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La gravísima cuestión de los alcances y modalidades de la movilización ciudadana

A la hora de dejar establecido lo que es ya movilizar, ya movilización, intuitivamente nos damos cuenta de que nos movemos entre extremos que difieren grandemente.

Por Rocinante

Algo que confirma el Diccionario, cuando por una parte hace referencia, como acepciones de la palabra a su concepto amplio, cual es el poner en marcha una actividad o un movimiento para conseguir un fin determinado. Y hasta existen aquel tipo de textos que a esa definición agregan ejemplos de la forma en que cabe utilizar esa palabra en una frase, como son los casos en los que señala que la empresa ha movilizado todos sus recursos para salir de la crisis; o los estudiantes se movilizaron contra la nueva ley de enseñanza; o los intelectuales se movilizaron en demanda de libertades; o este equipo de fútbol es el verdadero fenómeno de pasión popular que moviliza y emociona a miles de personas.

Y por la otra empleando la palabra en un sentido más específico, hace referencia a un tipo concreto de movilización, en la que se entiende por tal el convocar a los soldados, incorporar a filas a alguien y reunir el material necesario ante una situación de guerra.

Ante lo cual debemos señalar que en mis subsiguientes consideraciones prescindiré de hacer referencia a la movilización de carácter individual, la que indudablemente existe, en cuanto es dable ver a una única persona accionar en procura de una meta propia. A la vez que entendemos que en la movilización colectiva, en innumerables casos, sino en la mayoría, se encuentra casi siempre presente en forma subyacente un potencial de violencia, algo que no implica que necesariamente este tenga que desencadenarse.

De lo cual cabe desprender que esa potencial gradiente de violencia va desde cero (cuando sus posibilidades de que se haga presente resultan inexistentes) hasta cien cuando es improbable en grado sumo que la violencia en alguna forma y con un número mayor o menor de partícipes, al igual que su variación respecto a sus daños colaterales, no se haga presente.

Yendo más allá, y descendiendo de la abstracción a la realidad, cabría decir que intuyo que la nuestra es una sociedad casi totalmente movilizada, lo que no quita que una minoría de dimensiones oscilantes lo manifieste abiertamente con su presencia grupal en la calle, existe una mayoría en que esa movilización está presente aún mas no sea de una manera potencial (y esto en grados diferentes), o sea en estado latente.

De tener que preguntarme cuán bueno resulta que así sean las cosas, la respuesta estimo que en mi caso resultaría coincidente con la de una supuesta mayoría. Algo que significa que en principio la movilización ciudadana no solo es admisible sino que ella es necesaria, dado que la acción resulta esencial para que cada ciudadano asuma sus ineludibles responsabilidades en la gestión de las cosas del común.

Con la salvedad, también necesaria, de que la misma debe llevarse a cabo de una manera que no ponga en peligro los bienes y los derechos, y procurando no interferir en los acontecimientos de la vida cotidiana de los demás.

A lo que se debe agregar que la movilización ciudadana, en su sentido más amplio no es sinónimo de la presencia física y multitudinaria de quienes lo hacen ya que, como se verá, existen otras formas de manifestarla.
La presencia de una movilización emergente
En los días que corren, y por circunstancias conocidas, la presión tributaria que está golpeando a determinados sectores de la sociedad (en realidad, de una manera u otra a toda ella) en una forma que existe cada vez mayor conciencia de que resulta inequitativa y asfixiante, se escuchan, con cada vez más fuerza, reclamos que se están volviendo colectivos y públicos frente a esa situación. En suma, ellos arguyen de la misma manera que el Estado nacional lo hace frente a los vencimientos de sus obligaciones monetarias con sus acreedores locales y foráneos, señalando que las exigencias en materia tributaria a las que están sometidos resultan impagables, dado lo cual la amenaza de declarar un default por parte del Estado Nacional, el que en su caso se exhibe como una alternativa indeseable al reclamo de quitas al monto actual de sus obligaciones, tiene como contrapartida el reclamo de los contribuyentes a que, cuanto menos, se le reduzca el monto de su carga tributaria (en lo que sería no otra cosa que una quita), bajo la presión de resistirse a abonarla que implica una variedad de acciones que van desde la no cancelación de esas obligaciones, hasta la abstención de toda actividad productiva cuya realización, genere la obligación de pagarlos (en el caso de los agricultores, para dar un ejemplo, reducir el área que siembran, o dejar de hacerlo).

Sin embargo, no puedo dejar de señalar que se debe procurar evitar actuar de una manera alarmista en la materia, en una situación como la actual, que dadas sus características exige de todos, comenzando por los que nos gobiernan el evitar hacer olas. Ello así, sin dejar de recordar la existencia en la historia de las rebeliones fiscales, y que las mismas provocaron consecuencias no solo imprevisibles sino institucionalmente graves.

Es así como no hay que olvidar, para dar un primer ejemplo, que la independencia de las colonias inglesas que conformaron los Estados Unidos, tuvo su origen en la chispa que encendió el cobro de un impuesto al té que ingresaba en una de esas colonias. A la vez, para dar otro, que el gobierno de la presidenta Fernández quedó muy lastimado, con las consecuencias conocidas que tuvo en ella al menos una de sus causas; por la rebelión agraria, porque de eso precisamente se trató, que acompañó a la aplicación de retenciones a las exportaciones granarias.
La naturaleza de las acciones que provocan el descontento de los contribuyentes
Lo que sigue no es nada que se parezca a un manual en materia contestataria sobre el tema, ni mucho menos una apología de este tipo de acciones, sobre todo teniendo en cuenta al lugar que asigno al Orden, al considerarlo uno de los valores principales de una constelación que incluye otros como son la Justicia y la Libertad.

