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No siempre, pero con una frecuencia mayor a lo que significa de vez en cuando, con dos o tres amigos un poco mayores que yo nos entretenemos en tirar al ruedo palabras que suenan raro o despiertan curiosidad, como primer paso, en ocasiones, para adivinar su significado o cuál era su origen.

Una manera de perder el tiempo, en la que en realidad no se lo pierde, sino que se lo gana, porque sirve para limpiar los canales cerebrales de toda la grasa que se acumula en ellos después de comerla, y que en un momento dado nos pueden llevar incluso al otro lado, en el caso de que se tape del todo una de las cañerías importantes.

Aunque no se trata tan solo de salud. Diría, repitiendo los dichos de una vieja profesora de literatura, que a veces hasta parecía poner los ojos en blanco cuando se ponía a hablar de “las cosas del espíritu”, dicho al pasar porque cuando se ponía así me resultaba molesto y me iba con la cabeza para otro lado, que salud aparte, se trata de alimentar también el espíritu, lo que nunca me ha quedado bien claro si es o no una misma cosa que el alma…

Porque, según me dicen, al paso que vamos corremos el peligro de quedarnos sin palabras, de tanto que se está achicando el vocabulario que manejamos para comunicarnos. De donde como pasa con el amor conyugal que hay que regarlo cada día para que no se seque, al vocabulario hay que tenerlo baqueteándolo todos los días, de manera que no se nos siga atrofiando. Sobre todo en estos tiempos en que tan fácil es descubrir palabras, ya que solo basta recurrir al celular para hacerlo.

Me pasó el otro día, cuando con sorpresa para mí, la que no dejó de ser grata, uno de los del grupo lanzó al ruedo la palabra “occiso”. “Se trata de un muerto”, más que dijimos gritamos todos al unísono, y nos tapó la boca, diciendo “tibio, tibio, para terminar diciéndonos que no se trataba del todo de eso, sino de un muerto de muerte violenta, y no de un pobrísimo paro cardiorrespiratorio, que dicho sea de paso es de lo que nos terminamos muriendo todos, en una manera que viene a mostrarnos que la muerte nos iguala... Occiso, occiso, porque los policías, los mismos que están encantados por usar el “OKA” cuando hablan al intercomunicador, no la emplean ahora, al menos para disimular las muertes violentas que se han puesto desde un tiempo a esta parte, tan de moda.

No tuve más tiempo para seguir hablando para mis adentros, porque saltó otro, preguntando por el origen de la palabra “vacuna”. Vacuna viene de “vacum”, palabra que viene del latín y que significa “vacante” o vacío, contestó uno del grupo, bastante adiestrado él y siempre con acento doctoral porque dice que no sé si su padre o su abuelo había sido monaguillo.

“Bestia” fue lo que le gritó otro, utilizando una palabra que no era necesario aclarar su significado, aunque otro explicó que la palabra viene de “vaca”, o sea de ese animal que vive en el campo rumiando, y con el que se encariñan los cuatreros, o sea los aficionados al abigeato, como ahora se dice. Cosa que, según agregó, es porque un médico piola se avivó que unas campesinas que ordeñaban vacas apestadas por una clase suave de viruela, se volvían inmune a la viruela en serio, la mismísima que los españoles trajeron a nuestro continente, en las primeras veces que bajaron de los barcos, y que contagiando a los aztecas y otros pueblos originarios, por poco no acaban con todos ellos.

Fue allí cuando se pudrió todo, porque el pariente del monaguillo y amante de los latinazgos, insistió en que vacuna quiere decir vacío, porque las vacunas no son sino eso, ya que no sirven para nada. El “vaquero” le salió al cruce, y lo dejó callado hablándole de esa sobrinita, que vive no sé dónde, y que había salido totalmente ilesa, porque el lugar donde vivía era la única que se había vacunado. A diferencia de tantos otros que rechazan vacunarse y hacerlo con sus hijos, y después se pasan yendo de curandero para que con sus secretos y afines los curen del mal del ojo o le midan el empacho.

Fue allí cuando llegó mi tío…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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