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Camiones esperando descargar granos
Camiones esperando descargar granos
Camiones esperando descargar granos
En momentos en que la situación del país está cargada de incertidumbre, alimentada en una dimensión principal, por el temor a que los resultados de las elecciones nacionales signifiquen un retorno a los tiempos de la década ganada, -algo que no significaría otra cosa que volver a seguir el camino que ha llevado a Venezuela a vivir como todos conocemos-, es una noticia que todos deberíamos recibir complacidos, la referida a la gran cosecha de granos obtenidas en la actual campaña.

No viene al caso –por otra parte, no somos expertos en la materia- abrumar con números y cifras, tanto referidas a los volúmenes de granos cosechados, ni lo que ello significa en cantidades a exportar y divisas a ingresar a nuestro país, tan necesarias como son, por tantas circunstancias.

Basta para sentirnos satisfechos, el ver imágenes de una larga e incesante cola de camiones esperando descargar, en los puertos del Gran Rosario y otros de las mismas características en otras zona cerealeras como es el caso de los puertos de Bahía Blanca y de Quequén. A lo que se debe agregar el hecho de saber que las tan esperadas y ahora realizadas y concluidas obras de dragado del Río Uruguay, hasta Paysandú, han permitido que el puerto de Concepción del Uruguay esté de nuevo operativo, y que en el mismo se está cargando arroz de nuestra producción provincial, en un barco de bandera liberiana y con el obvio destino de su exportación.

Es que ello nos trae a la memoria uno de los slogans del primer Perón, que no era otro que el de “producir, producir, y producir”. Consigna que si bien sirvió para que la conociéramos hemos hecho poco y nada para llevarla a la práctica, en lo que sería un retorno actualizado – valga el oxímoron- a las épocas en que supimos ser el granero del mundo, y estar en la cúspide de la exportación de carnes, en un país que mereció ostentar con verdad el título del “de los ganados y las mieses”.

Que no se nos mal entienda, suponiendo con lo dicho que nuestra aspiración es un retorno imposible a un país que ya no es, ni tampoco puede ser. Es que de lo que se trata ahora es de “producir” en una amplia gama de productos y servicios y, en el caso de aquellos, exportarlos no como materia prima sino con el mayor valor agregado posible de carácter local.

A la vez que se avanza en la creación de empresas de “tecnología de punta”, como es el caso de la rionegrina INVAP, con sus incursiones en el ámbito internacional, que van más allá del entorno de las tecnologías en materia nuclear.

Mientras tanto, la realidad que nos cuesta admitir, es que somos un país que en términos relativos produce cada vez menos, y como consecuencia de ello el volumen de lo que vendemos allende nuestras fronteras tiene un precio, que resulta insuficiente para adquirir todas las cosas que nos son necesarias para seguir produciendo o para poder vivir mejor.

Una situación que no solo no es casual, sino que tiene una explicación muy simple. Es que si se tiene en cuenta que más de una quinta parte de nuestra población en condiciones de trabajar no lo hace o trabaja de una manera informal e intermitente, y que de la población activa con trabajo formal casi la mitad o un poco más de ella lo hace en los diversos niveles de la administración pública, la productividad promedio per cápita de nuestra población activa, no puede ser no ya la indispensable para que tengamos que vivir en parte “de prestado”, sino que carecemos de los recursos necesarios para encarar los exigidos proyectos de inversión, que nos permitan no solo un mayor desarrollo sino lograr lo que se conoce con el nombre de desarrollo permanente y autosostenido.

No nos referiremos en la ocasión, al tan manido tema de la carga que nos significa tener que mantener un estado hipertrofiado como el nuestro. Tan solo nos referiremos a dos falencias concretas y simples que hablan de hasta qué punto hemos tomado el rumbo equivocado, y que atenta contra nuestra productividad.

La primera de ellas es de un carácter estratégico de toda obviedad. Se trata de que en materia de transporte de carga, la opción –independientemente de sus causas y de que haya sido tomada de una manera deliberada o no- ha sido en favor del camión, en desmedro del tren. Todo ello con dos consecuencias gravosas, cuales son por una parte la diferencia abismal de costo entre uno y otro medio de transporte por unidad de carga; y la segunda el límite que significa para la producción, sobre todo la primaria, de tipos de mercadería en las que el costo del transporte viene a ser mayor al de su generación, la vuelve imposible. Así, para dar un ejemplo, producir soja en Salta y tener que transportarla hasta Rosario por camión, haría que el costo del flete hiciera económicamente imposible su producción.

Algo parecido es lo que sucede en materia educativa, donde la oferta se orienta en direcciones sino contrarias, por lo menos que no contribuyen al desarrollo económico y por ende a una mayor productividad social. A ese respecto, se ha señalado el papel central que tiene en la actualidad en un correcto proceso educativo el aprendizaje intenso por lo profundo de las matemáticas, mientras que los resultados de las evaluaciones en la materia en nuestro estudiantado son decepcionantes. Pero se puede ir más allá, en Singapur o Corea el número de ingenieros o profesiones similares que egresan anualmente en relación a la de abogados o afines es exactamente inversa a la que se da en nuestro país. O sea que allí, egresan anualmente una cantidad de ingenieros similar a la que aquí de abogados, todo dicho sin considerar en sí ninguna profesión más estimable que otra, sino atendiendo tan sólo a la diferencia en el grado de su productividad económico y social.

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