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Si el número de junio consigue consolidarse como el mayor del año, la economía se anotará una ganancia de competitividad importante en 2018.

El 3,7% que reportó el INDEC para el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de junio fue tildado casi de escandaloso por gran parte de la prensa nacional. Pero la cifra estuvo en línea con las expectativas de los economistas consultados por el Banco Central.

Es cierto que el número de junio marca una importante aceleración en la inflación respecto de las cifras que venía reportando el INDEC, que es la cifra más alta desde mayo de 2016, y que la inflación acumulada de los últimos doce meses, 29,5%, es la mayor desde marzo de 2017. Sin embargo, cabría a la vez suponer que el número de junio esconde una importante corrección macroeconómica que Argentina se debía: el atraso cambiario y su contracara, el déficit de cuenta corriente.

Considerando que entre los meses de mayo y junio el tipo de cambio peso-dólar trepó un nada despreciable 41%, casi cabría celebrar el escaso traspaso que, por el momento, ha tenido la devaluación sobre los precios. En el mismo bimestre, el IPC subió 5,9%. Y en los doce meses transcurridos entre junio de 2017 y junio de 2018, el tipo de cambio subió 74% y los precios minoristas 29,5%.

La inflación es ciertamente un problema al que el Gobierno todavía no le encontró la vuelta.

Con todo, resulta innegable que la inflación es muy alta. Y que, además, la estrategia seguida en estos dos años para combatirla no fue la correcta. Pero, a la vez, también es cierto que, en lo que va del año, la economía argentina, por las buenas o por las malas, realizó un ajuste cambiario exitoso que le debería ayudar a empezar a corregir el déficit de cuenta corriente, que se había vuelto crónico y preocupante.

En palabras llanas, tener déficit de cuenta corriente significa que consumimos más dólares de los que producimos.Entre abril de 2016 y enero de 2018, el mercado financiero del exterior financió este faltante de dólares. Con el cambio de expectativas para las tasas de interés internacionales, el flujo de capitales financieros hacia mercados emergentes sufrió un sacudón, que en el caso de Argentina, percibida como muy vulnerable a causa de la combinación de déficit fiscal y déficit de cuenta corriente, se volvió un cierra prácticamente total del financiamiento externo. De ahí la necesidad de acudir al FMI, aunque fuera a regañadientes.

Ahora, la cuestión es que haber ido al FMI y haber recibido un primer desembolso de US$15 mil millones obliga al país a someterse a revisiones periódicas para que el saldo de desembolsos parciales hasta cumplir con los US$50 mil millones del programa pueda efectuarse. Por lo pronto, el acumulado de 12 meses para la inflación de junio (el precitado 29,5%) excede el límite superior (29%) acordado para junio con el FMI, con lo cual gatillará una cláusula de revisión, aunque cabe aclarar que nadie espera un resultado negativo de esta revisión.

Los economistas encuestados por el Banco Central esperan que la inflación de 2018 alcance 30%, por debajo del límite superior de 32% acordado con el FMI. Como esperan que el IPC suba 2,5% en julio, la desaceleración posterior debería ser fuerte.

Casi cabría celebrar el escaso traspaso que, por el momento, ha tenido la devaluación sobre los precios.

La inflación es un problema al que el Gobierno todavía no le encontró la vuelta. Si el Presidente aspira a que la inflación de 2019 sea 10 puntos por debajo de la de 2018, aspira a que siga siendo una de las mayores del mundo. “Hay que pensar en pesos y no en dólares”, afirmó Macri esta semana. En tanto tengamos tan alta inflación, esa afirmación permanecerá en el terreno de los deseos incumplidos.

La inercia que provocan los ajustes de precios, tarifas y salarios con base en la inflación pasada, y la falta de un ancla confiable impiden que las expectativas se moderen. Cortar con la inflación depende de mucho más que de una gradualidad que se acomode a la política (aunque ya no parece funcionar tanto, tampoco).

La devaluación importa un ajuste que viene a corregir algunos desequilibrios macroeconómicos a costa de un salto de corto plazo en la inflación.

Queda por ver si este ajuste, que parecía prohibido y que el Gobierno se negaba a hacer, ahora que fue provocado por el mercado y redundará en menores niveles de actividad, un menor déficit fiscal, menor faltante de dólares, una política monetaria más restrictiva y un natural posicionamiento defensivo de los consumidores será capaz, de ahora en más, de domar los precios con más éxito que la gradualidad.
Fuente: El Entre Ríos

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