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No es inusual encontrar en estos días a algún personaje que se las da de sabiondo, señalar algo que todos sabemos, aunque lo hace de una manera doctoral, buscando impostar su voz apagada, y agitando lentamente una de sus manos, con el dedo índice apuntando hacia adelante y arriba, en un gesto que intenta ser admonitorio.

Más extraño, dado que ese no es su fuerte, y es por eso que tenga que apelar a centrarse en proyectar esas imágenes con “cuadros demostrativos”, que se han convertido cada vez más con el paso de los años, un sustituto indispensable de nuestra creciente incapacidad de desplegar un mensaje verbal razonado y razonable, sumado a nuestra dificultad de comprender aquello que se escucha, en lugar de ser visto.

Pero de cualquier manera el “apelar a los números”, es una exigencia indispensable para poder transitar en este mundo, que se viene transformando de una manera creciente y hasta considerarse casi inevitable en un “mundo de la cantidad”, en el que no habría nada de objetable si de una forma persistente ello no fuera en desmedro de “la calidad”.

Al mismo tiempo se descuenta, que en un entorno amplio signado por los números, se hace indispensable “saber contar”. Algo que, debe resaltarse, no significa solo tener aptitud para disparar números como una ametralladora. Porque de lo que se trata no solo es de “contar”, sino de hacerlo bien, lo que significa a la vez hacerlo de una manera honesta y correcta.

Requisitos que muchas veces se esquivan, con la consecuencia que “la cuenta”, suene a “cuento”. Dos cosas bien distintas, a pesar de su similitud al momento de “sonar”; algo de lo cual están muy compenetrados algunos personajes muy aprovechados, en cuanto eximios aprovechadores.

Ya que “la cuenta” está no solo para ser pagada y de esa manera cancelada, sino que suele estar - también - para ser rendida. Y eso de “rendir cuentas” es en ocasiones, para muchos, máxime cuando está en juego la cosa pública, una labor que no solo se pospone hasta el infinito, sino que provoca incomodidad el tener que llegar a hacerlo, por razones obvias.

Y todo lo hasta aquí dicho es -y es bueno explicarlo- una ocasión para descargar esa suerte de empacho de cifras de “casos de contagio” y de “muertes por”, con las que se nos atiborra en las actuales circunstancias.

En la que se da una situación curiosa, cual es la de que nuestro Presidente ha dejado de ocuparse de contagios y de muertes, - en coincidencia con su nuevo afán de echarse a recorrer el país- cosa que en un momento hacía con prolija periodicidad, como la pieza principal de un “tridente” –así dio en llamárselo- ahora desecho.

Un comportamiento que no se sabe si explicarlo a tenor de su afirmación, según la cual, “ya no hay más cuarentena”; o si es en razón de que los números de las cuentas en la materia se volvieron inquietantes, y que lo único positivo –de así considerarlo- que nos queda para mostrar, es que sin faltar a la verdad, la nuestra “es la cuarentena más larga del mundo”. Y al parecer, de ser coherentes, no se puede vislumbrar en el horizonte, cuándo concluirá.

Afortunadamente cuando ese interés por la pandemia hubo concluido, lo fue mucho antes de que apareciera un lote de cinco mil muertos, que habían quedado sin contar en las cifras estadísticas de la materia, en la provincia de Buenos Aires.

Ya que no podemos ni imaginar cuál hubiera sido de otra manera su reacción, y sobre todo si ello hubiera ocurrido en el territorio de Horacio Rodríguez Larreta. Y haciendo abstracción de esas cifras, el clamor incesante de voces que hubieran acompañado, vituperándolo, a esa circunstancia.

Por nuestra parte, debemos dejar bien claro, que desde el primer momento de conocer esa información, hemos estado convencidos que no hubo en la ocasión ni ocultamiento ni manipulación de datos. O sea que no estuvo aquí “ni la mano de Moreno”, ni tampoco nada que ver con aquello que alguna vez se dijo. Ni más ni menos, que en nuestro país el número de pobres era inferior al de Alemania.

Es que, por una experiencia que compartimos con todos los que vivimos aquí, no podemos dudar que estamos ante otro caso de una nueva –y gravísima- mala práctica de la administración pública, una de sus falencias – y a ellas lo mejor es no ponerse a enumerarlas- que consiste precisamente en su dificultad para “contar muertos”.

Que lo digan los familiares de alguien cuyo cadáver es enviado a la localidad de Oro Verde para que le practiquen una autopsia, por considerarse que la causa de su muerte es por lo menos dudosa, y el ir y venir interminable que para aquellos significa obtener su partida de defunción.

En tanto, es necesario que quede bien en claro que “el caso de los jubilados muertos”, vinculado con la Caja de Jubilaciones provincial, es ajeno a este contexto y por ende no puede utilizarse como un ejemplo.

De cualquier manera, habrá quien diga aquello de “qué le hace una mancha más al tigre”, ya que en materia de “números” no estamos viviendo un momento feliz, se los mire por donde cuadre.

Y que lo que más nos ha conmocionado como “habitantes de frontera” que somos, es el habernos anoticiado que en las casas de cambio del otro lado del río, por cada peso de nuestra moneda, con suerte nos dan diez centavos de la suya. Decimos con suerte ya que ello ocurre si se tiene la suerte de encontrar un cambista generoso hasta la prodigalidad.

Lo más grave de este esbozo de “recuento”, es que las cosas no solo no deberían, sino que podrían ser de otro modo. Si nos pusiéramos a reflexionar con espíritu amplio y honestidad. Que es lo que hace falta para que nos decidamos a reaccionar.

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