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Ayelén Acosta integra
Ayelén Acosta integra "Gestionar sin gobernar"
Ayelén Acosta integra
A la Torre de Babel se la sigue mencionando en un sentido metafórico. Pero en torno a ella gira un relato del libro bíblico del Génesis.

En el cual, se comienza señalando que “toda la Tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras”. Pero al emigrar los hombres desde Oriente, e instalarse en una llanura, se dijeron unos a otros: «Hagamos ladrillos y cocinémoslos al fuego». Para después agregar: «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo”. Pero Dios, al advertir lo que estaban haciendo, luego de decidir que su construcción debía cesar, volvió a hablar diciendo “confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros”. Y así sucedió.

Y es eso lo que nos está aquí y ahora ocurriendo, teniendo en cuenta que, por la forma diferente en la que interpretamos los hechos y el significado que le damos a las palabras que utilizamos, da la impresión ominosa que no estamos en condiciones de “entendernos los unos con los otros”.

Una manera confusa de utilizar las palabras e interpretar las cosas, que es el primer obstáculo a superar con el objeto de llegar a “ese acuerdo” del que tanto se habla y cuya iniciación tanto se demora, con las perversas consecuencias que todos estamos sufriendo.

En tanto, para confirmar ese estado de cosas, saldremos de los carriles habituales por los que se debe transitar para encontrar situaciones que lo exhiban claramente. En cambio, nos referiremos a un “emprendimiento”, del cual hemos informado recientemente, el cual no solo viene a confirmar esa confusión que acompaña a factores de mayor entidad y de efectos funestos.

De esa manera, el campo de nuestra visión crítica a esa iniciativa está centrado tan solo en “la confusión” que revela, circunstancia que no solo viene a confirmar lo antes señalado, sino también lo que se enseña, cuando se dice que “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.

Sucede que en Paraná funciona una fundación, que ha lanzado un programa de acción ciudadana, con el objetivo saludable de “colaborar en el cuidado, mantenimiento y mejoras de esa ciudad". Programa al que se lo ha denominado “Gestionar sin Gobernar” (GSG).

A estar a las declaraciones de una de sus integrantes –la cual es, sino una de las promotoras, actúa al menos como vocera, revistiendo a la vez la condición de diputada provincial (JxC-PRO)- se parte de la presunción de que “los cambios se hacen con el empuje y colaboración de todos los que se sumen al programa, involucrándose en un trabajo mancomunado con la sociedad civil”.

El objetivo, tanto de la fundación como del programa, es claro en su intención, pero peca de confuso en su designación e impreciso en su formulación.

Es que, a nuestros propósitos, el interrogante no puede ser otro de si es posible “gestionar sin gobernar”. Un, cuando menos, curioso enunciado, que seguramente tiene su explicación en el hecho que, en el orden nacional al menos, tenemos una estructura conformada por un conjunto de personas, que al no gobernar no están en condiciones de que nada se pueda gestionar, al menos de una manera adecuada.

Es que, si partimos de la dudosa afirmación que el origen del término gobernar está asociado al “pilotaje de un navío”, o sea, la presencia de alguien que lleva el timón con autoridad manteniendo el rumbo para llegar a un destino”, o lo que en un sentido más amplio es “lograr alcanzar un objetivo”, no puede haber gestión sin gobierno. Y, para ilustrarlo, no se nos ocurre mejor ejemplo que el de esas “hormigas que parecen locas”, en la medida que se las ve moverse de un lado para otro, dando la impresión de que no saben adónde van.

De allí que todo grupo humano que se fija un objetivo, tiene que contar con “un gobierno” que se ocupe de fijar el rumbo y mantenerlo hasta alcanzar el destino propuesto. Y que ello, o sea la necesidad de “un gobierno”, lo es tanto en el caso de una macro sociedad, como es el caso de una nación -que es aquélla con la que se vincula habitualmente la idea de gobierno-, como en el caso de cualquier emprendimiento que decide encarar un conjunto de integrantes de la sociedad civil, tengan o no un objetivo de bien público. Ya que también ellos no pueden funcionar, o sea “gestionar”, sin contar con un gobierno.

Podrá haber quienes, entre nuestros lectores, consideren innecesarias, y hasta sin sentido, las consideraciones precedentes. Se trataría entonces del caso de una postura respetable, aunque nos duela. Pero por nuestra parte, seguimos manteniendo la postura fijada ante una alarmante confusión de ideas –por más de ser bien intencionada, un punto que no está en cuestión- que se hace presente no solo en este caso, sino en tantos otros, por parte de quienes aspiran a actuar como referentes sociales.

Confusión de ideas, que desgraciadamente en otros casos, puede ser un síntoma de falencias de mayor entidad. Las mismas que parecen ser un estado de cosas que se da tan solo entre nosotros, si se atiende a voces autorizadas que se muestran preocupados por una presencia generalizada de la mediocridad, en nuestra dirigencia sociopolítica.

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