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Una de las tantas fiestas fuera de protocolo
Una de las tantas fiestas fuera de protocolo
Una de las tantas fiestas fuera de protocolo
Al efectuarse el análisis de la conducta gubernamental y el comportamiento social de la población de nuestro país frente a la “primera ola de la pandemia” se hace referencia sobre todo a una ausencia de comunicación acabada, de la forma en que debe ser encarada la misma por los integrantes de la sociedad respecto a su cuidado personal frente a la emergencia, soslayando la importancia que tiene al respecto la existencia entre nosotros de una disciplina social estructurada en forma saludable.

Entretanto, cabe admitir que ha existido por parte del gobierno a todos sus niveles, los errores en la comunicación de los efectos de la pandemia y los cuidados a adoptar frente a ella, pero se yerra el diagnóstico cuando se encuentra en ella la causal crucial en esa suerte de “rebelión social” observable en distintos segmentos de nuestra sociedad frente tanto a la pandemia como contra las medidas gubernamentales impuestas por aquél para atemperar esos efectos.

Es que al respecto cabría señalar que la desnaturalización de las medidas restrictivas de la circulación de la población, en forma que resultó de una manera errónea excesivamente prolongada, se constituye en una de las causas principales de esa falta de acatamiento señalada a aquéllas.

Pero no se ha valorado en su justa medida, la importancia que ha tenido en esa rebeldía, la “falta de ejemplaridad” notoria en que se han traducido comportamientos inadecuados de nuestras autoridades, las cuales dando muestras de una contradicción flagrante, vienen a devaluar las reglas que ellas habían establecido.

Es así como ha resultado notorio, comenzando con el propio presidente de la Nación, la despreocupación frecuente en el uso del barbijo, o las demostraciones efusivas de aprecio traducidas en reiteradas ocasiones en abrazos, prescindiendo de otras manifestaciones de contacto estrecho, violatorios de la regla del distanciamiento social que, a contramano de esos comportamientos, se pretendía inculcar en la población, como forma de lograr que los mismos se internalizaran y se hicieran carne en todos.

A la vez el “acabose”, o sea la escandalosa muestra mayor de la ignorancia a la imprescindible ejemplaridad se hizo presente con el número impreciso de las vacunaciones al margen de los criterios preestablecidos, la que transformó a muchos de nuestros funcionarios, sus familiares y amigos – y hasta el caso de quienes proclaman su condición de “militantes”, la que es de suponer ponen por sobre todo el cuidado de los demás- en lo que en su momento designamos desde este mismo espacio como “ladrones de vacunas”.

Una calificación que resulta patente ante la presencia de tantos mayores adultos a los que restan aplicar las dos dosis de vacuna, o se le ha aplicado una sola, precisamente por el hecho que de ellas se han “apropiado” haciendo valer una condición de privilegio, los que, al “apropiarse de ellas”, ha despojado a otros de las que deberían haber recibido.

Un verdadero escándalo, como indicamos, cuyas consecuencias no han pasado de convertir al ex ministro Ginés González García como chivo expiatorio de ese desmadre, mientras se ignora la suerte corrida por los desinstitucionalizados “vacunatorios VIP”, de los que no se sabe si han sido desmantelados o siguen funcionando.

Diciendo lo mismo desde otra perspectiva, y utilizando en consecuencia diferentes palabras, no sería extraño que muchos de los “retenidos” en ámbitos policiales, a aquéllos a los que se les ha aplicado multas, o cuentan con procesos abiertos por transgredir normas dictadas como consecuencia de la emergencia vinculadas con el cuidado personal, se preguntarán “por qué a nosotros y no a ellos”, ante comportamientos como los señalados de autoridades, que quienes los ejercen parecen empeñados en manosearla y devaluarla en un “estrujamiento virtual”.

Las líneas precedentes, no implican el ensayo de una defensa a los transgresores de esas normas, sino señalar que la causa fundamental de los mismos no se encuentra en esos comportamientos propios del “cambalache discepoliano”, sino en un fenómeno social de naturaleza perversa que es anterior a la pandemia, y respecto al cual somos altamente escépticos respecto a la posibilidad de las secuelas de la pandemia sirvan para hacerla desaparecer, cual es el grado de desmesura que tiene “la indisciplina social” instalada entre nosotros, que se traduce en una anomia, consecuencia no ya de la ausencia de normas, sino de la ausencia generalizada del respeto a ellas por parte, aunque en grado o proporciones diferentes, de todos nosotros.

Limitándonos a no hacer otra cosa que a orillar la cuestión, ¿cómo pueden los padres encarar la educación de sus hijos, sino comienzan por darles buenos ejemplos? ¿O quienes nos gobiernan hacer nacer en nosotros las virtudes cívicas, por la misma circunstancia?

Concluimos con la transcripción de reflexiones de una intelectual mexicana, demostrativa de que nuestro estado de cosas no es exclusivo nuestro, ya que en otras partes también se cuecen habas, sin que esa circunstancia pueda servirnos de consuelo, ya que nosotros pasamos por listos, y nos indignamos en el caso que se nos tenga por tontos.

- “Es difícil imaginar que sociedades tan individualizadas como la nuestra puedan desarrollar hábitos de disciplina social, sin que haya una conducción firme e inequívoca del Estado para impulsarla. A diferencia de otras latitudes donde invasiones extranjeras (Vietnam), o experiencias recientes con otras pandemias (Japón) han entrenado a la población a asumir una disciplina social en situaciones de emergencia, logrando abatir sensiblemente el daño de la enfermedad sobre la población, en México requerimos de una dirección clara y sin mensajes contradictorios de los gobernantes para normar nuestra conducta en circunstancias críticas como las que vivimos.

- La disciplina social exige la colaboración de la ciudadanía con las autoridades para aceptar masivamente los sacrificios y las restricciones a nuestras libertades y derechos que nos impone la crisis sanitaria. Sin información pertinente y confiable y sin una dirección coordinada de parte de quienes nos gobiernan, no hay posibilidad de que esta disciplina social prospere.

- No podemos seguir dejando que las cifras de enfermos y decesos aparezcan como parte de un escenario normal, cuando se trata de una situación criminal. Hay que insistir, el gobierno tiene la responsabilidad central y directa de fomentar la disciplina social para frenar la cauda irrefrenable de pérdida de vidas humanas”.

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