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En los libros de teoría económica está tratado en detalle lo que se conoce como Curva de Phillips. Ésta, concebida en 1958 por el economista homónimo y luego desarrollada por los premios Nobel Samuelson y Solow, demuestra el vínculo entre la inflación y el desempleo: cuando el desempleo es bajo, la inflación tiende a ser alta, y viceversa.

Con el tiempo, la interpretación de la curva se ha ido extendiendo hacia una según la cual las políticas antiinflacionarias son recesivas, pues reducen el nivel de actividad, aumentan el desempleo y hacen caer los salarios.

En Argentina, en ésta como en tantas otras cuestiones, ocurre algo peculiar. Hace muchos años que una inflación elevada convive con aumentos en la tasa de desempleo, caída en el salario real, y mayor pobreza.

Esta aparente rareza se hace más sencilla de explicar si nos enfocamos en los números fiscales de los primeros meses del año 2021. Entre enero y abril, el déficit fiscal fue de apenas 192 mil millones de pesos, un 59% inferior al incurrido en el mismo tramo de 2020. Es más, en cuatro meses el déficit de las cuentas fiscales nacionales sólo llega a 12% de la meta presupuestaria anual, que de por si parecía ambiciosa para un año electoral.

¿Cómo llegamos a esta gran mejora fiscal? Hay una parte que puede ser explicada porque se crearon nuevos impuestos, se aumentaron algunas alícuotas (bienes personales, por ejemplo) y mejoró mucho la recaudación por retenciones a la exportación, fruto de la mejora en los precios de nuestros bienes exportables y la devaluación del peso.

Pero (sin pero no habría nota), más allá de estos factores extraordinarios, los números de la Secretaría de Hacienda hacen evidente que la principal fuente de mejora de los números fiscales fue la inflación. Los ingresos fiscales crecieron 65% año contra año, en tanto que los gastos primarios lo hicieron muy por debajo, al 33%.

Entre los impuestos, IVA, ganancias, débitos y créditos bancarios, combustibles e internos, relacionados con la inflación y el nivel de actividad, crecieron a tasas de entre 50% y 90% contra igual cuatrimestre de 2020. Por el contrario, los gastos en salarios del sector público (+28%), jubilaciones (+29%) y transferencias al sector privado (+28%), que incluye subsidios sociales, lo hicieron a un ritmo mucho menor. En todo este embrollo de números puede comenzar a desentrañarse por qué la Curva de Phillips, en apariencia, no funciona en nuestro país.

Cuando la inflación está en los niveles que para el 99% de los países del globo son normales, aumentar el gasto o relajar la política monetaria provoca impactos favorables sobre la actividad económica y el empleo.

Cuando la inflación alcanza los niveles que tiene en Argentina, ocurre lo que muestran los números fiscales: se convierte en un impuesto adicional que aporta grandes cantidades de ingresos al Tesoro. Deja de ser un factor estimulante y pasa a ser un factor de ajuste fiscal que oprime el nivel de actividad. Entonces, lo que en apariencia no funciona, en la práctica lo está haciendo. Tener inflación de 50% ya no es estimulante, sino que provoca contracciones en el nivel de actividad.

Este efecto queda oculto por el engaño, la ilusión monetaria que provoca la nominalidad. Que un salario crezca 28% año contra año podrá provocar en un trabajador la sensación de que mejora en sus ingresos. Pero, en términos reales, ese salario hoy le compra 18% menos de bienes que un año atrás.

No está mal que el sector público nacional haga un ajuste, ni está mal que el Presidente y el ministro Guzmán pretendan alcanzar un acuerdo con el FMI que nos libere de males peores que las facciones más extremistas de la coalición de gobierno no quieren ver, o quizás hasta deseen.

Lo que no parece razonable ni sostenible en el tiempo, por mucho que se haya sostenido en Argentina, es un ajuste en el que un papel preponderante lo juega el impuesto inflacionario. Llevamos décadas confirmando que, en Argentina, la Curva de Phillips también existe, aunque no se la pueda ver. Y confirmando que la inflación en los niveles argentinos es un factor de contracción.

El desinterés político por controlar la inflación no es ajeno al ajuste de la economía y al aumento del desempleo y la pobreza. Cuesta encontrar algún dirigente que realmente desee salir de la trampa.
Fuente: El Entre Ríos

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