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Buzo y cadena, estoy que goteo, dice Duki
Buzo y cadena, estoy que goteo, dice Duki
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¿Cómo explicar que cada vez vivimos más pero tenemos menos paciencia para esperar a que las cosas sucedan?

Hace un tiempo, viajaba en auto con mi hija adolescente. Solos, por un sendero del interior de nuestra provincia en el cual no había señal móvil. Pudimos conversar sobre nada en particular, y sobre muchas cosas: de libros que leímos y de canciones viejas que conocemos (ella porque yo las escuchaba cuando era apenas una niña). Así fue que llegamos a un descubrimiento conjunto (más suyo que mío, mis canas ya me lo habían contado hace tiempo): ¡qué buen momento provoca encontrar en la letra de una canción sentimientos propios que no sabíamos cómo expresar!

Por Guzmán Etcheverry

La sensación de quietud en el sendero nos permitió escuchar más que oír, mirar más que ver, pensar más que almacenar. El tiempo libre es otra especie en extinción.

La esperanza de vida al nacer rondaba los 30 años hasta hace apenas un par de siglos. El tiempo transcurría con lentitud y el apuro no existía. Los grandes planes demandaban años de preparación – y no pocas veces sobrevivían a los planificadores. Todo podía esperar.
Fast forward hasta hoy: según la Organización Mundial de la Salud, la esperanza de vida al nacer es de 72 años. Sería lógico suponer que con más años por delante, nuestra paciencia debería haber aumentado. Está claro que no es así. Nunca más que ahora vivimos con una permanente sensación de urgencia. Es insoportable pasar el tiempo haciendo nada.

Es ésta una curiosa contradicción: la urgencia, la inmediatez, conviven con la certeza de que podemos suponer que viviremos más que cualquiera de las generaciones precedentes – de hecho, el historiador israelí Yuval Noah Harari argumenta (el tiempo dirá si tiene razón) que ya ha nacido el primer ser humano inmortal. Para éste, incluso la angustia que podría provocar la proximidad de la muerte sería innecesaria.
Sin embargo, vivimos como si necesitáramos que todo pase rápido, como si no tuviéramos tiempo para hacer todo lo que queremos hacer. Parece absurda esta pulsión a buscar con impaciencia goces de corto plazo aun cuando podemos razonablemente suponer que nos sobrará el tiempo para que los disfrutemos.

Quizás sea por esta urgencia por vivir el presente a mil que las experiencias se nos hacen más fácilmente olvidables; son reemplazadas por otra experiencia sin hiato alguno. Incluso los momentos que otrora eran de relax y de alejamiento de lo cotidiano (una sesión de spa, un viaje), hoy nos demandan una agenda intensiva, planificaciones estresantes, estar conectados todo el tiempo y un no perdonarnos una sola selfie.

La impaciencia, ¿nos vendrá impuesta? Es, sin duda, un buen negocio. Los políticos, los medios, el negocio del deporte no pueden planear a largo plazo – necesitan nuestra ansiedad, porque no tienen reelecciones indefinidas, ni sobreviven si no alimentan la sensación de que a cada momento pasa algo que no nos podemos perder, ni mantienen nuestro interés y nuestros bolsillos si no inventan un partido final cada dos semanas y prometen que en él se romperá el récord de alguna estadística innecesaria.

En el libro El tiempo regalado, la escritora y periodista alemana Andrea Köhler elabora un elogio de la espera, en contraste con la cada vez más propagada concepción de que toda espera es una pérdida de tiempo. Es una reivindicación del ocio creativo, sin el cual, irónicamente, no existiría ninguno de los inventos que hoy nos mantienen ocupados a tiempo completo. Eso de esperar parece estar fuera de época.

Marx decía que la religión es el opio de los pueblos. Una frase propia de los tiempos en los que se podía disponer de espacios para la religión y la meditación. El presente urgente y permanente son hoy el opio de nuestros tiempos. Algunos lo llaman escapismo. La vida es dura para muchos: no detenerse a pensar es más fácil. Ocultamos una inquietud existencial por infinitas inquietudes menores. Somos impacientes a pesar de todo el tiempo que tenemos para esperar.

Me puse la' Gucci con un short de Nike / Buzo y cadena, estoy que goteo (Estoy que goteo) / Sigo volando 'e ciudad en ciudad / Tumbando el club, shout-out para Neo (Estoy que goteo), dice el exitoso trapero Duki. Con respeto por su honestidad profesional, la letra y la música son la antítesis de lo que es relajarse y pensar. Pero es más exitoso y trending topic que esas canciones que compartimos con mi hija durante aquel viaje. También para ella: apenas recuperamos la señal, la música en el auto cambió y Duki sonó.

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