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Allá por el 1600, Johanes Kepler formuló su teoría -que para muchos fue espantosa y herética- según la cual la tierra no era el centro del universo, sino solo un terrón más que giraba alrededor del sol. Como creía firmemente que Dios había creado el universo en armonía y orden, aventuró también que a cada planeta le correspondía una nota, la cual contribuía a la música de las esferas celestiales. La tierra cantaba dos notas: mi y fa, que para este astrónomo correspondían a miseria y hambre (famine) las cuales, mal que nos pese, contribuían a esa música celestial.
Queda para uno decidir si en esa teoría musical hay algún consuelo.

Pues lo cierto es que estas primeras décadas de siglo XXl están colmadas de gente que huye. Estas semanas, el Mediterráneo ha dejado de ser noticia y el foco se desplazó, una vez más, a la frontera entre Estados Unidos y Méjico. Cada día, 300 niños tratan de pasar solos la frontera, el 90% termina cayendo en manos de los guardas que custodian el anhelado país. Pero hay un 10% cuyo destino es desconocido, y para el que sobran horribles conjeturas. De 9200 personas rotuladas como ilegales en el pasado marzo, 10% (900) eran menores, en su mayoría adolescentes, pero también los había de 3 ,4 y 5 años. Capturados por los guardas, llamados en la jerga popular “coyotes", son encerrados en las llamadas "perreras” antes de decidir su expulsión. La mayoría de los fugitivos no son mejicanos sino hondureños, guatemaltecos y sansalvadoreños que han caminado todo Méjico para llegar a Estados Unidos, una tierra que no les fue prometida.

El presidente Trump quiere ahora castigar a Méjico aumentado los aranceles de importación de productos mejicanos a los Estados Unidos. El incremento que comenzó siendo de un 5%, será aumentado mensualmente y pondrá en crisis a muchas manufacturas mejicanas, entre otras la automotriz, cuya radicación en las tierras "calientes" fue en parte responsable de la decadencia de Detroit y otras ciudades norteamericanas, donde el costo de la mano de obra era mucho más caro. El presidente Trump piensa castigar así la ineficiencia del gobierno mejicano en trabar esa emigración centroamericana que golpea sus fronteras.

Claro está que a una situación dramática a un lado, corresponderá alguna otra del lado opuesto. Un hombre joven, llamado Scott Warren, enfrenta en estos días un juicio, en Tucson, Arizona, bajo los cargos de ofrecer agua, comida, ropa limpia y una cama a dos emigrantes indocumentados. El juicio, que terminará el 7 de junio próximo, puede acarrear al Sr. Warren una condena de 20 años de prisión. Ya en el año 2017 Warren había sido arrestado por dejar abandonados en el desierto bidones de agua y comida enlatada, que bien supondría ayudarían a alguno.

No faltan aquellos que probablemente con razón insisten en la necesidad que los Estados Unidos reconozcan su responsabilidad en el papel que jugaron en el desplazamiento masivo y migración de esos pueblos, sin duda cómplices y victimas de erradas políticas económicas y sociales.

Otra foto en cierta forma horripilante fue la multicolor fila de andinistas que pugnaban por llegar a la cima del Monte Everest, en Nepal. Esa hazaña deportiva ha sumado esta temporada más de diez víctimas, entre ellas los mismos guías, veteranos de esas lides. En la cima del Everest parecía no haber ya lugar. No dejo de pensar que en ese anhelo de llegar al más alto, sorteando tantos peligros, se esconde una huída del mundo o de la vida tal como se nos ofrece y conocemos.

Sí, en estos días, la tierra como creía Kepler, parece cantar miseria y hambre, pero no solo miseria material, no solo hambre de comida.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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