¿Tendrán paciencia el Gobierno y la sociedad para respaldar un modelo que conduzca al desarrollo sostenido?

¿Será cierta esta recuperación de la economía? La pregunta viene a colación de una serie de datos que se repiten desde hace un par de meses, dando cuenta de un vigor que hasta ahora sigue sin ser palpable en el día a día del ciudadano común.

La coincidencia entre los datos de recaudación impositiva, producción industrial, construcción, balanza comercial y actividad económica sugieren que estamos en los albores de una recuperación que podría llegar a ser más importante de lo que se pronosticaba.

El Estimador de la Actividad Económica mostró un crecimiento interanual de 4% real en junio. La recaudación impositiva creció casi 8 real en julio. Y el Índice de Producción Industrial de la consultora FIEL trepó un sorprendente 5,4% real en julio.

Sin embargo, siguen flojos los datos vinculados con el consumo minorista, los que hablan de la gente de a pie: las ventas en supermercados y en centros comerciales siguen mostrando tasas de crecimientos nominales que corren por debajo de la tasa de inflación.

Esta dicotomía entre los indicadores de producción y los de consumo parecerían responder al cambio de modelo económico que está en marcha. En repetidas ocasiones el Presidente y el equipo económico han puesto el énfasis en la necesidad de atraer inversiones para crecer.

Como en la economía argentina el consumo representa 80% del PBI y la inversión menos del 20%, un modelo de crecimiento que se base en la inversión necesita de un crecimiento desmedido de la inversión para compensar un estancamiento del consumo. Es éste un modelo a largo plazo, a los que la historia de nuestro país no nos tiene acostumbrados.

Pero el esfuerzo parece valer la pena, Cuando observamos qué pasó con el resto de mundo en este siglo, los datos del FMI y del Banco Mundial nos muestran que desde el año 2000 el mundo ha crecido a una tasa promedio anual de 3,8, Asia creció al 7,8%, América Latina apenas al 2,8% y nuestro país, lamentablemente, un magro 2,4%.

Puede haber más de una explicación para este asunto, pero es posible que la más relevante esté vinculada con el hecho de que no hemos querido construir un modelo de desarrollo y de crecimiento sostenibles. Hemos preferido consumir lo poco que con cada pico de crecimiento acumulamos, en lugar de ahorrarlo para ser invertido en aumentar nuestra productividad y competitividad.

No hay dudas de que las economías que más crecieron en este siglo fueron las que más invirtieron. Esto es exactamente lo que hizo Asia, que desde el año 2000 ha invertido en promedio un 38% de su PBI en capital fijo. En tanto, el mundo invirtió 24,4% de su PBI, pero América Latina sólo el 21% y Argentina apenas el 16,7%. Chile y Perú, dos de los países de la región que más crecieron en este siglo, invirtieron bastante más que el promedio regional.

Aunque en su momento llamaron la atención, las cifras chinas de crecimiento que mostró el INDEC duraron sólo un par de años y quedaron muy atrás. Inevitablemente se intercalaron, como siempre en nuestra historia, con recesiones causadas por la falta de sustento en el modelo con que se había construido aquel crecimiento. Ahora que han regresado las estadísticas confiables, queda claro que ese modelo no sólo no produjo crecimiento sostenible sino que, incluso, aumentó la tasa de pobreza cuando la mayoría de los países emergentes, con otros modelos, la bajaba.

Para una economía relativamente pequeña como la Argentina, que depende del capital externo para invertir, la opción de pelearse con el mundo para vivir con lo nuestro ha demostrado ser una receta para el fracaso.

No hay recetas mágicas para el desarrollo, ni recetas mágicas para crecer de manera sostenida subsidiando el consumo. El tema es que, partiendo desde donde parte Argentina, el ejercicio de crecer con inversión demanda una paciencia con la que está por verse si la sociedad y el Gobierno cuentan.

Los datos auspiciosos que viene mostrando la economía no se sienten en la calle, ni cabe esperar que el modelo de crecimiento que plantea el Gobierno logre generar períodos de gran euforia. Pero si el Gobierno es firme y resiste la tentación del populismo que viene aparejado con el éxito político, es posible que esa esquiva recuperación que esperamos desde hace cuatro años comience a florecer y se transforme en un proceso de desarrollo sostenido.

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