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Una cuestión a la que no se le presta la atención que merece, es al proceso que lleva a la extinción de una lengua que de ser una “lengua vida” pasa a ser una “lengua muerta”.

Profundizando la cuestión, cabría señalar el hecho que según alguna enciclopedia, se llama “lengua muerta” o “lengua extinta” – y no sabemos porque no, “lengua difunta”- a “una lengua que no es la materna de ningún individuo vivo, y por tanto tampoco se usa en ninguna comunidad natural de hablantes.”

Y que, para aclararla aún más, se señala que “algunas lenguas muertas continúan en ciertos usos, como segunda lengua, lengua clásica o lengua litúrgica, aunque la lengua ya no sea adquirida por nadie como lengua materna, como sucedía hasta no muchas décadas atrás en el caso de las misas en la Iglesia Católica. Aunque en esos casos, la lengua –de hacerlo- no se sigue el camino normal de evolución y desarrollo que ocurren a lo largo del tiempo en las lenguas vivas.”

A su vez, no podemos dejar se señalar el proceso inverso excepcional, del que por nuestra parte solo conocemos un caso, cual es el de la lengua hebrea, en su empleo, y a la que un lingüista judío ha hecho referencia. Lo hizo al señalar que “el hebreo era una lengua fósil. Los siglos lo habían anquilosado y lo habían convertido en una herramienta arqueológica, de vitrina de museo. Era un lenguaje esotérico, que sólo los sacerdotes y los eruditos de ´hebraísmo¨ comprendían y manejaban como aquel quien observa una colección de mariposas plantadas con una aguja en las estanterías de un museo”. Y que ahora nos vemos sorprendidos al ver a nuestro embajador Urribarri, empeñado en hacer en ella sus “primeros pininos” como la única manera de lograr una integración plena con la comunidad en la que nos representa.

Pero si de las lenguas, pasamos a las palabras, cabría hacerse la misma pregunta. Aunque lo que se nos ocurre, es que existe aquí una posibilidad mayor de que lo correcto sea hablar de palabras en “estado de latencia”, ya que puede darse el caso que términos que ya se suponía definitivamente sepultados en el olvido, se los ve rescatados de él por fortuitas circunstancias, y de esa manera se reanimen y vuelvan a mostrarse vivas.

Algo que nos parece menos inverosímil es ver palabras vivas, que cuando no se las escucha con un significado que ha mutado, se lo ve descripta y utilizada de una manera sino más precisa, al menos de una manera con la que viene a dar cuenta de una perspectiva más amplia, que viene a sorprendernos.

En estos días, acaba se hacerse presente un caso, que resulta ejemplo de esta mutación amplificadora de los significados posibles de una palabra, como consecuencia de las protestas anti-racistas originadas por el asesinato del americano (nos disgusta hablar de “afroamericano”- George Floyd por la policía de Minneapolis; el cual de esa manera y en forma retrospectiva, vio su muerte convertida en un magnicidio, dado el sentimiento mundial de indignación que provocara y que se sigue manifestando.

Entre las consecuencias de lo sucedido, no es la menos importante la verdadera “sacudida” que ha provocado lo acontecido en el concepto de “racismo”, a estar al hecho verdaderamente extraordinario, cual es que el Merriam-Webster, uno de los diccionarios más reconocidos del idioma inglés –editado en los Estados Unidos- cambiará su definición de racismo a partir del pedido de una joven americana de raza negra.

Hasta este momento, en el aludido diccionario, se le reconocía a esa palabra las siguientes acepciones:

“1. creencia de que la raza es el determinante principal de los rasgos y capacidades humanas y que las diferencias raciales producen una superioridad inherente a una raza en particular.

2. doctrina o programa político basado en la asunción del racismo y diseñado para ejecutar sus principios y el sistema político que es su consecuencia.

3. Prejuicio racial o discriminación.”

En tanto, hace de esto pocos días, una agencia noticiosa internacional ha hecho saber que Kennedy Mitchum, una joven negra recientemente graduada de la Universidad de Drake, en Iowa, le sugirió a la empresa editora de ese diccionario, que incluya en su definición de racismo una referencia a la existencia de un “estado de opresión social sistemática.”

Y que se ha visto, como algo extraordinario, y en realidad lo es, el hecho que esa estudiante ha logrado su objetivo, ya que la editorial ha aceptado incluir como cuarta acepción del término, precisamente el cual la inquieta estudiante había sugerido.

Dado lo cual, en adelante, se considerará como la forma más acabada de racismo, un prejuicio en la actitud de rechazo frente a las personas racialmente diferentes, impregna en forma sistémica al poder social o institucional. O dicho de una manera simplificada “un sistema de ventajas, basado en el color de la piel".

El racismo, entonces, como una forma de opresión social. Al respecto cabe agregar que de esa manera, y entendida entonces como el estado de cosas que se hace presente cuando un solo grupo en la sociedad se aprovecha y ejerce poder sobre otro grupo valiéndose del maltrato y la explotación, se asiste a una situación que, a la vez, se traduce en dominio y subordinación.

De allí que tan importante como efectuar su descripción, sea señalar el hecho que la opresión persiste porque la mayoría de las personas no la reconocen; es decir, la discriminación a menudo no es visible para quienes no están en medio de ella. Algo que nos lleva a la necesidad de que se vuelva visible toda forma de opresión social, a la vez que se implementen los mecanismos indispensables para procurar de lograr erradicarla.

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