Las redes sociales han cambiado la relación entre candidatos y electores, pero muchos políticos no parecen haber tomado nota

El resultado de las elecciones PASO del domingo pasado demostró lo azarosas que pueden resultar las urnas para quienes no están adaptados a estos tiempos de información inmediata y de decisiones en las que muchas veces la emoción violenta le gana a la racionalidad.

Mucha tela se ha cortado sobre la influencia que ejerció sobre los resultados del domingo pasado la respuesta acalorada con que María Eugenia Vidal retrucó las críticas del periodista Diego Brancatelli en el programa Intratables. Algo que, aunque difícil de probar, no haría más que reforzar la cuestión de la volubilidad del voto. Algo que para muchos políticos y encuestadores parecería resultar anormal, pero que tras varios desencantos parecería constituir, cada vez más, una nueva norma.

Con seguridad habrá electores comprometidos con uno u otro candidato, pero son minoría. En esto no erran las encuestas: el monto de votos cautivos con que cada uno cuenta es minoritario; la mayoría puede cambiarlo. Por esto mismo, las elecciones se juegan sobre un terreno fangoso, en el que un yerro o un acierto de último momento pueden resultar decisivos para torcer el destino.

La emergencia de nuevos canales de comunicación masiva ha venido a democratizar el acceso a la información, pero también a la propaganda. Por ejemplo: aunque no mucha gente vio la discusión entre Vidal y Brancatelli en vivo, millones la vieron en diferido en distintas redes sociales. Así, mientras nadie atendía a la propaganda prefabricada, esta discusión se viralizó y captó la atención de millones.

En Argentina, según datos recientes, 27 millones de personas usa alguna de las redes sociales, a las que casi 21 millones accede a través de sus teléfonos móviles. De acuerdo al sitio We Are Social, los argentinos pasan un promedio de 3 horas y 13 minutos al día en las redes. Según datos de las empresas, Facebook tiene 23 millones de usuarios en Argentina, que hacen 1100 millones de comentarios al mes. Más de 18 millones de personas utilizan Whatsapp; Twitter tiene 11,3 millones de usuarios en el país; y, probablemente, Instagram no le vaya a la zaga.

Y así, mientras la información vuela a la velocidad de la luz, la mayoría de los políticos y sindicalistas sigue en Neandertal. Cuando se difundan las imágenes de la movilización crítica de la CGT convocada para el martes, el Gobierno podría recibir un espaldarazo similar al que se supone que le dio la crítica refutada de Brancatelli.

Atada a prácticas ancestrales y a encuestas que poco sirven para interpretar lo que ocurre en la vida real, la vieja política pierde posiciones en las urnas. Los largos discursos, los eslóganes repetidos y las movilizaciones masivas sólo llegan a quienes ya están fidelizados. Al resto lo aburre, en el mejor de los casos, o le genera desconfianza.

Forman parte de una metodología perimida a la que sigue abrazada una parte no menor de la política. Constituye un tipo de demostración de fuerza que ya no conmueve en estos tiempos en los que un tuit es capaz de generar cientos de miles de reacciones a favor o en contra con mucho menos desgaste y más efectividad.

Los viejos políticos han pasado a ser muy malos candidatos; las redes los dejan muy expuestos, muy quemados. Transparentan su condición de personajes, más que de personas, y los hacen lucir distantes e inalcanzables con sus caras estiradas y sus dientes perfectos, incapaces de decir algo que salga del libreto prehistórico cuya falta de espontaneidad, viralizada, queda a la vista de todos.

La lealtad partidaria, y hasta la lealtad a un candidato individual, no es lo que era. El voto es voluble, puede cambiar de signo en poco tiempo. Con candidatos desconocidos, pero que aparentan ser personas normales, Cambiemos hizo el truco por segunda vez contra figuras rutilantes. Y el kirchnerismo, abrazado al pasado, acumula tres derrotas desde 2013. Y así será mientras la vieja política no tome nota y siga recurriendo a métodos y figuras de un pasado que ya no atrae.

"Cada persona es un mundo" no es un simple eslogan publicitario: las redes lo hacen una realidad. No sirve un discurso para todos y todas; cada persona decide si "me gusta" y "no me gusta" cualquier tema, en cualquier momento. Quien mejor interpreta estos nuevos tiempos es a quien mejor le está yendo en las urnas. Mientras el resto no puede parar de preguntarse: ¿qué pasó?

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