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Piden 'que se hagan cargo' del déficit de la Caja
Piden 'que se hagan cargo' del déficit de la Caja
Piden 'que se hagan cargo' del déficit de la Caja
Alguna vez escuchamos de boca de un sabio, y por ende prudente gobernante, de los que ya casi no quedan, y que incluso tentados estamos de caer en la exageración de decir que es casi imposible encontrar alguno que lo sea, hablar de “esas cosas” que tomamos erróneamente por vagas generalidades, y que hacen en verdad al buen gobierno, y aún a la vida misma.

Es así como se lo escuchaba decir, que quien asume una posición de dirigente -que incluye, por supuesto, la de gobernantes y de los que también, como en el caso de estos últimos quedan pocos, al mismo tiempo que es cada vez mayor el número de “referentes”-, que son aquellos a quienes precisamente aludía, debían ser parcos en el hablar y a la vez, expeditivos y eficaces en el hacer. Y a modo de explicación de su nada concisa parrafada, señalaba inclusive algo que en los tiempos actuales es casi un imposible, cual es “dar noticia de las obras cuando estuvieren terminadas, y no antes”, y “de anunciar toda decisión gubernamental, recién después de que la misma ya ha sido tomada”.

Nos encontramos de esa manera en lo que cabría calificar como una mixtura de un viejo refrán, y de una máxima que el primer peronismo hizo suya, ya que de esa manera no se hace otra cosa que comenzar por recordar que “en boca cerrada no entran moscas”, algo que lleva a concluir con lo que es su consecuencia, cual es que “mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar”. Una manera de proceder que los romanos en su escueta y a la vez precisa lengua, cual era el latín, lo expresaban ajustando su conducta a eso del “res non verba”, algo que en una traducción casera vendría a querer decir “cosas y no palabras”.

En realidad, esta introducción apenas si tiene que ver con lo que sigue, pero de cualquier manera resulta sano empezar con ellas en estos tiempos que no sabemos si decir que estamos indigestados de palabras, o si cada día que pasa aparecemos como más enredados por ellas. Con sus dañinas consecuencias que nos lleva a enamorarnos de los relatos, de esos que pocas veces se convierten o se reflejan en hechos.

Todavía con el agravante que, procediendo de esa forma, se pone en peligro de supervivencia a lo que cabe considerar como la argamasa de toda sociedad, cual es la invariable presencia de la “confianza pública”. Entendiendo por tal un concepto globalizante, que lleva a colocar en una misma bolsa a “la confianza recíproca” valiosamente imprescindible, entre los miembros de una comunidad, y la “confianza que se debe depositar en quienes gobiernan en nuestro nombre”, y que se debe esperar que ejerciten atendiendo al bien común, ya que la confianza en los que nos gobiernan se pierde, de verlos a estos no poner al bien común sobre todas las cosas.

De allí que todo “cargo”, tal como lo señala el diccionario, “hace referencia a un puesto que conlleva una obligación o carga impuesta”. De donde, el asumir “un cargo” más que asumir una posición pintada de honores y otros floripondios -como es el caso de expresiones, tal el de “honorable”, referida a los cuerpos legislativos; o de “excelencia” utilizado al referirse a otras categorías de funcionarios- no resulta otra cosa que pasar a soportar “una carga”.

Carga, al fin, por más que ella sea una “carga placentera”, de ser cierto que “la búsqueda de la felicidad”, la cual en el caso de los Estados Unidos, en sus épocas fundacionales se lo consideraba como un derecho -como lo eran también la libertad, la seguridad, y la propiedad- se lo explicaba haciendo referencia a “la felicidad pública”. O sea, cuando al aludir a su búsqueda, se lo hacía en referencia a ella. Todo ello dado que allí y entonces se consideraba que “no se podía concebir mayor felicidad que ocuparse de las cosas del común”.

Y aquí sí, que luego de un largo pero que estimamos aclaratorio circunloquio, estamos entrando en materia. Es que lo señalado y lo que viene a continuación tiene que ver con las enfáticas palabras de un dirigente sindical de los trabajadores estatales, frente al incremento en el monto del aporte jubilatorio que deben abonar los empleados públicos a la Caja de Jubilaciones de nuestra provincia, en el marco de la ley de emergencia que se sancionó y se puso en vigencia por parte del actual gobierno entrerriano.

Palabras que fueron precedidas por una enojada explicación referida al hecho de que “cuando se habían iniciado los primeros pasos de la paritaria docente, y a tres días de iniciar la paritaria de los trabajadores estatales, recibimos un primer mensaje, que pensábamos y estábamos convencidos de que era el llamado a paritarias, y fue para decirnos que en la provincia se iniciaba en poco tiempo un trabajo exprés: una ley de emergencia económica, financiera, fiscal, sanitaria, previsional y que iba a tener efectos negativos para los trabajadores”.

Para luego continuar señalando: “No fuimos los trabajadores y trabajadoras los que generamos el déficit de la Caja, que todos los meses seguimos aportando. Que se hagan cargo los diferentes gobiernos y funcionarios que llevaron a la Caja a esta situación”.

¡¡¡Que SE hagan cargo!!! Una expresión parecida a la que, en su momento y de una manera en apariencia risueña y además más que sospechosa de falsedad, había quienes en tiempos de su gobierno, atribuían al expresidente Menem, con la que se le hacía decir “animémonos y VAYAN”…

Una actitud, como consecuencia de una manera equivocada de ver las cosas, que busca siempre colocar las “cargas” sobre las espaldas de los demás, mientras los “cargos” se los detente aligerados de su carga, por no entrar en más detalles, los que existen en más de un caso en que cabría hacerlo.

Porque yendo al caso concreto de la dirigencia estatal, no la hemos visto preocupada, no ya solo en el caso de que los directores de los hospitales o los directores departamentales de escuelas no se designen por concurso, o cuando se ve a la administración pública e incluso a la Legislatura -lo que sucede en el Poder Judicial es una cuestión de distinta naturaleza- llenándose de asesores y de todo tipo de empleados “supernumerarios” en exceso, y en repetidas oportunidades sin el concurso previo o sea el concursar, el que debería ser la exigencia previa ineludible para el ingreso y el ascenso en la administración pública, hasta los cargos de directores generales, inclusive. Ya que el que exista burocracia estatal es inevitable, pero de lo que se trata es que sea la mínima, eficaz y que constituya una verdadera carrera. De manera que no se vea “a los amigos de los que mandan” trepar a lo alto, entrando por una ventana desde afuera.

Alusión que hacemos en la ocasión, más que para expresar un cuestionamiento con visos de censura a ningún dirigente, con el objeto de poner a la luz, que todos, en mayor o menor medida, somos responsables, por acción u omisión, del lamentable estado de cosas que exhibimos como sociedad.

Y que no se repita aquello de que “la culpa de todos, termina siendo la culpa de nadie”. Porque ello es consecuencia de un error tan grande, acompañado de una miopía mayor, que padecemos, en cuanto que al asumir esa postura no nos estamos “haciendo cargo” de las consecuencias de nuestras acciones u omisiones que han conspirado contra el bien común, en las que todos tenemos, en mayor o menor medida, una cuota de responsabilidad.

Así reconocerlo, y actuar en consecuencia, rectificando rumbos y modificando actitudes y comportamientos, resulta imprescindible si queremos emprender “sinceramente” -empleando la expresión en su sentido correcto- y de verdad, el camino de la recuperación nacional.

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