Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Ante cualquier elección, no solo el acto comicial en sí, sino todo el proceso que lo antecede, es un tiempo para que se escuchen palabras de circunstancias. Las que tienen su culminación tanto en los dichos de los candidatos, como en las consideraciones de los comentaristas de medios audiovisuales, durante el transcurso del acto electoral, en el cual “el tiempo parece en verdad suspenderse”; y para decirlo con las palabras del título de un libro de reciente edición, “la moneda está en el aire”.

Ello, consecuencia de esa sensación de suspenso, que en la actual coyuntura viene atenuado por ese estado de desesperanza que, si bien por sus alcances no puede considerarse generalizado, constituye por ese motivo una circunstancia cuya gravedad no se puede soslayar.

Frente a esta penosa, del lado que se la mire, realidad, suenan no ya a grandilocuentes, sino a palabras huecas, frases célebres que se han podido escuchar a lo largo del tiempo, y cuya dosis de verdad es grande, en cuanto deberían ayudarnos a pensar, al momento de votar, sin que ello signifique una receta a tener en cuenta para hacerlo.

Tal el caso de la frase cada vez más olvidada, cual es aquella que urge en el sentido que “sepa el pueblo votar”, que al recomendar hacer lo mejor, nada dice acerca de cuándo debe considerarse que el votante “ha sabido hacerlo”.

O aquella otra, que erróneamente viene a destacar que en el acto comicial “el pueblo ejerce en plenitud su potestad soberana”, cuando decirlo de esa manera cabe interpretarlo que fuera de esas ocasiones periódicas, el pueblo hubiera hecho delegación plena de sus potestades y derechos al gobierno de turno. Con el olvido que los ciudadanos con sus acciones y omisiones vienen a “votar diariamente”, y de allí la necesidad de que se los vea permanentemente preocupados y ocupados en el cuidado y construcción de la “cosa pública”.

Sin dejar de mencionar esa asertiva pero cuestionable frase que, partiendo de una convicción a la que cabe cuando menos relativizar, y que es la cual señala que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, lleva a concluir en que “el pueblo nunca se equivoca”. Cuando, tal como sucede con cada uno de nosotros, esa suerte de persona colectiva que peligrosamente corporizamos en la palabra “pueblo”, es también susceptible de incurrir en el error, y lo único que es irrefutable es que siempre, en mayor o menor medida, va a tener que pagar por ello en el caso de equivocarse.

Dado lo cual la única manera realista de amortiguar el efecto de esas estocadas dolorosas, es aquella que señala que “la democracia -y en estos tiempos de populismo rampante, se debería aclarar que de lo que se trata es de la ‘democracia republicana’-; la democracia –se lo repite- es el menos malo de los sistemas de gobierno posibles”.

Comentarios que refuerzan su validez, frente a un proceso electoral en el cual no se ha hablado de programas y ni siquiera de propuestas, y que poco y nada se sabe de la trayectoria y el comportamiento futuro, y tantas veces imprevisible de los candidatos, en por lo menos algunos de los cuales no pueden resistir la tentación del “transfuguismo”.

Sobre todo, cuando, como suele ocurrir, en lo que respecta a los candidatos hasta su nombre y apellido desconocemos, salvo el caso de las “cabezas de lista”.

Dado lo cual, tan importante es el día de elecciones, como también el “día después”, del que tanto se habla, y todos los otros días venideros hasta el 2023 y de allí en más todos los que sigan, en los que se debe esperar que actuemos con la cabeza fría y un corazón caliente, en la medida en que está abierto de la mejor manera posible a los demás, y en los que los ruegos a Dios –en el caso de los creyentes- vengan acompañados por una acción incesante en la que el beneficio propio sea equitativamente comparable con el beneficio de los demás y el beneficio colectivo.

Una cabeza fría -sin apagar el corazón caliente- que se cuida de abrigar expectativas excesivas, de esas que se traducen en fallidas y frustradas esperanzas, por haber perdido ese sentido de la realidad que hace que la más sensata actitud reside en una manera permanente de esperar lo mejor, mientras se está preparado para afrontar lo peor.

Enviá tu comentario