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No sé por qué me vino a la cabeza esa canción de Andrés Calamaro, que hace decir a alguien -cantando después de un encuentro- que “estoy jugando con fuego, y en la yema de los dedos me quedan recuerdos de tacto, mucho tacto; el tacto de tantos días. Debería estar prohibido sentirse mal por haber querido tanto”. Meloso el Calamaro ese, aparte de toqueteador.

Lo dejo con sus lamentos desusados en un ícono de nuestro rock, porque estaba en realidad pensando en lo peligroso que resulta jugar con fuego. Algo que cuando lo hacemos es porque no estamos en nuestros cabales, sea porque nos sentimos los superpibes, olvidando que cuando más alto se vuela, si uno se cae, más grande es el porrazo; o sino por haber quedado en trance, como hipnotizados.

Sin darnos cuenta que como bien se dice, el que juega con fuego puede terminar quemado. Y eso es casi seguro, lo agrego de mi coleto, ya que lo he probado y he salido mal parado.

“Estamos incendiando el mundo”, recuerdo que me dijo una vez mi tío, y eso que lo de Vietnam había quedado muy atrás, aunque el fuego en Medio Oriente seguía cada vez más vivo. Frente a lo cual, lo que acaba de suceder en París y lo que pudo suceder en el Monumental días pasados, resultan solo una fogatita…

Porque mirándolo bien, jugar con fuego no es solo cuestión de hacer fogatas, ni de usar lanzallamas, sino que existen otros casos en los que puede terminar pasando lo mismo que a doña Pandora, cuando abrió su famosa caja y dejó escapar a todos los males del mundo.

Ese es el caso de las clonaciones. Que, al menos, si lo que buscaran es aplicar esa técnica a los seres humanos (para contento de los asexuados y los narcisistas, que darían lo que no tienen porque les fabricaran una réplica en desarrollo de sus supuestas perfecciones), me hace decir “otro que Pandora”.

La pregunta que me hago es si son o no clonaciones, aunque no sean de seres vivos sino de objetos materiales, como es el caso de todas esas maravillas tales como las prótesis de distintas partes de nuestras extremidades -también me dicen que llegará el día que se podrán hacer caretas, que no son tales, sino caras verdaderas, o el tema de los lentes de contacto que usan en muchos para cambiarse el color de los ojos- o de réplicas de cosas prácticas.

Y hasta el caso, ya que siempre el diablo mete la cola, de ese aparatito que se descubrió colocado en un cajero de una sucursal bancaria de Paraná, que conformado por una cámara, un lector de banda magnética y una memoria micro CD permitía pescar información con la que se podrían después fabricar en serie de tarjetas clonadas.

Y no me pregunten más detalles, porque por una parte de lo demás que leí no entendí nada, y si hubiera entendido tampoco contestaría una pregunta de esa clase, porque nunca me ha gustado eso de avivar giles.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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