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Resulta indiscutible el lugar que, con una rapidez inusitada, se ha ganado la figura de Javier Milei, no solo en nuestro escenario político, sino en sectores importantes de la población, de esos que tantas veces permanecen indiferentes a lo que en aquélla acontece.

Ello vendría a exigir que le diéramos aquí un lugar central que merece quien en la actualidad se ha convertido –consideramos que a pesar suyo- en el generador de una nueva grieta, en la medida que aparece como denostado; desde quienes entre nosotros se encuentran ubicados en la izquierda extrema, hasta por grupos que se encuentran en las antípodas, en cuanto se mueven entre el centro derecha y una derecha, a la cual no cabe considerar como extrema.

A lo que habría que añadir la circunstancia qué, entre sus seguidores, se cuenta con un gran porcentaje de jóvenes; algo que merece, en principio, ser destacado como un importante logro suyo. Ello en cuanto es notorio entre la mayoría de aquéllos, existe un desinterés impregnado de escepticismo para los asuntos del común, cuales son los que convergen en un alicaído, cuando no olvidado, bien común.

Y si decimos que no le damos aquí esa merecida centralidad, es por cuanto nuestra referencia a él como hombre público, como se verá en seguida, viene a resultar sesgada, en cuanto es de nuestro mayor interés, fruto de una íntima convicción, a partir de su ejemplaridad, expresar nuestra preocupación acerca del peligro que significa la emergencia entre nosotros -y para colmo en las actualmente desastradas circunstancias- de un movimiento político “antisistema” con un apoyo consistente.

Es por eso que no nos ocuparemos ni de su ideario económico social, ni de maneras suyas, en momentos en los cuales, más que ignorado pareciera haberse lisa y llanamente eliminado al concepto de “lo políticamente correcto”. De allí que, al respecto, nos limitaremos a hacer referencia tan solo a dos hechos puntuales, en los cuales entra en contradicción con su postura antisistema y su invocada condición de “libertario”.

Es así como cabe hacer alusión al hecho que haya tenido que admitir la utilización, por parte suya y de una compañera de bloque, de esos pasajes aéreos, que entregan las Cámaras del Congreso a sus miembros, como un “plus” a su dieta, comportamiento que aparte de haber sido por ellos utilizado para “hacer política”; constituye uno de los símbolos más representativos de un sistema con que ellos pretenden terminar. A lo que se agrega, la demanda judicial promovida por Milei en el fuero civil capitalino en contra de cinco periodistas relevantes, por considerar que los mismos llevan a cabo una “campaña difamatoria descontrolada” contra su persona, en lo cual no es otra cosa que una manifestación de la libertad de expresión. Una manera de actuar que no se condice con la condición de “libertario”.

Este es el momento para recordar que antisistema es un adjetivo atribuido a cualquier movimiento, grupo o persona que está en contra del orden establecido o status quo. Lo cual significa indicar que antisistema es todo aquél que está en contra del sistema instaurado en la sociedad.

Frente a lo cual, y más allá del respeto que pueda merecer esa postura, debemos señalar que, para nosotros, con ella se parte de un mal entendido, consecuencia de no comprender la distinción que existe entre el “sistema” y su “funcionamiento”. Distinción que, de hacerla, no significa otra cosa que considerar que si es pésimo, y hasta suicida para nuestra sociedad, la forma en que funciona nuestro sistema institucional – convicción que cuenta con una casi unanimidad entre nosotros- a la vez, que de lo que se trata no es de sustituirlo- sino de hacerlo funcionar, respetando a rajatabla nuestro sistema político jurídico; es decir el institucional. Cual es el de la república democrática, que como tantas veces hemos escuchado repetir, no es perfecto, pero de cualquier manera es el menos malo de los sistemas conocidos.

Dicho de otro modo, que a pesar de “la fatiga democrática” en la que no solo nosotros, sino una gran parte de los países del mundo se hallan inmersos; con el desaliento y la flaqueza en nuestra identificación con ella, que son su consecuencia, deberíamos detenernos tan solo un instante, para atender a una verdad que es fruto de una larga experiencia. Cual es, tal como resulta consecuencia de lo dicho, resulta claro que “la cuestión no pasa por el “sistema”, sino por aquéllos que tienen en sus manos hacerlo funcionar y mantenerlo en condiciones de seguir haciéndolo.

Ya que esas circunstancias son de por sí insuficientes, para plantearnos la sustitución de nuestro sistema por otro que ignoramos, y que después de los cambios que significan una sustitución total, no sabemos si las cosas resultarán mejor.

Mientras tanto, existe un peligro mayor, aunque incierto; por más que de ello haya sobrados ejemplos en la historia contemporánea. Primero, que la intención latente y por ende inadvertida por no visualizarse a nivel consciente, es que un movimiento de este tipo, utilice “la estrategia de meterse dentro del sistema para destruirlo”. Y qué sin llegar a ello, cumpla un pronóstico con muchos antecedentes, cuál es el de “su deriva” hacia un sistema autoritario. Los que siempre son ominosos, por su avance en dirección a los extremos, sean estos de izquierda o de derecha.

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