la escuela permanecía abierta, mientras la maestra siguiese en el cargo. Después… el fin era el drama que viven muchos chicos que han sufrido el cierre de sus escuelas que, tal como era previsible, aunque no hubiera cabal conciencia de ello, por un mecanismo mental que cegaba lo inevitable. Cuando a ella concurría un solo alumno, quedaba desamparado ante la explicable consecuencia de esa situación. Escuelas rurales camino a convertirse en taperas, si no lo eran ya, a pesar de encontrarse funcionando…

Un estado de cosas que si se lo observa con una mirada larga, se explica que la falta de alumnos era consecuencia de la despoblación de nuestro campo, por un cúmulo de circunstancias que no es del caso aquí enumerar. Ya que lo que aquí interesa es reclamar una solución para todos esos chicos que “van quedando como suspendidos en el aire” al dejarlos sin ese “piso virtual” e indispensable para su desarrollo personal que significa la escuela. Luego de lo cual, dejamos sentada nuestra preocupación por el hecho de ver escuelas convertidas en taperas, como más arriba se lo señalara.

Qué es lo mismo que hablar de un templo –iglesia, capilla, sinagoga- librados a su suerte. Cuando se debería tratar de encontrarle un destino de provecho, que permita mantenerla en pie, como una manera de respetar su historia. Es por eso que, frente a ese cúmulo de circunstancias, nos parece adecuado concluir, transcribiendo lo medular de un caso en el que se hacen presentes todas las cuestiones que han quedado planteadas precedentemente, y que ha sido la materia de una nota que dimos a conocer en este sitio digital.

En la que hacíamos referencia a los esfuerzos de la Escuela de Educación Agrotécnica Nº 50 “José Hernández” (Colonia El Carmen, Departamento Colón) para lograr “sobrevivir, creciendo”, algo que es la mejor manera de hacerlo. En esa nota se comienza por señalar cómo directivos de la escuela, con el apoyo de padres y alumnos del establecimiento “se abocaron a conseguir autorización para absorber y rescatar del abandono una serie de edificios en desuso, ubicados en la zona rural del Departamento Colón”.

Se señala que uno de ellos fue el de la Escuela Nº 36 “La Firmeza” (Colonia Juan Jorge), cerrada hace unos cinco años por falta de alumnos, donde montaron un centro de apicultura para prácticas educativas en sus instalaciones, mientras planificaban qué cultivar en el predio lindante. Y proyectaban llevar allí “la línea apícola” de la escuela, porque tiene una sala lo suficientemente grande como para poder trabajar cómodamente. “Trasladando ese sector hacia ahí, lograremos que la parte de apicultura tenga un lugar independiente y no esté sujeta a otros factores”, lugar donde instalarían “unas máquinas nuevas bastante costosas, que se adquirieron a través del Plan Mejora”.

Se destaca que desde la Escuela Agrotécnica al “núcleo Juan Jorge”, de la exescuela “La Firmeza” a 14 kilómetros, los alumnos van en una trafic. De esa manera, cuatro hectáreas que son las originales, más dos donde funcionaba una EFA (Escuela de la Familia Agrícola) y el internado femenino, con el predio del edificio de Colonia Juan Jorge, “nos queda una hectárea y media más para producir”.

Pero hay más: en lo que era la Nº 66 “Enrique Berduc”, ahora hay una forestación: son tres cuartos de hectáreas, en las cuales los futuros técnicos en producción agropecuaria con orientación en bienes y servicios, realizan sus prácticas de trasplante y cuidado de montes. Mientras tanto, también han incorporado al proyecto escolar el edificio de otra escuela que se llamaba “Maipú”, con cuatro hectáreas y media que rodean su edificio, destinadas a cereales para alimentar a los chanchos de su escuela.

Vemos así, escuelas abandonadas y a la vez recuperadas, en un proceso de reconversión. Las de Juan Jorge, Berduc y la llamada “Maipú”. Linda frase la de “escuelas abandonadas y recuperadas en un proceso de reconversión”. Al menos es así como nos suena, porque es lo que fervientemente esperamos para nuestro país.

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