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Una seudo-noticia sobre la empresa Arcor desnuda la peor cara del periodismo.

“El mal momento de Arcor, símbolo del impacto de la crisis en la economía real” tituló el portal La Política Online en referencia a los resultados divulgados por la empresa el pasado lunes. No contento con semejante titular-catástrofe, el copete de la nota decía que “registró pérdidas por $6.200 millones y en el mercado hablan de una posible reestructuración.”

Aunque luego la empresa desmintió la especie, el daño estaba hecho: llovieron las consultas y no cesaron hasta un par de días después.

¿Qué pasó? El balance de Arcor para el período enero-septiembre de 2018 acumula una pérdida de $6.247 millones. Pero ahí termina la veracidad de la nota. El resto de los números no sugieren ninguna crisis: las ventas crecieron 41% contra igual período de 2017, la ganancia operativa un 88%, la posición de caja creció $2.500 millones en el año y lleva pagados dividendos por $816 millones a sus accionistas pese a invertir más que en 2017.

El tema es que gran parte de la deuda de Arcor está denominada en dólares. La devaluación le generó un efecto contable negativo. Como Arcor exporta y tiene actividades en el extranjero, en el tiempo ese efecto se compensará.

Cabe preguntarse si el tenor de la nota obedeció a la mera ignorancia o la malicia. Arcor parece tener sus sospechas: su comunicado oficial habla de “versiones infundadas y malintencionadas”, a la vez que lamenta la difusión de una noticia que, “con irresponsabilidad, empaña el rol de los medios de comunicación en informar la verdad”.

Hace unos meses hacíamos referencia a que el auge de las fake news respondía al hecho de que el negocio del periodismo estaba en crisis y para paliarla faltaba a su deber natural de informar, pues supone que el escándalo le atrae más público.

La transición crítica que provoca la democratización de la información en los medios digitales ha generado una respuesta defensiva en medios y periodistas. Quizás hayan errado el camino. En perspectiva, el periodismo escandaloso-mentiroso quizás esté acelerando la crisis más que curarla, pues se asemeja a blogueros, trolls, tuiteros y otros esperpentos digitales en aquello que constituye su peor cualidad: la falta de credibilidad. Basta observar la dicotomía entre opinión periodística y opinión popular: en muchas elecciones los candidatos más atacados desde los medios acaban triunfadores. La gente sabe que no todo lo que ve, oye o lee es real.

Uno de los trucos más comunes a la hora de confundir entre lo real y lo que es producto de la imaginación (o la mala intención, como dice Arcor) consiste en usar verbos en condicional. O, en su defecto, poner en boca de un sujeto difuso lo que se quiere decir (en este caso, eso de “En el mercado hablan” - ¿quién es el mercado?).

No queda claro, en la nota de Arcor, si el afán del periodista era dañar al Gobierno (“la crisis en la economía real”) o la reputación de la empresa, una de las más respetadas del país, o la de ambos.

Para lectores, televidentes, oyentes o navegantes de Internet, discernir entre realidad y opinión es cada vez más difícil. En la mayor parte de los portales poco hay de hechos concretos y mucho de opinión. Casi no importa la materia: lo mismo corre para la política que para los negocios, los deportes, la moda o las dietas. “Se dice que” y, con base en un dato aislado, se puede decir cualquier barbaridad. Nadie chequea las fuentes. En cierta forma, el periodismo goza de una gran impunidad.

No puede soslayarse que “en el mercado se habla” cada vez más acerca de que la redacción de muchas notas obedece a la respuesta de los involucrados en tal nota a los aprietes del redactor de turno. Es un secreto a voces que algunos usan el poder que les confieren el medio para recaudar “aportes de campaña”.

Confundir al público respecto de qué es noticia y qué es opinión es un problema. Hacerlo por una inclinación ideológica agrava el problema. Si, encima, la ideología varía según la conveniencia del negocio, la confusión aumenta. Pero si una nota cambia según el aporte de los involucrados al redactor, estamos casi frente a un delito.

El balance de Arcor deja bastante en claro que no hay ningún problema ahí. Los medios harían bien en mirar hacia adentro para descubrir los reales motivos de sus propios problemas y dar con las mejores soluciones para superarlos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa