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No pude dejar de ver por televisión, aunque al pasar, porque ya solo miro partidos de fútbol, el acto del martes a la noche frente al Congreso de la Nación. Una cosa tremenda de gente que se presentaba como “institucionalista”, pero lo cierto, repito lo de cierto, es que lo que buscaban es que metieran presa a Cristina.

Con el programador cambié de canal, pero enseguida lo apagué. Y pensé, no hace falta que vuelva a decir que pienso mucho, como llamar a ese fenómeno.

Porque no se trataba de un escrache y un bullying. Tampoco un disturbio o un copamiento porque la gente estaba mansa, a pesar de los carteles que algunos llevaban, hechos a mano y chiquitos, sin palo alguno para levantarlo, y con letra casi como de un maestro de escuela. Nada profesional, me dije. Y me extrañó la manera en que se trataban, porque me dio la impresión de que solo faltaba que entre ellos se dieran la mano y preguntaran por cómo estaban ellos y su familia. Extraño, muy extraño. Nada que ver con el espectáculo de las barras en las canchas de fútbol.

Aunque tampoco puede decirse que era “una muestra de civilidad”. Porque de llamarla así habría que llamarla de “civilidad protestona”. Algo que quisiera creer que viene a decir que las cosas están mejorando. Como sucedió en el caso de los empañuelados de verde y azul que se agruparon hace poco en el mismísimo lugar, cada grupo por su lado y sin decirse ni un sí, ni un no.

Lo que me hizo acordar a un cuento, mejor dicho a una historia, porque es real, en la que se encuentran dos boxeadores famosos, cansados de darse uno al otro piñas en el ring, sin que nunca hubiera un nocaut que resolviera todo; boxeadores, digo, que se encontraron un día en la calle frente a frente, y así fue como uno dijo al otro con mucha seriedad: “buenas tardes, señor… aire entre los dos” y siguieron cada uno por su lado.
Debo terminar por confesar que este tipo de cosas no me gusta nada. Inclusive aunque quieran parecerse a los desfiles escolares. Porque son siempre indicación de la presencia de bronca reprimida o de viejos enconos insaciables. Que como las tormentas de verano, de repente pueden desatarse y terminar en cualquier cosa.

Nada tengo en contra de las discusiones cara a cara por cosa de ideas, intereses o pavadas. Pero cuando a los que se ve confrontar no son personas aisladas sino grupos grandes, en ese caso los intercambios se vuelven, cuando menos, problemáticos y por lo general imposibles. Ya que para debatir existen canales por todos conocidos. Y siempre el ver la calle llena de gente detrás de una consigna, es señal de que las cosas no marchan como debieran.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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