Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
No se necesita ser gourmet, ni menos sibarita, para reflexionar acerca de algo que hemos escuchado señalar a muchos, cual es el plantearse acerca de cuál es la razón por la cual no somos, en muchísimas ocasiones en lo que a los productos alimenticios respecta, capaces de obtenerlos de la misma calidad de los importados.

Cierto es que se da el caso, para dar un solo ejemplo, que en materia de la elaboración de vinos, se ha producido un notorio y positivo “salto de calidad”, que ha traído como consecuencia que a nivel internacional, muchos de ellos puedan compararse sin complejo alguno con los obtenidos por países que cuentan con una larga tradición de excelencia en la materia, e inclusive se puede llegar a señalar que en algunos casos los nuestros cuentan con ventaja.

Pero lo dicho no quita que es frecuente que se haga presente, al menos en determinados ámbitos, el fenómeno contrario. Cómo se puede explicar que no seamos capaces de fabricar fideos de la misma calidad de los italianos; que nuestro té cueste compararlo con el de que antes fuera conocido como Ceylán, o que no estemos en condiciones de fabricar un condimento en base a la mostaza de la misma calidad de la francesa de Dijon.

Máxime teniendo presente que centramos en todos los casos indicados de insumos nacionales de calidad, y hasta no puede dejar de recordarse que en Suiza, a pesar de no producir ni un solo grano de café o de chocolate, se encuentra en un rango que, si no es el más alto, está próximo a serlo en la elaboración final de ese tipo de productos, distribuidos por el mundo a través de marcas de reconocido valor.

Descendiendo a nuestro pago chico, y sin salirse del orden de cosas que nos ocupa, habría que preguntarse por qué el queso de fabricación, artesanal que conocemos como “de campo”, o más frecuentemente entre nosotros como “el de la colonia”, no resulte de una calidad mayor, aunque debe reconocerse que se asiste en los últimos años a una mejora en la calidad de ese producto.

Es que no se debe olvidar que la leche argentina –y lo mismo puede decirse de las materia primas de los restantes productos citados- es por lo menos igual a la que se produce en Francia, y los quesos de calidad que se fabrican en ese país en forma industrial masiva, lo fueron de una manera artesanal, de la misma manera en que lo hacen todavía nuestras familias campesinas.

De donde cabe colegir que tanto a nivel industrial como artesanal, por circunstancias varias que desconocemos, en muchos caso se asiste a la falta de incorporación de técnicas y prácticas, que en el caso de la producción artesanal muestran una larga falta de atención por parte de los organismos e institutos de extensión rural, falencia que todavía se está en condiciones de hacer desaparecer.

Pero no se trata de la incorporación de prácticas que permitan lograr una mejora en la calidad y en la competitividad, sino de advertir que en esta última ocupa un lugar importante la innovación.

Es que ésta permite la apertura de lo que ahora se conoce como nuevos “nichos” del mercado, con lo que se asiste a un crecimiento en ese rubro tanto de la oferta como de la demanda en el comercio.

Todo lo que nos ha llevado a referirnos a “los huevos de Koroko”, como una experiencia que nuestros productores avícolas deberían tener en cuenta, más que para imitarla, lo que no estaría por otra parte demás de ser posible, sino para aguzar la imaginación por caminos parecidos.

Queso azul, ajo y trufa son los sabores de los huevos de gallinas en libertad que comercializa actualmente Koroko.

Es que en una reciente información que la agencia española de noticias, hace de esto muy poco tiempo atrás, ha difundido, se habla de “huevos con sabor a chocolate para hacer bizcochos sin calorías, con sabor a wasabi o a beicon son las ideas de futuro de una joven empresa valenciana, que ya comercializa huevos de sabor a serrano, trufa, ajo y queso azul para dar a tortillas y demás variantes culinarias una «experiencia diferente».

La información se explaya con la referencia al “fundador de Koroko”, Cayetano Belso, quien tiene, a estar a los dichos del periodista autor de la nota, una “gran variedad de sabores en mente”, pero que aún no ha definido una nueva línea de productos y está centrado en los sabores que desde finales de 2018 comercializa en supermercados y desde hace dos años en hoteles y restaurantes.

Es así como aclara Belso que el método del que es inventor tiene un potencial que le permite hacer, de los huevos simples de toda la vida, “un producto nuevo y una experiencia diferente”.

Es así como, repetimos, jamón serrano, queso azul, ajo y trufa son los sabores de los huevos de gallinas en libertad que comercializa actualmente Koroko y que consigue con una técnica innovadora que se basa en que los aromas de estos alimentos traspasan la cáscara del huevo gracias a su porosidad.

Se está ante la primera experiencia emprendedora de este joven de 25 años, “resultado de su proyecto de fin de carrera y que quiso convertir el trabajo artesanal de su madre, que, para hacer huevos trufados, los envasaba herméticamente con trufa y los dejaba en la nevera hasta siete días, en un proceso productivo para tener ese huevo de sabor a trufa «todo el año y de forma asequible”, y que como se ha visto ha incorporado otros sabores.

Y como se trata de una historia que hasta el momento tiene un desarrollo feliz, bueno es destacar que según los dichos del novel inventor, reconoce que tanto o más que inventar su técnica su principal escollo fue conseguir que el organismo bromatológico diera la habilitación para un producto que «ni era huevo, ni era nuevo». Pero que superado el escollo, puso en marcha su comercialización y lleva dos años vendiendo sus huevos en el mercado de Horeca (Hoteles, restaurantes y cafeterías), donde llevan suministradas más de 200.000 unidades”.

De donde podríamos decir que son muchos “los Korokos” que nos están esperando…

Enviá tu comentario