De lo que trata entonces es tan solo de describir un cuadro, que puede servir para que quienes se decidan a encarar este tipo de acciones, tengan clara conciencia del terreno en el que se proponen incursionar. Sobre todo si se tiene en cuenta que nuestro marco institucional, por lo demás maltrecho, es el de la república democrática. Es que dado lo cual frente a una situación como la descripta, se debe hablar de reclamos, y no de resistencia, el que es un término adecuadamente aplicado en presencia de una autocracia.

Antes de continuar, debo destacar que cualquier tipo de resistencia contra la presión tributaria socialmente injusta por lo inequitativa, no debe confundirse con las dos formas más comunes de evasión. Las que son por una parte la evasión propiamente dicha, en la cual se ve al contribuyente eludir el pago de sus obligaciones tributarias, como una forma de hacerse de un capital o incrementarlo, o aumentar sus posibilidades de gastar en lo que no es lo indispensable. Y por la otra la presencia de una economía informal, cuando su incorporación a ella configura un mecanismo de defensa, y no uno de los casos precedentemente descriptos de evasión fiscal.

La rebeldía fiscal es entonces, una variedad de un tipo de desobediencia más amplia que la incluye, cual es la desobediencia civil. A su vez se ha entendido por ésta o sea la desobediencia civil, en sentido amplio a aquellas formas de insumisión al Derecho motivadas por consideraciones políticas o morales que, no obstante ilícitas, guardan una mínima lealtad constitucional, es decir, aceptan el sistema de legitimidad democrático como el más correcto para la adopción de las decisiones colectivas. De donde se aclara, y ello es muy importante de ser destacado la desobediencia civil no es revolucionaria, ni pretende imponer su criterio a la mayoría, sino que respeta las reglas democráticas de cambio político.

A ello se agrega el hecho, como también se ha dicho que los desobedientes actúan por motivos morales. Consideran que las normas que rechazan son normas arbitrarias u odiosas, que repugnan a la conciencia del ciudadano. O sea que la desobediencia civil es una expresión de responsabilidad personal por la injusticia, refleja el compromiso de no colaborar ni someterse a prácticas y normas injustas.

Otra condición se encuentra, en la exigencia de que ella debe ser siempre colectiva, pública y abierta.

Los activistas buscan influir no sólo en sus gobernantes, sino también (y sobre todo) en la opinión pública. Por ello la desobediencia civil suele ser, asimismo, colectiva, y no individual. La publicidad es un medio de persuasión, y no de coacción. Es en este sentido que ha podido decirse que la desobediencia civil es una forma de discurso público, con una función pedagógica.

Dada esa circunstancia es valioso traer a colación la postura de un autor que señala que los desobedientes están dispuestos a asumir las consecuencias legales de sus actos, y a aceptar el castigo previsto para ellos. Quien acepta pacífica y disciplinadamente la sanción que conlleva su comportamiento ilegal está afirmando con ello su respeto por el conjunto del ordenamiento constitucional y por las reglas del juego democrático. La aceptación voluntaria del castigo sirve, además, para diferenciar la desobediencia moralmente motivada de la infracción interesada u oportunista.

Es por eso que debe advertirse que la desobediencia civil es pacífica y no violenta. Y como lo destaca el mismo autor esta condición debe entenderse como una voluntad de minimizar los daños y de restringir el uso de la fuerza en todo lo posible. El uso descontrolado y masivo de la fuerza física es incompatible con la desobediencia civil.

Y es de destacar que todo lo dicho con respecto a la desobediencia civil, puede y debe computarse al momento que se hagan presentes reclamos en materia tributaria.
La movilización contra las injusticias en materia tributaria no significa necesariamente la presencia en la calle de quienes reclaman
Es una equivocada creencia, que se presta a graves confusiones (que en el caso de nuestro país se han vuelto tóxicas) el que la movilización ciudadana sea sinónimo de reclamos multitudinarios callejeros, y que esa sea la única manera de hacerse valer.

Razonamiento, el precedente, que no tiene que ver principalmente, con el hecho de que la nuestra intenta ser un régimen representativo, en el que como dice nuestra ley suprema, el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, sino por cuanto ese mismo reparo se hace presente en el caso de los sistemas de la democracia participativa. Es más, una de las maneras que en un régimen representativo como el nuestro debe ejercer un eficaz control sobre quienes nos gobiernan es precisamente el control ciudadano, que no debe confundirse con el que supuestamente ejerce la opinión pública.

No se trata tampoco de que en infinidad de casos, y aun ejercitando acciones colectivas, se accione contra la justicia, máxime en un caso como el nuestro, en el que la misma con su imagen deteriorada, ha visto muy golpeada su emblema y autoridad.

Pero se me ocurre que en gran medida la alternativa a lo que no son más que puebladas, como en un tiempo así se las conocía, reside en la presencia en la sociedad civil de nucleamientos y asociaciones vivas, entendiéndose las agrupadas en torno a intereses colectivos, eficaces al momento de aportar y controlar a la gestión de los que nos gobiernan. O sea un cambio radical en nuestro enfoque habitual, ya que en lugar de esperar del gobierno, se trata de ir a su encuentro con propósitos de colaboración, control y reclamos.

Otra forma que se nos ocurre de movilización, de volver generalizada una práctica actualmente inexistente, es buscar la manera que se dé un contacto frecuente entre nuestros representantes y nosotros. Ya que la verdad sea dicha, nos encontramos en una situación en la que asistimos a que nuestros funcionarios, legisladores y concejales se olvidan de nosotros, y a la vez nosotros lo hacemos de ellos en lugar mantener un contacto fluido para escucharlos y por nuestra parte para poder comprenderlos, colaborar y por sobre todo atosigarlos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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